Opinión
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Ciudad Perdida

Una página negra de la historia local

1968, parteaguas generacional

Visos de vientos de otros lodos

D

entro de muy poco tiempo se cumplirán los primeros 50 años de un hecho que, por no dejar pasar el lugar común, diríamos que cambió el rumbo de la historia de México, pero significativamente de la capital del país.

Entonces, en 1968, la gente del Distrito Federal decidió que el rumbo a seguir era el de las libertades; que la lucha, costara lo que costara, tendría que ver con los derechos de sus ciudadanos a manifestarse en las calles y avenidas cuando los funcionarios públicos, el gobierno, hicieran caso omiso a sus reclamos; con la libertad de las mujeres a decidir sobre su cuerpo; con el respeto a los gustos de cada persona para hacer su vida en pareja.

Entonces se inició aquel largo camino que le costó la vida a muchos de los militantes de la idea, y que hoy se traduce en esa vida alejada de las prohibiciones que tenían atrapados a los habitantes de la ciudad en una serie de prejuicios que pesaban sobre la vida; una juventud demandante que se negó a seguir soportando la carga.

1968 encontró a aquella juventud harta de la marginación, de la manipulación, de la hegemonía de los de más edad, y no siempre de los que más sabían, lista para cortar, por fin, los agravios y las humillaciones. Los jóvenes reclamaban un lugar en la sociedad, el derecho a decidir por ellos mismos su destino futuro e inmediato. Los jóvenes de aquel 68 se asumían responsables de la ruptura, del cambio y del futuro, aunque hubiera quien les negara el derecho.

La lucha fue larga porque el poder construyó la trampa de la participación, y una buena cantidad de jóvenes cayeron en ese hoyo, que junto con la represión atemperaron falsamente las razones del combate, aunque nunca lograron desterrarlas, y año con año los jóvenes de entonces, los del pasado reciente y los de ahora vuelven a las calles a caminar la noche de Tlatelolco, a esperar el amanecer rojo, a reclamar sus derechos.

Hoy, luego de la conquista de muchos de esas nuevas condiciones de vida, que han hecho de la Ciudad de México la ciudad de las libertades, aún hay quien reclama la prohibición y el autoritarismo como fórmula de la mejor convivencia, y lo hace en nombre de la modernidad. Sí, la sombra de aquel Díaz Ordaz que en bien de la patria mandaba al Ejército a convertirse en el enemigo de los estudiantes, vuelve a ensombrecer a la Ciudad de México.

Lo peor de todo esto es que son voces jóvenes las que reclaman la vuelta al pasado de las prohibiciones, de la represión, de las no libertades. Pareciera un sinsentido, pero el peligro ya está aquí, con él se alardea, se grita que hay que cancelar las libertades. Con eso se hace campaña.

Dentro de unos meses se habrán de cumplir 50 años de uno de los capítulos más tristes y vergonzosos de la vida de México, pero hoy hay quien reclama una segunda temporada, claro, en bien de la patria.

De pasadita

El jefe de Gobierno, José Ramón Amieva, que no está en campaña, se ha montado en la idea de hacer cuentas claras de los recursos que se tienen para la reconstrucción de la ciudad después del sismo del 19 de septiembre. Sabe los terrenos que pisa, pero está decidido a no defraudar a la gente que ahora gobierna. Frente a eso lo mejor sería desearle suerte y mirar de lejecitos cómo vienen las cosas, pero tal vez lo importante es apoyar los trabajos del funcionario, cuando del lugar donde se pasará la vida se trata, así que ojo, el trabajo no es nada fácil y habrá daños colaterales, sin duda.