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Busco la palabra desnuda, la que de veras dice

En Espejos escudriña detalles mínimos de la historia universal

Para retomar la visión de lo que somos, el autor uruguayo pugna por ayudar a la recuperación de los infinitos fulgores del arcoiris humano. Se propone reconstruir nuestra diversidad, nuestros colores, disminuidos, negados, mentidos, escondidos. Esto incluye los escándalos de lesa democracia

 
Periódico La Jornada
Miércoles 25 de marzo de 2009, p. 5

En este mundo profundamente infectado de racismo, tal como lo ve el escritor uruguayo Eduardo Galeano, la elección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos es una excelente noticia desde el punto de vista de la discriminación racial. Lo es para un continente como éste, donde el profesor Tarzán fue para muchas generaciones la única fuente de información sobre lo que es África. Al menos –confiesa– lo fue para él.

–En América Latina está de pie la controversia. Muchos ven a Obama como una oportunidad. Otros, no tanto.

–Yo tampoco vislumbro que Obama sea el protagonista de un cambio profundo en la política como ahora conocemos. Pero lo más importante es lo de la discriminación racial. De eso hablo mucho en Espejos. Me convencí por una cantidad de historias que me fui encontrando y que multiplicaron dentro de mí el horror de lo que fue el racismo en Estados Unidos. Es una vieja historia que empieza con los nativos americanos y termina con los mexicanos y todos los diferentes. Pero lo de los negros es lo peor.

Las enseñanzas de Onetti

Espejos, obra colosal de poco más de 350 páginas, pequeñas píldoras que escudriñan detalles mínimos de la historia universal, desde Adán y Eva hasta nuestros días. Cada pasaje, algunos de seis líneas máximo, puede ser convertido en un poema. Cada uno padeció de 10 a 15 transformaciones en sus sucesivas versiones. Fue escrita, en principio, a mano. Eso es lo que hace el escritor montevideano desde hace medio siglo, siguiendo el consejo del novelista Juan Carlos Onetti, su paisano, el mago del cuento largo, o la novela corta, según se vea.

Galeano tenía 18 años. Como joven reportero, solía llevarle algunas de las cosas que escribía al autor de Juntacadáveres. “El viejo gruñía, fumaba mirando al techo, era un tiernito disfrazado de erizo. Un día me preguntó: ‘Ché, ¿escribís a máquina?’ De qué otro modo –contesté–, trabajo en un diario. ‘Escribí a mano’, me recomendó. ‘No imaginas el placer que te pierdes, sentir la mano que se desliza sobre el papel’. Lo probé. Me encantó. A partir de ahí siempre lo hago. Mis originales parecen mapas para buscar el tesoro, lleno de tachaduras, de anotaciones al margen. Pero luego en la computadora hago muchas versiones, siempre con el ideal de decir lo más con menos.”

–Como cocinar las reducciones, lo esencial de los sabores...

–Exacto. La imagen gastronómica es buena. Eliminar la grasa, que sólo quede el hueso y la carne. Hay que llegar a la palabra desnuda, la que de veras dice. Quiero quedarme solo con lo que vibra. Me ayuda mucho Helena, mi compañera y mi más feroz editora. En el sentido inglés de la palabra, ella es editora como crítica literaria. Tengo la suerte de tener una mujer muy despiadada.

La sangre es roja; ni negra ni blanca

Cuenta Eduardo Galeano: “Mis amigos cineastas me habían hablado con mucha admiración de una película considerada un clásico, The Birth of a Nation, El nacimiento de una nación (1915), de David Griffith, el primer largometraje en la historia del cine mudo. Por fin la vi. No vomité a la salida porque mi mamá me dijo que eso es de mala educación. Vi ahí un himno de alabanza al Ku Kux Klan, cuyos cruzados salvan a la civilización blanca de la barbarie negra. No es sutil ni mucho menos. Se presentó en la Casa Blanca y el presidente Woodrow Wilson, el gran liberal, campeón de las libertades civiles, la aplaudió de pie. Cómo no, si él fue coautor del guión. Esto lo comenté, horrorizado, con mis amigos norteamericanos, gente progre. ¡No se habían dado cuenta!”

Otra cápsula galeánica: En 1943, el Pentágono prohibió las transfusiones de sangre negra. Cuando Estados Unidos entra a la guerra, empiezan a funcionar los bancos de sangre para los soldados heridos. Charles Drew, el director de la Cruz Roja, el científico que desarrolló la técnica de las transfusiones, fue obligado a renunciar a su cargo porque se negó a obedecer la orden del Pentágono. Salvó a miles, pero era negro. (Página 278 del libro Espejos) Esto ocurrió hace 15 minutos, en términos históricos. Estados Unidos era un país profundamente infectado de racismo. La elección de Obama señala el comienzo de un cambio en la gente que me parece muy positivo.

