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México D.F. Martes 1 de julio de 2003

Vilma Fuentes

No vale lo mismo una firma que otra

ƑQué es una firma sino la caligrafía más o menos clara, a veces un simple garabato, con que una persona escribe su nombre?

Sin osar penetrar en los arcanos de los iniciados en la grafología, capaces de revelarnos, gracias al análisis de las letras de una persona, los rasgos sicológicos ocultos de su personalidad e, incluso, los enigmáticos secretos de la conducta pasada, presente y futura, creo que una firma posee un significado, si no varios. Sobre todo para un banquero, un notario, un contratista, un pintor, un vendedor de arte, un coleccionista... un falsario. En fin, cuanto se relaciona de alguna manera con el dinero.

La firma, en el territorio de la pintura, es esencial. Tan importante es de qué artista se trata como su autenticidad.

En una de sus últimas novelas, Fille de Joie, Jacques Bellefroid narra la historia de un falsificador genial, poseído por su admiración por el fallecido pintor Verbecq, comparable a Picasso. El falso falsario va a pintar, en un momento de posesión, un cuadro que Verbecq hubiese podido firmar. Un amigo tratará de venderlo como un Verbecq. Las dudas surgen, un proceso sigue y la viuda del gran artista salva al falsificador autentificando la tela que ella misma adquiere.

La realidad, como se dice de lo que no queremos suponer otra ilusión, no se queda atrás. Pablo Picasso, que no firmaba ninguno de sus cuadros sino después de haber embolsado el dinero del adquiriente, autentificó algunas falsificaciones de su obra realizadas por españoles republicanos que pudieron sobrevivir gracias a esos falsos picassos firmados con el nombre del artista por los falsarios. Sin embargo, se trata del mismo pintor que, durante una comida con amigos, garabateó algunas figuras sobre el mantel de papel que cubría la mesa, que el dueño del establecimiento le pidió a cambio de la cuenta. Picasso aceptó el intercambio, pero cuando el restorantero volvió con el mantel para solicitarle que lo firmara, el artista se negó respondiendo que había pagado la comida pero no el restorán.

Una de las historias más curiosas y discutibles de una firma de pintor es la de W. de Kooning. Las anécdotas que la forman parecen fantásticas y, no obstante, fueron tan reales como el proceso en que terminaron.

Lugar: Nueva York. De Kooning, artista reconocido, bebe demasiado. Su esposa en esa época, neoyorquina hasta la punta de las uñas, lo abandona en un acceso de feminismo lésbico a la moda, sin por ello divorciarse de él. Aparece entonces la hija que el pintor tuvo antes con otra mujer. Los precios de las telas de De Kooning se elevan más y más. Los mercaderes de arte se lo pelean, los coleccionistas están dispuestos a pagar lo que se les pida. La firma de De Kooning parece fabricada con lingotes de oro. Las especulaciones sobre la agravación de su alcoholismo y lo que le queda de vida aumentan la especulación financiera sobre sus obras. Por los mismos motivos, su esposa vuelve a su lado dispuesta a embolsarse la herencia. Para deshacerse de la estorbosa presencia de la hija, Ƒqué mejor que la droga y la edificante compañía de una banda conocida como los Angeles del Infierno? Pero De Kooning parece recuperar fuerzas con el alcohol y la mujer muere antes que él. Los diabólicos Angeles descubren la identidad de la hija del artista y, como la difunta esposa del pintor, no pueden evitarse pensar en la herencia. Cura de desintoxicación de la muchacha y regreso al hogar paternal.

Pero De Kooning, sintiéndose libre, desde que se vio solo, de la autoridad femenina pero no de su atractivo, tiene aventuras diarias con meseras, vendedoras y cuanta mujer levanta en la calle, a las cuales paga con cheques. Como la mayoría abusa de su alcoholismo, su hija lleva a cabo un proceso que invalida la firma del artista en sus cheques. A De Kooning no le queda más remedio que ofrecer pinturas, con su firma, a las mujeres que satisfacen sus deseos. Enloquecimiento del mercado del arte, y de galeristas y mercaderes que corren tras meseras y prostitutas para recuperar las obras, sobre todo cuando la propietaria no conoce el valor.

Extraña moraleja que prohíbe la firma al pie de un cheque, pero no de una obra de arte.

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