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Ver día anteriorDomingo 3 de septiembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Una bancada que no pierde ni cuando pierde
H

ay un sector, en México, que por agitados que sean los vaivenes de la economía y los sobresaltos de la política siempre termina ganando (y cuando no lo hace, el gobierno lo rescata con dinero de los ciudadanos). Se trata, claro está, del sector bancario.

Por eso, el dato según el cual la banca que opera en el país logró –entre enero y julio de este año– utilidades que en conjunto se acercan a los 80 mil millones de pesos, cifra que supera en poco más de 23 por ciento a la obtenida en el mismo periodo de 2016, resulta llamativo pero no sorprendente. Llamativo porque si se compara con la tasa de crecimiento que durante ese lapso experimentó la economía mexicana, la ganancia de las instituciones bancarias creció nada menos que 10 veces más que aquélla. Si es verdad que los bancos, como aseguran los banqueros, desempeñan un papel preponderante en el desarrollo del sistema económico en que operan (el mexicano en este caso) y su suerte se encuentra estrechamente ligada al mismo, es difícil entender por qué los bancos crecen tanto y la economía del país tan poco.

No hay, en rigor de verdad, un estudio analítico y profundo sobre la estructura del sistema bancario en México que revele cuáles son los mecanismos que le permiten obtener semejante volumen de utilidades. Es cosa sabida que dentro de esa estructura existen jerarquías económicas dadas por el tamaño de los bancos y sus respectivos volúmenes de operación: Banamex, Banorte, BBVA Bancomer, Inbursa y Santander, por ejemplo, son los principales beneficiarios del crecimiento bancario, al punto de recibir tres de cada cuatro pesos de los que componen las utilidades totales del sector. Pero aunque el reparto de éstas sea disparejo, difícilmente se puede encontrar un banco que no reciba, a la hora de hacer las cuentas, jugosos beneficios.

El Banco de México es la institución encargada de proporcionar el marco regulatorio para el cobro de las comisiones bancarias, que según la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef) son ciertamente numerosas (4 mil 916 distintas, para ser precisos). A esa variedad hay que sumarle el altísimo costo que tienen: de hecho son las más caras de América Latina. Información de dicho organismo indica que el Costo Anual Total (indicador que considera todos los cargos que llevan aparejados los créditos bancarios) va de 40 a 113 por ciento. No se necesita mucha perspicacia para deducir que allí reside al menos gran parte del éxito operativo del sistema.

Las tarjetas de crédito son, asimismo, una vigorosa fuente de ingresos para los bancos mexicanos, porque los intereses que cobran también son muy superiores a los de otros países de este continente y de otros. El argumento que utilizan los banqueros para explicar el hecho no deja de ser paradójico: dicen que lo que encarece los plásticos es el constante engrosamiento de las carteras vencidas, omitiendo que esas carteras se vencen precisamente porque los tarjetahabientes no pueden pagar las elevadas comisiones.

Lo cierto es que pese a las utilidades que recibe y la incidencia que tiene en la economía nacional, la banca en México no aporta al desarrollo tanto como dicen sus dueños, porque no ofrece productos y servicios financieros accesibles para quienes más los necesitarían, y porque los costos que tienen son desproporcionados. Sin embargo, el sistema bancario prefiere apostar a lo seguro, prestar poco y mantener sus comisiones por las nubes; tiene la certidumbre que, en caso de que las cosas salgan mal, será rescatado, tal como lo fue en 1994 por vía del infausto Fondo Bancario de Protección al Ahorro, más conocido como Fobaproa.