Opinión
Ver día anteriorMartes 9 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Museo del sufragio
E

l Instituto Federal Electoral (IFE) debería tener un museo del voto. Mucho ayudaría a los consejeros de ese instituto, a los partidos, a militantes, a estudiosos e intelectuales conocer la historia del voto y saber que las formas de votar no han sido una sola, sino que han evolucionado y cambiado. El voto es relativo y ha sido un instrumento para cambiar no sólo de representantes, sino las formas mismas de elegir. Los poderes legislativos y los gobiernos han cambiado como ha cambiado también la forma del voto.

La presión de fuerzas políticas con objetivos democráticos, unidas a las aspiraciones ciudadanas, han buscado la perfectibilidad y la ampliación de ese derecho. Por lo mismo, la agresión al voto no ha sido sólo de forma, sino también de fondo, mediante el corporativismo, el clientelismo, el palerismo y la partidocracia. Generalmente, la resistencia a ampliar y dar legitimidad a los procesos electorales ha venido desde dentro mismo del sistema electoral, y más aún desde el poder político y económico que tratan de asegurarse que los sistemas de elección no queden en manos de la pluralidad ciudadana, sino bajo inspección y control de los que se benefician con una democracia controlada, sin sorpresas y administrada.

Paradójicamente, en la lucha por el valor del voto, hasta las campañas por la abstención han sido importantes y parte de la evolución de nuestros sufragios. Hay que recordar en ello que las principales gestas revolucionarias no se han dado a partir del rompimiento con la legalidad, sino en su defensa. En contra de la opinión maniquea o ingenua, han sido las fuerzas conservadoras, las del estatus, las que rompen la legalidad, como se dio en 1910, y son el progresismo, el pensamiento democrático, los que han salido a defender la existente, convirtiendo la defensa de la legitimidad en cambios y reformas. Parte fundamental de la mecánica entre legalidad y legitimidad es el voto y sus formas que cambian de acuerdo con las condiciones políticas generales.

En ese museo del voto debería estar en exhibición no nada más la historia por el sufragio efectivo y el voto de las mujeres, sino también la historia de cómo fueron integrados los funcionarios de casilla con los primeros electores que llegaban, lo cual empezaba en muchos casos a balazos.

En los años de la estabilidad económica de la posguerra y en los tiempos del milagro mexicano (1945-1976) el régimen legitima el aparato corporativo por lo que desde el empleo industrial, la posesión ejidal, el empleo en el gobierno, el comercio o la actividad empresarial se pertenecía de facto al partidazo, llamado Revolucionario Institucional.

Las luchas sindicales, obreras, campesinas, magisteriales, universitarias, estudiantiles, se asomaron a lo político y una y otra vez fueron reprimidas bajo la acusación de romper la unidad nacional protegida por el partido de Estado. La candidatura de Danzós Palomino a la Presidencia, lanzada por los comunistas en 1964 no tuvo registro.

Para contener estos impulsos, el régimen priísta creó como parte de su esquema de libertad electoral a los partidos paleros, subvencionados por el mismo sistema para ocultar el carácter de partido de Estado existente. El palerismo servía de árbol para no ver el bosque.

En 1968, las aspiraciones de cambio democrático van desde la idea de formar partidos electorales, hasta la lucha armada para enfrentar la violencia del régimen con la violencia revolucionaria. En medio, en la lucha social impulsada por la izquierda, se genera la idea de que la abstención activa, cuyo fin era deslegitimar los procesos electorales, controlados por el partido de Estado que lo invalidaban como vía de reformas.

En 1976, José López Portillo es candidato único a la Presidencia. El PAN no presenta candidato y la izquierda, por conducto del Partido Comunista Mexicano (PCM), postula a Valentín Campa como candidato independiente, obteniendo más de un millón de votos. Esa acción abrió puertas y se avanzó.

No obstante, en amplios sectores de la lucha social, el recelo a los procesos electorales, incluso cuestionó los objetivos del régimen en la reforma política de 1977, pues se veía venir la intención del Estado de legitimar una izquierda y deslegitimar a otra. Muchas de las organizaciones sociales que hoy forman parte de partidos pasaron del abstencionismo a ultranza, a las posiciones más electoreras, y ahora se desagarran las vestiduras contra la intención de miles de ciudadanos de anular el voto.

Anular el voto es ir a las urnas y mostrar el rechazo a todos los partidos, sus candidatos y el sistema electoral. Esto los aterra, los hace olvidar y manipular. Juntos, la consulta ciudadana, la abstención consciente, el voto nulo y el voto por candidatos independientes no registrados, cuestiona la obra de la partidocracia, sus gastos, el clientelismo y su vacío programático, que hoy es la principal enemiga del voto, las elecciones y su legitimidad. Esto no viene de la derecha, viene de la aspiración democrática y por eso no quieren contar.