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Río Blanco, 7 de enero*
H

oy hace 111 años resonaron en estas paredes las demandas de justicia, de derechos básicos, de humanidad. Y allá afuera resonaron las balas de las tropas porfiristas que segaron cientos de vidas. Fue el principio del fin de un régimen que no daba más, que había llevado al país a la confrontación y a la barbarie. Los huelguistas no murieron en vano. A la vuelta de los años sus demandas cristalizaron en los preceptos del artículo 123 constitucional.

Décadas más tarde esta fábrica textil cerró sus puertas debido a la apertura comercial salvaje puesta en práctica por los primeros gobiernos del ciclo neoliberal. Estas paredes testificaron el dolor y la desesperanza de quienes se quedaron sin trabajo, de los que no encontraron otro camino que el de la frontera norte, de los que perdieron su inversión y su patrimonio, de los que acabaron entregándose a la transgresión y la delincuencia.

Después, ya en años recientes, la desintegración social azotó la región. La corrupción, la impunidad y la complicidad provocaron un desastre social que se repite en otras zonas del país.

Y hay mucho dolor impreso en este sitio y en esta zona: el dolor de las viudas y los huérfanos, el sufrimiento de las familias separadas, el desgarramiento de los ausentes. Hay mucho por sanar.

Hoy estamos aquí para hacer algo por el derecho al trabajo, a la educación, a la energía, a la organización social autónoma e independiente. Hoy estamos aquí por la paz, por la vida y por la luz. ¿Y qué vamos a hacer? Pues vamos a hacer páneles solares, para empezar. Queremos fabricar muchos páneles porque estamos convencidos de que la energía debe producirse recurriendo a fuentes limpias y renovables y porque nos preocupa la muerte lenta por asfixia que nos prometen los gases de efecto invernadero; queremos que vengan aquí muchos jóvenes a capacitarse en la producción e instalación de generadores fotovoltaicos, pero también en la organización social para hacer posibles esas instalaciones; creemos que la transición energética que le urge al país (y al mundo) debe partir de un nuevo paradigma: energía generada de manera descentralizada y autónoma. Queremos que los colectivos, la gente, se empodere produciendo su electricidad.

Empezaremos a fabricar páneles solares para los municipios, las comunidades, los ejidos, las cooperativas, las vecindades y los barrios, y lo haremos al margen del mercado, sin buscar utilidades ni ganancias monetarias, a fin de trasladar a los usuarios el ahorro en mercadotecnia y márgenes de ganancia. Y queremos cooperar con esas colectividades en la capacitación a jóvenes para que éstos tengan trabajo y para que su trabajo tenga sentido allí, en sus comunidades de origen.

Pero queremos ir mucho más allá. Deseamos que este gran espacio fabril se pueble con otras entidades productoras: talleres familiares, micro y pequeñas empresas, cooperativas. Todos ellos, centrados en la fabricación de elementos para la generación, distribución y almacenamiento de energía solar, eólica e hidráulica, aprovechamiento de la biomasa y conversión de vehículos a motor eléctrico. Que esto se convierta en un centro para que los jóvenes adquieran competencias y aprendan oficios relacionados, con un sentido social y de servicio a sus comunidades. Que este recinto histórico se convierta en palanca para impulsar el surgimiento de entidades sociales productoras de energía en pequeña escala, cooperativas de transporte eléctrico, ejidos sustentables, comercios viables y limpios. Que los ayuntamientos empiecen a alimentar su propio alumbrado y sus edificios públicos y puedan liberarse de las deudas de la factura eléctrica y destinar esos recursos a la salud, la educación, la seguridad, la cultura y el deporte.

Este empeño nuestro es también un ensayo en escala regional del país al que aspiramos: un país con empleos dignos, jóvenes estudiando y no delinquiendo, derechos, salud, ambiente limpio, desarrollo armónico, economía sustentable y buen vivir. Ojalá que bajo vientos más propicios se propicie la multiplicación de centros como éste en otros puntos del territorio nacional.

Hemos llegado tarde para quienes murieron, para quienes tuvieron que emigrar, para quienes perdieron la esperanza de manera irrecuperable. Pero estamos en un momento propicio para reconstruir la devastación, mejorar nuestras vidas y entregar a quienes vienen un país armónico, pacífico, limpio, educado y luminoso. Tal vez un día ellas y ellos digan, en referencia a nuestra memoria: Qué bueno que actuaron a tiempo.

* Leído el 7 de enero de 2018 en la presentación del Centro Industrial de Desarrollo Sostenible Rafael Galván en Río Blanco, Veracruz

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