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La pieza de Gioachino Rossini se transmitió en vivo desde el Metropolitan Opera House

De retorno a la normalidad y con avidez, la multitud gozó La Cenicienta en el Auditorio

Las medidas sanitarias se siguieron a cabalidad, sin embargo, muchos se quedaron sin butaca

Foto
Para el intermedio, la audiencia, en su mayoría, ya se había despojado del miedo, del tapabocas y demás tapujos, tras gozar la demostración fenomenal de calidad canora y actoral de Elina Garanca. Este fue el primer concierto masivo que se celebró en la capital después de que se levantó la emergencia sanitariaFoto Pablo Espinosa
 
Periódico La Jornada
Lunes 11 de mayo de 2009, p. a11

Los conciertos masivos volvieron a la ciudad de México con excelencia artística, pulcritud en el cumplimiento de las medidas sanitarias dictadas por el gobierno y una avidez patente en la multitud que disfrutó el sábado, en el Auditorio Nacional, la transmisión en vivo de la ópera La Cenicienta, de Gioachino Rossini, desde el Metropolitan Opera House de Nueva York, con una demostración fenomenal de calidad canora y actoral de la hermosa mezzo letona Elina Garanca.

Igualmente impresionante: una multitud mexicana sentada en butacas ocupadas por pares y separadas por números iguales, ataviados con cubrebocas, que observaba a una multitud estadunidense, el público asistente en Nueva York, sin cubrebocas ni pánico ni nada. Las cifras de la pandemia acusan mayor número de infectados y dos muertos en aquellos lares. Aquí, la vuelta a la normalidad se vuelca en una avidez que tomó las calles, los coches, los congestionamientos viales, los lugares públicos. Y las butacas.

Al ingresar al Auditorio Nacional todo se cumplió a cabalidad: un dispensador electrónico de gel para desinfectar las manos, un par de guantes de latex por persona y cubrebocas obligatorio, al igual que una inspección personal con un cuestionario, cuya primera pregunta pudiera resultar aterradora: ¿conoce usted el virus A/H1N1?, ante lo cual, el interrogado responde con una sonrisa entre irónica y de alivio: sí, claro, por las fotos en los diarios, es decir, de lejos, por fortuna.

Paradójico ritual

La pregunta adecuada sería: ¿sabe usted del virus A/H1N1? Pero como el fenómeno de los mass media es tan impactante por su poder detonador de miedos y activador de realidades artificiales, como la del viernes, cuando un periódico flemático interpretó mal una respuesta en una entrevista con Josep Carreras y enseguida, en cuestión de minutos, la mayoría de los medios electrónicos dieron casi por muerto al tenor catalán, hasta que los medios impresos, bueno alguno de ellos, retomó la sensatez y recogió la necesaria aclaración de la mismísima Fundación Josep Carreras.

Así, en la capital mexicana, la mitad de las butacas del Auditorio Nacional recibió un cubrebocas negro, indicador de que no deberían ocuparse, mientras las rojas, el color original, sí, y se demostró una vez más, de manera fehaciente, la incongruencia de las medidas sanitarias: muchos de quienes compraron boletos estaban sin butaca. Paradoja. Hay hacinamientos humanos por doquier (el Metro, salones de clase, mercados sobre ruedas, donde usted quiera), mientras se cumple un ritual entre escenográfico y civil en otros sitios de concurrencia saludable, como los conciertos, los museos, los teatros. El arte, que siempre cura.

Las acomodadoras sudaban por efecto de los guantes de latex y los cubrebocas, pero más que nada por el absurdo de no poder cumplir con su trabajo: acomodar a los asistentes en las butacas. Y eso que la venta de boletos se suspendió para cumplir cabalmente las órdenes superiores sanitarias y mucha gente se quedó con ganas de satisfacer la avidez de desahogar su síndrome de encierro, el fabuloso ensayo de estado de sitio que los tuvo jornadas interminables sin conciertos, sin nada de nada.

Esplendorosa, Elina Garanca

En escena, en contrapunto, recibieron una cascada de bendiciones. Arte en su máximo esplendor. Además de la conmovedora voz de la mezzo Elina Garanca (de cuyo reciente disco documentó La Jornada, precisamente ese sábado 8 de mayo, en su sección Disquero) el resto del elenco, la orquesta, la batuta de Mauricio Benini, pero sobre todo la bendita música del grandioso gordo Rossini, colmó de bendiciones el ambiente

La historia de La Cenicienta, cuya versión operística pareciera una versión budista del ejercicio del bien, fascinó a la embelesada multitud, que al intermedio ya se había despojado, al mismo tiempo del miedo merced al influjo poderoso del arte, del tapabocas y demás tapujos.

Entre las muchas paradojas de la breve temporada que vivimos en peligro: la función de ópera del Met con La Cenicienta fue la última de la temporada en Estados Unidos, mientras en México fue la primera en la vuelta al mundo en 80 miedos: el retorno a México de los gloriosos, hipersaludables conciertos masivos.

En el Metropolitan Opera House de Nueva York, con el final de La Cenicienta, se cumplió el principio budista y de la física al igual que en México y en todas partes: al final, siempre el Bien vence al Mal.

Y vivieron muy felices.

Los enamorados de la historia de La Cenicienta, no el bien y el mal, que siempre conviven en budista y científico equilibrio.

Bienvenido el lento y sinuoso retorno a la normalidad.

Bendita la música.

Que al igual que el amor, salva.