Opinión
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Aprender a morir

Bienestar, el propósito

E

n la actitud y aptitud de cada anciano inciden factores genéticos, biológicos, familiares, educacionales, sicológicos sociales, culturales, económicos y religiosos, más otro apenas conocido y menos practicado por los viejos: el sano hábito de descreer de lo aprendido y ordenado a través de costumbres, prejuicios y roles, por lo que empieza a haber octogenarios que rechazan la añeja idea de que es dañino vivir en soledad y optan por practicar a diario el arte de convivir… consigo mismos.

De 83 años, Antonio Ocampo, originario del puerto de Veracruz, divorciado, con un hijo y jubilado, con su cabellera íntegra, rasgos juveniles, dicción clara y pausada, ademanes enérgicos y memoria fresca, hace dos décadas vive solo en su departamento y sin empleados, por lo que va al mercado, cocina, lava, plancha, barre, come con vino de mesa todos los días y, al finalizar, toma dos copas de algún digestivo.

Tres veces a la semana se ejercita en un club deportivo con moderación, incluido el kick boxing –puñetazos y patadas–, pero con puras jóvenes de contrincantes y baila de todo, no por vanidad sino por higiene y para sentirse bien, sólo por ese día, no con el propósito de prolongar la vida por tiempo indefinido.

“Procuro ingerir comida fresca, ensalada, un guiso y un postre. Prefiero pescado a la carne roja y al pollo, que los como una vez a la semana. Así lo hago hace 60 años. Si me interesa una película voy al cine y si tengo algún antojo acudo a un restorán, pido algún platillo y me lo llevo a casa, que tiene mejor ambiente. Por extrañas razones la gente se harta de su hogar y abarrota los restoranes. Al terminar de comer me pongo pijama y bata, leo, miro la televisión, prendo la computadora o no hago absolutamente nada, sin que nadie me reclame o indique lo contrario.

¿A qué atribuir esta salud? Supongo que a mis genes. Tengo una hermana mayor que ni anteojos necesita. Mi madre, que murió de 89 años no obstante una diabetes que nunca se cuidó, era muy jovial y tenía una actitud fresca, despreocupada y curiosa ante la vida, que es impredecible y antojadiza. Por ejemplo, mi otra hermana mayor murió a los pocos meses de nacida al caer de la hamaca donde amorosamente la mecían. Si ella duró apenas unos meses, ¿qué me va a preocupar a mí cuando llegue la hora? Sólo me han operado de cataratas, he sufrido asaltos, me he recuperado y rechazo sufrir sin necesidad. (Continuará)