Carlos Fazio
Guerra imperial y desinformación
Tiene razón Robert Fisk: "Sencillamente, estamos
cansados de que nos mientan". El presidente George Bush Jr., su "perro
de presa" Blair (Chomsky dixit) y el cusquito faldero Aznar, con
sus historias de terror para espantar niños, nos quieren hacer tontos
a todo el mundo. Las razones de la guerra de agresión neocolonialista
contra Irak no son las patrañas que esgrimen cada día. El
motivo no son el "maligno" Hussein y sus armas de destrucción masiva.
Tampoco el terrorismo. Menos la democracia. Todo eso es desinformación
maniquea. Manipulación mediática. Diversionismo ideológico.
Intoxicación propagandística en tiempos de guerra. Basura
para mantener engañada a la muchedumbre, espectadora silenciosa.
Los motivos para la devastación de Irak son otros:
Estados Unidos ve amenazada su hegemonía. El imperio teme que surja
una alianza entre Alemania, Francia y Rusia que lo desplace del liderazgo
mundial (Wallerstein). Ve peligrosa la irrupción de China en el
escenario mundial; un eventual resurgimiento de Japón y, potencialmente,
el papel que pueda jugar India. Por eso, obsesionados con sus fantasías
de poder mundial, el hijo de Bush y los sicópatas y fundamentalistas
genocidas que lo rodean (Rumsfeld, Rice, Cheney, Ashcroft, Ridge, el taimado
Powell y los cabilderos sionistas Wolfowitz, Perle, Feith, Bolton), junto
con sus hombrecitos de paja en la "vieja Europa" (Blair, Straw y el neofranquista
Aznar), quieren reconfigurar el mapa geopolítico del golfo Pérsico
y todo Medio Oriente. Es en ese escenario que Irak y su petróleo
importa. Pero es solamente una pieza. Como Afganistán. Controlando
el área con protectorados y redes de bases militares (igual que
en el siglo XIX en pleno auge de expansión imperialista), Washington
podrá estrangular la economía de los rivales potenciales,
tan dependientes de hidrocarburos como Estados Unidos (Michael T. Klare).
Sólo así, creen los halcones, podrán conservar
su dominio. Su poder sin límites. Pero pueden estar ensayando una
fuga hacia adelante, acelerando el declive.
Desde
el 11 de septiembre de 2001 Estados Unidos ha estado mintiendo todo el
tiempo. La operación de tierra arrasada en Afganistán fue
un gran montaje preparado por el Pentágono. Entonces, el gran Satán
era el viejo socio de la CIA, Bin Laden. El bastardo en turno; como
antes Noriega, la excusa para probar una nueva generación de armas
en Panamá. Previo a la invasión de Afganistán, un
oficial del ejército de Estados Unidos reveló a The Washington
Post que en la "guerra informativa de gran intensidad" en curso se
iba a "mentir" a la prensa. Que se impondrían "nuevos y estrictos
límites" a la información. Es decir, a la libre expresión.
Se denunció también una creciente campaña para "asegurar"
la "lealtad" de los periodistas en la cruzada belicista de Bush contra
el régimen talibán.
Consumada la agresión, en febrero de 2002 se supo
que el Pentágono había montado una oficina encargada de difundir
"noticias falsas" en el exterior, de manera deliberada y utilizando canales
para ocultar su origen o su carácter oficial, como parte de un nuevo
frente de lucha: el de la información. Según informaron entonces
The New York Times y La Jornada (19/2/02), como parte de
la guerra sicológica y las operaciones encubiertas diseñadas
por expertos en inteligencia militar, la nueva Oficina de Influencia Estratégica
(SIO), creada por el Pentágono después del 11 de septiembre,
"plantaría" propaganda negra (mentiras deliberadas), desinformación
y propaganda blanca (información verídica y creíble
favorable a Estados Unidos y sus objetivos), en periodistas y medios extranjeros,
para influir en la opinión pública internacional y en la
de gobiernos tanto amigos como enemigos, en el marco de la guerra de Washington
contra el "terrorismo".
Dirigida por el brigadier general de la Fuerza Aérea
Simon Worden, la SIO depende de la Secretaría de la Defensa para
Operaciones Especiales y Conflictos de Baja Intensidad, y entre sus funciones
figura, además, elaborar técnicas de engaño (deception),
actividades sicológicas, emisiones radiofónicas y ataques
cibernéticos a redes de computación, con el objetivo de engañar
al enemigo e influir en la opinión pública nacional e internacional.
