Cultura
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Vox libris
Amantes de las letras
Periódico La Jornada
Domingo 8 de enero de 2017, p. a12

Compartir, opinar y debatir son los pilares del espíritu que anima la colección Mi círculo de lectura, del sello Debolsillo, los cuales emanan, por supuesto, del hábito de leer.

Las personas que deciden formar un club de lectura reparten un mismo libro a los integrantes, para luego convocar a reuniones semanales o mensuales sobre lo leído, en las que se opina, debaten y enriquecen las ideas y reflexiones sobre una parte del texto.

Los libros en cuestión tienen un distintivo color naranja donde se lee: Mi círculo de lectura y están ya en librerías.

Cada obra cuenta con un prólogo y una guía de lectura, donde se aporta buena cantidad de material didáctico que busca enriquecer las reuniones de los involucrados.

La tecnología no es ajena a estos clubes, y el grupo editorial Penguin Random House propone en sus libros, además, la visita a un sitio de Internet para que cada lector busque el club de lectura que más le convenga, o formar uno propio, siempre con la libertad de elegir el libro que más les interese.

Los siguientes títulos pertenecen a la colección y son buena opción para entrar o comenzar un grupo de amantes de las letras:

Arreola, el gigante de Zapotlán

La Narrativa completa de Juan José Arreola (1918-2001), publicada por Penguin Random House en su sello Debolsdillo enaltece, sobre todo, el toque poético del escritor autodidacta, infantil y festivo, oriundo de Zapotlán el Grande, Jalisco, quien en el texto La feria dice sobre su amado terruño:

Abundancia, ¡madre! Somos un pueblo de muertos de hambre.

El propio Arreola decía que lo poético es lo que legitima nuestra condición de hombres, sea en palabras, sea en artes plásticas, sea en actitudes humanas. La poesía es la posibilidad de ser del hombre: su posibilidad de crear. Estamos hablando de lenguaje. La poesía desde luego es un fenómeno lingüístico: de ordenación de palabras. Cuando hay una urgencia auténtica de comunicar una experiencia íntima, o nuestra percepción del mundo externo, la voluntad expresiva crea la ordenación de las palabras, que es estricta. (Así lo señala el autor en un encuentro que tuvo con Jorge Luis Borges, Salvador Elizondo y Juan García Ponce que puede consultarse en YouTube).

De las inquietudes narrativas de Juan José Arreola destaca el amor. En las 461 páginas de esta obra el lector se acerca a este sentimiento, como en el relato Armisticio, donde el que ama sufre de indiferencia, síncope mortal, y decide retirar sus tropas de ocupación de la amante idealizada, para esperarla en un paraíso en ruinas: el olvido.

Otras ficciones narran hechos históricos, mitológicos y la mayoría contiene un lenguaje poblado de palabras rebuscadas. El lector que no esté acostumbrado a este tipo de lecturas deberá recurrir a diccionarios o Internet para una mejor comprensión. Hay que dedicar tiempo a este libro; no es recomendable que se lea en el transporte público o en sitios ruidosos, pues la obra pide para su lectura un lugar tranquilo y dedicación.

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Por supuesto, el lector no está obligado a comprender todos los cuentos o ficciones. El mismo Arreola negó que sus obras estuvieran cargadas de mensajes ocultos y rechazó que fueran sólo dignas de un público intelectual.

En numerosas ocasiones afirmó que él buscaba hacer de la literatura un juego. Nada serio, pero sí un reto, como en El búho, donde advierte: Estamos ante un caso de profunda asimilación reflexiva, antes de describir la teoría del conocimiento que un búho prepara al partir a la caza y reflejar el simbolismo que tiene el animal en la filosofía occidental.

Relatos sureños

Los Cuentos escogidos de la escritora Flannery O’Connor (Savannah, Georgia, 1925-1964) representan un testimonio de la condición humana que se reflejaba en los años 40 del siglo pasado en el sur de Estados Unidos, especialmente en el llamado Bible Belt (Cinturón bíblico), región del país habitada por personas de pensamiento conservador, alimentadas por una religión católica acostumbrada a las prácticas ascéticas y al racismo.

Recordemos que en ese sur estadunidense fue común tener esclavos africanos para el trabajo en las extensas plantaciones de algodón.

La prosa ágil de O’Connor desentraña los pensamientos de su época. Su método es observar las actitudes y actos de sus personajes; utiliza la tercera persona, quizás porque le gusta conducirnos a una serie de pistas para que encontremos esa espina molesta, es decir, la falta de ética en las conductas humanas.

Un buen ejemplo es la historia de un negro racista, que no vislumbra un futuro de libertad para su raza. La aversión más grande que ha visto es a un hombre negro trajeado. Lo mismo pasa con la historia de un niño cuya falta de atención familiar lo empuja a cazar un pavo silvestre, su persecución se traduce en la búsqueda de aceptación mediante el autosacrificio.

Existe cierta peculiaridad en el desenlace de los cuentos de O’Connor, muchos no parecen cerrar la trama y más bien terminan de exponer el pensamiento de sus personajes. La autora termina su diagnóstico ideológico en el desenlace y no es su intención darle cura.

No lo discuto, él quiso que yo fuera de esta manera, es el último pensamiento de una niña para convencerse de que una entidad divina le proporciona superioridad intelectual, y es el mismo discurso que un monstruo de feria canta para aceptar que Dios puede deformar el cuerpo o hacerte un dipsómano iracundo si así lo desea.

En estas narraciones los valores transitan sobre una cuerda floja, son tan frágiles como pétalos y solubles en agua. Los personajes no carecen de ellos, pero sí de una estructura filosófica que los consolide; son seres eclécticos y ese mismo estilo de pensamiento es lo que los lleva a no ser buenos ni malos, mucho menos justos, más bien miserables.

Texto: Luis Enrique Trigo Villagómez

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