Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de marzo de 2008 Num: 678

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

A ver qué pasa
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Lo pasado
MINÁS DIMÁKIS

Tlayacapan: ruinas
de utopía

CLAUDIO FAVIER ORENDAIN

Tlayacapan
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Guajana y la pasión
sin pausas

LUIS RAFAEL SÁNCHEZ

Robert Capa trabajando
MERRY MACMASTERS

Origen y sentido del Carnaval en Brasil
ANDRÉS ORDÓÑEZ

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
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Bemol Sostenido
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Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
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Juan Domingo Argüelles

Contradicciones sobre el poder de la poesía

Leyendo a W. H. Auden (1907-1973), en un extenso poema de 1940 (“Carta de año nuevo”), encontramos esta afirmación elocuente que podría ser, a un tiempo, aleccionadora y desesperanzada: “El arte en intención es mímesis/ pero; una vez hecho realidad, el parecido cesa;/ el arte no es vida y no puede ser/ comadrona para la sociedad.” Más aún, en una aseveración descorazonadora e irrebatible, Auden afirma, en ese mismo poema, que “no hay palabra escrita del puño del hombre que pueda detener la guerra/ ni estar a la altura del alivio/ de su inconmensurable desdicha”.

Sin embargo, en otro poema emblemático de esa misma época (“En memoria de W. B. Yeats”), el poeta británico-estadunidense reconoce el poder de la fuente reparadora de la poesía en un mundo al que, en general, le importan muy poco la poesía y el sufrimiento del ser humano. Pensando en Yeats, Auden afirma entonces: “Las palabras de un hombre muerto/ se transforman en las entrañas de los vivos.”

¿Por qué se produce este tipo de contradicciones en los poetas mismos que unas veces le atribuyen a la palabra escrita y, especialmente, a la poesía, un poder curativo, terapéutico, mágico, milagroso, y otras veces dudan incluso de que el arte de la poesía esté a la altura del mismo arte y, más todavía, a la altura de la realidad?

Quizá unos versos del propio Auden puedan dar respuesta a esta pregunta, y no debería sorprendernos que sea, precisamente, a través de otra pregunta: “¿Quién/ que alguna vez ha tenido la temeridad de/ creer que es uno de aquellos/ que escogieron las grandes vocaciones,/ no está perpetuamente asustado/ de ser indigno de su oficio,/ mientras en torno a su diminuta granja se extienden/ las grandes construcciones de los muertos?...”

Este es, quizá, uno de los problemas centrales de toda la poesía: preguntarnos todo el tiempo por su utilidad o su inutilidad, por su poder o por su falta de fuerza, por su capacidad transformadora o por aquello que Borges denominó “las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías”.

Y, como bien pregunta Auden al tiempo que afirma, ¿quién que escribe, con un propósito estético, con una presunta vocación artística, no ha sentido la angustia de ser indigno de su oficio?, que es lo mismo que dudar de estar realmente a la altura de las circunstancias y de las exigencias de ser poeta y de hacer algo que realmente valga la pena, que le sirva a uno mismo y que sea útil para los demás, que no se quede en palabra muerta, en letra seca, en nadería.

Recordando el discurso de Pablo Neruda en Estocolmo, en 1971, con motivo del Premio Nobel, cuando el autor de Residencia en la tierra afirmó: “Cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo”, Marco Antonio Campos responde con un poema (“Declaración de inicio”) que es a un tiempo afirmativo y sutilmente inquiridor, con una ironía contundente que nos deja también en esa angustia de la que hablaba Auden en su poema. Dice Campos: “Las páginas no sirven./ La poesía no cambia/ sino la forma de una página, la emoción,/ una meditación ya tan gastada./ Pero en concreto, señores, nada cambia./ En concreto, cristianos,/ no cambia una cruz a nuevos montes,/ no arranca, alemanes,/ la vergüenza de un tiempo y de su crisis,/ no le quita, marxistas,/ el pan de la boca al millonario./ La poesía no hace nada./ Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.”

Hay, desde luego, una deliberada contradicción en esto. No se trata de una declaración “inocente”. Saber o no saber si la poesía sirve es un hecho que queda relegado cuando el poema se escribe. Para Roberto Juarroz, “tal vez la poesía nos salve todavía del infierno de los habladores profesionales”. Y hay en este “tal vez” de Juarroz algo más que una probabilidad; su tal vez se vuelve, para él y para nosotros, una absoluta certeza. La poesía, en ciertas condiciones, salva y sana el alma, reconstruye, repara, aunque estrictamente “no sirva para nada”.

Ni los mismos poetas pueden escapar a la duda o al escepticismo respecto del poder supremo que tiene la poesía en este mundo lleno de poderes absolutos y absolutamente antipoéticos. El que ha dejado de dudar será tal vez porque ha acabado como otro más de los habladores profesionales a los que se refería Juarroz. Fue Auden también el que dijo que la función de la poesía es “hacer que seamos más conscientes de nosotros mismos y del mundo que nos rodea”.