Como tácticas de inteligencia, la distorsión
de la información y las operaciones clandestinas de propaganda negra
son herramientas militares clásicas. Igual que el uso de los autoatentados.
Cabe recordar que la guerra de Estados Unidos contra España, en
1898, empezó con la mentira deliberada del hundimiento del acorazado
Maine, anclado en el puerto de La Habana, seguida de una campaña
sensacionalista y difamatoria orquestada por William Randolph Hearst, fundador
del periodismo amarillo (el ciudadano Kane inmortalizado por Orson
Welles), que derivó luego en la enmienda Platt y en la creación
de la centenaria base naval de Guantánamo en Cuba. Asimismo, en
agosto de 1964 el presidente Lyndon Johnson anunció que barcos norvietnamitas
habían lanzado dos ataques seguidos contra naves estadunidenses
en el golfo de Tonkin. Se trató de otra mentira flagrante. Pero
eso no evitó que Johnson obtuviera la autorización del Congreso
para intervenir y bombardear Vietnam del Norte.
En noviembre pasado, una vez aprobada la resolución
del Consejo de Seguridad de la ONU contra Irak, Washington comenzó
a instrumentar la nueva ofensiva propagandística, con Hussein en
el papel de villano mediático en sustitución del siempre
oportuno Bin Laden. Tras dejar amarrada una complicidad descarada con las
grandes cadenas periodísticas de Estados Unidos (en particular las
televisoras ABC, CBS, NBC y Fox News), altos funcionarios de la administración
Bush llevaron a cabo sesiones de "concientización" con corresponsales
de prensa extranjeros, de países cuyos gobiernos son aliados de
Washington, como Turquía, Japón, Canadá y México.
La "noticia" plantada, a reproducir urbi et orbi, era que
Bush "no tenía las manos atadas" por la resolución de la
ONU; que no requería una autorización explícita para
hacer uso de la fuerza. Poco antes Bush había lanzado su nueva estrategia
de seguridad nacional: la doctrina de guerra ilimitada, unilateral y ofensiva.
Una nueva doctrina imperial "preventiva" e irrestricta que entierra al
derecho internacional y los postulados de la ONU.
La inducción de una guerra de rapiña "legitimada"
por el mesianismo del destino manifiesto -"santurronería
religiosa" llamó John Le Carré a la "guerra sagrada" de Bush
contra Irak-, con el fin de agitar las fibras patrioteras y paranoicas
del "rebaño" imperial (viejo recurso para la "construcción
del consenso"), se combina ahora, como en la época del macartismo,
con la sicosis y el terror interno ante el ataque "inevitable" y siempre
"inminente" de los "terroristas" de afuera, provistos, afirman, con armas
biológicas, químicas, nucleares y radiológicas. Una
forma totalitaria de mantener a raya a la "chusma", mediante una "guerra
de nervios" (USA Today) administrada por el Gran Hermano (John Ashcroft)
mediante códigos naranja, amarillo y rojo en las pantallas de los
televisores. A lo que se suman la promoción de "estuches de sobrevivencia
urbana" ante la guerra bacteriológica que viene, nintendos mediáticos
y "pruebas de inteligencia" plagiadas de tesis escolares caducas (el gran
fiasco del halcón Powell en la ONU), con el fin de mantener
"desorientado al rebaño" (Chomsky), provocar compras de pánico
y aceptación sumisa a una Ley Patriótica que con la ficción
de la seguridad nacional reduce los derechos ciudadanos a letra muerta.
Un Estado policial hacia adentro y una nación imperial
hacia afuera, que cuenta desde enero pasado con un Centro de Integración
de la Amenaza Terrorista, a cargo del nuevo secretario de Seguridad Interior,
Tom Ridge (nuevo zar de inteligencia) y una Oficina de Comunicaciones
Globales, cuya función es promover los intereses de Estados Unidos
en el extranjero, reforzar el apoyo de los gobiernos aliados (que "cooperan"
con Washington) e "informar" a la audiencia internacional sobre los propósitos
de la Casa Blanca, para "prevenir" malentendidos. La orden ejecutiva firmada
por Bush el 21 de enero prevé también que la flamante "oficina
de imagen" podrá enviar "equipos de comunicadores" a aquellas áreas
donde existe "alto interés" mundial y que "acaparan la atención
de los medios de comunicación". Se trata, pues, de dar coherencia
al mensaje "libertario" de Bush; de transmitir la "verdad" en el extranjero.
En el lenguaje de Orwell: difundir la mentira organizada.