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Somos más de lo que creemos que somos, expresa Eduardo GaleanoFoto Sergio Hernández Vega

–Es un libro con muchas historias de mujeres.

–De mujeres desconocidas. Por ejemplo, Olympia de Gouges (página 172). Cuando la revolución francesa propone una declaración sobre los derechos del hombre, esta militante propone una declaración sobre los derechos de las ciudadanas. Y la mandan a la guillotina. O sea, la negación de la mujer como ser humano no es un privilegio de las religiones, como habíamos pensado muchos ateos. También las revoluciones, ateas, laicas, progres, pueden cortarle la cabeza a una mujer. Mis amigos me han dicho. Ajá, entonces vino el Sistema y en su infinita perversidad te ofreció a Condoleeza Rice, negra y mujer. Sí, mis amigos tienen muy mala leche.

–¿Entonces?

–Lo que trato de hacer es ayudar a la recuperación de los infinitos colores y fulgores del arcoiris humano. Estoy postulando la reconstrucción de nuestra diversidad, de nuestros colores, disminuidos, negados, mentidos, escondidos. Hay que recuperar la visión de lo que somos. Somos más de lo que creemos que somos. Esto incluye los escándalos de lesa democracia puestos en evidencia por las guerras. Por ejemplo, Irak. En los diarios leemos la cifra exacta de los muertos del país invasor, pero de los muertos invadidos no se dice nada, nadie sabe. Eso habla de este mundo impregnado de racismo.

Rulfo, Rulfo y Rulfo

–Hay en este libro una cantidad bárbara de horas de lectura, de buceo en bibliotecas, días y días de viajes alrededor del mundo.

–Un trabajo de toda la vida. Viene desde que escribí Memorias del fuego, en mis años de exilio (de 1969 a 1980), mil historias pequeñas sobre la historia de las Américas. Desde entonces tenía la tentación de escribir algo así, pero del mundo. La contrahistoria es mucho más difícil de contar, sobre todo si se hace con literatura de amor, de humor, con altísimo nivel de exigencia para completar esta tentativa de recuperación de la memoria, contada de tal manera que pueda ser leída como las mil y una noches.

–Perdón por preguntar, pero, además de echar mano al oficio periodístico, ¿cómo le hizo?

–Claro que sirve, pero este tipo de tarea es más exigente. Hay otra calidad formal. No existe la urgencia del tiempo, por lo tanto no puede ser pretexto para ser irresponsable. Cuando me preguntan quiénes son mis escritores preferidos, yo digo que son tres: Juan Rulfo, Juan Rulfo y Juan Rulfo. Esa capacidad para decir tanto pero con tan poco, esa calidad de transmitir toda esa energía con tan pocas palabras...

–Es el método de Ventanas, El mundo al revés, Palabras andantes...

–De hecho, de todos mis libros excepto Las venas abiertas de América Latina.

“Pero Espejos es el más loco de todos. Querer contar la historia del mundo en poco más de 300 páginas es una cosa de manicomio. Un caso donde uno entra, se encuentra con un señor que tiene un brazo colocado dentro de la chaqueta, y uno le pregunta: ‘¿y usted quién es?’ ‘Yo soy Napoleón’. ‘Ah, bueno, ¿y quién le dijo eso?’ ‘Y me lo dijo Dios’. Otro loco que pasa por allá interviene y dice: ‘Yo nunca, jamás dije eso’. Un proyecto así es para alguien que esté junto a Napoleón, Dios y todos los demás. Ése es mi caso.”

Asombrosa ignorancia

–¿Estará un poco loco, Galeano?

–Seguro, no un poco. Durante mucho tiempo no me animé a contarle a nadie que estaba en esto. Temía que me tuvieran lástima y pensaran en ponerme una camisa de fuerza. Fuera del libro quedaron muchas historias, pero no cabían, no sonaban en el conjunto de la sinfonía. Fue muy difícil renunciar a algunas porque yo me encariño con lo que escribo, siento que me tocan el hombro y me jalan la manga y me dicen: ‘¿Pero por qué me dejaste fuera? Decime la verdad, ¿no te gusto?’

–Además en el libro hay muchas vueltas al mundo, mucho viaje.

–Y mucha China. Sobre todo mucha África, porque toda América está muy marcada por la influencia negra. Y de eso no sabemos nada, es asombrosa nuestra ignorancia. Yo todo lo que sabía de África me lo enseñó mi profesor Tarzán, que nunca estuvo allí. Él era hijo de la imaginación de un jubilado, Edgar Rice Burroughs, antiguo vendedor de boletos de tren en Inglaterra. Ésa era nuestra única fuente de información sobre África.