Opinión
Ver día anteriorMartes 7 de agosto de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fantasmas de un jardín francés
P

arís se vacía de sus habitantes durante agosto. Mes canicular este año, en el firmamento reverberan los reflejos enviados por el vidrio de las vitrinas. Sobre los techos de los edificios reales, nebulosas, flotantes en el cielo, naves fantasmas, aparecen chimeneas, últimos pisos, en un espejismo de la ciudad.

Desertada por su población, los turistas invaden sin habitarla una ciudad de pronto artificial. Se cierran cafés y comercios. Las calles parecen más amplias sin sus ruidosos vehículos. La frescura de los jardines invita a visitarlos. Pero en una ciudad fantasmal no pueden sino surgir sus fantasmas al caer la noche.

El jardín del Palais Royal ejerce un raro hechizo. El poeta Jean Cocteau, quien vivió en uno de los edificios que lo rodean, 36, rue de Montpensier, escribió que, si no se mudó durante la ocupación, cuando era insultado por su amistad con el filósofo Emmanuel Berl y su mujer, la cantante Mireille, así como con otras personas forzadas a huir de la persecución nazi, fue ‘‘a causa de un encanto (en el sentido exacto del término) que el Palais Royal opera sobre ciertas almas”.

El jardín creado a partir de la construcción del palacio donde se instaló Richelieu, ministro de Luis XIII, por su proximidad con el Louvre, posee una historia hecha de altibajos. Abierto al público, durante Luis XIV, su ministro Colbert lo consagró a la diversión de la corte. Esta privacidad no duró. Cuando la nobleza se instaló en Versalles, el jardín quedó en el abandono. Durante la Restauración, Luis Felipe, endeudado, decidió la construcción de inmuebles y comercios alrededor del jardín, así como de la Comédie Française. Encerrado entre estas construcciones, se transformó en un lugar de fiestas, espectáculos y desenfreno: orgías y prostitución reinaron; eran la vida nocturna del jardín.

Su destino tomó un nuevo giro y otros habitantes llegaron. Los Berl, Cocteau y la gran Colette, quien escribió largamente, en libros y artículos, sobre ese jardín visto desde sus ventanas. Antes que su vecino Cocteau, Colette habita junto al jardín entre 1927 y 1929 en el entresuelo y desde 1938 hasta su muerte (1954) en el primer nivel, llamado piso noble. Esta gran autora, actriz y bailarina a su antojo, fue célebre tanto por la originalidad y la brillantez de su obra como por su conducta, escandalosa para la época, hizo públicos sus amores sáficos. ¿Qué hacer cuando los hombres se van a la guerra y cuando se enviuda? Sin contar sus apariciones en escena completamente desnuda.

Desde 1948, la invalidez la obliga a permanecer en su departamento casi todo el tiempo. Se instaló ante su ventana para escribir novelas y artículos para diarios. Desde ahí, contemplaba los 800 metros de su ‘‘cuadrilátero”, también llamado por ella ‘‘claustro laico”.

Se despertaba al alba con el piar de los pajarillos, música celeste de la que Hölderlin escribió: ‘‘Delante de la luz cantan los pájaros”, dejando en el misterio, acaso revelado a Colette despierta en la madrugada, si el canto nace antes o frente a la luz. Escucha también con placer los gritos de los niños. Pero no puede dejar de hacer muecas a los que juegan a la guerra. La deleita el sonido del agua de la fuente en el jardín. Por la noche, al terminar su artículo diario, oye en el silencio el ruido de un impresor.

Sus únicas salidas, al volver a París después de la guerra, son al Grand Véfour, alto lugar gastronómico de la vida política, artística y literaria de París desde hace dos siglos. Raymond Oliver, chef, envía a dos meseros para conducirla en brazos al restaurante.

Instalada en los sillones de terciopelo rojo, frente a la mesa con manteles nítidos, cristalería y porcelana, Colette recibe a sus amigos cuando no es ella la invitada. Cocteau y Marais, los Berl, Sacha Guitry.

Escribe sus últimos artículos en cama. Vive de ello. Periodista hasta el fin. Escritora siempre. En espera de la muerte, afirma: ‘‘Me he divertido mucho durante mi vida”.

A la China Mendoza