Opinión
Ver día anteriorLunes 20 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
¿Y después qué?
C

ada dato sobre el comportamiento de la economía que producen el Inegi y el Banco de México se acompaña desde algún rincón de una glosa acerca de que la crisis está cediendo y que el pésimo panorama actual empieza a mostrar alguna recuperación.

Estas observaciones parecen, sin embargo, sólo buenos deseos y duran lo que tarda la tinta en secarse de los periódicos y revistas, en lo que se pasa de una superficial información a otra en Internet o en lo que se pone el siguiente anuncio en la radio o la televisión.

Total, eso puede pasar, ya que el costo de estos comentarios es igual a cero para quienes los hacen y genera una utilidad también de cero para quienes los escuchan. La verdad es que la marcha de la economía mexicana sigue siendo muy mala.

El más reciente indicador de Inegi, dado a conocer el viernes 17 de julio, es el de la actividad industrial. En mayo, el indicador cayó en total 11.6 por ciento (respecto del mismo mes del año anterior), y en abril había sido de menos 12.6. En el rubro de las manufacturas, el último dato fue menos 16.3 frente al del mes anterior de menos 17.5 y en la construcción, menos 9.5 contra 11.3 por ciento.

No se puede proyectar de ahí que la fuerte recesión esté cediendo; los registros son sumamente negativos y el deterioro persiste. Además, esto ocurre en un entorno general de desgate económico y social que se retroalimenta. Esto sucede a escala interna e, igualmente, en Estados Unidos, de donde proviene la principal demanda de productos de la manufactura y el único mercado relevante de referencia.

En aquel país se advierte el mismo tipo de discusión. Bank of America y Citigroup reportaron utilidades en el trimestre pasado, pero no se pudo sacar de esa información ninguna conclusión válida acerca de un eventual fin de su mala situación. En ambos casos esas utilidades se debieron a la venta de activos, o sea, que son de una sola vez. En el primer caso se vendió el China Construction Bank y, en el segundo, Smith Barney, la división de corretaje. Citi tiene comprometido hasta 34 por ciento de su capital con el gobierno.

En cambio, Goldman Sachs reportó altas utilidades y se apresta a repartir entre sus ejecutivos millones de dólares en bonos. Hasta ahora parece que los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama han intervenido, pero sin avanzar una reforma significativa del sistema financiero. ¿Será realmente que no pesó la postura del ex secretario del Tesoro Henry Paulson en la forma en que este banco se ha recuperado luego de la intervención del gobierno? Es mera especulación.

Los problemas no se han resuelto, pues, en el campo financiero estadunidense. La empresa Grupo CIT, que presta a casi un millón de pequeñas empresas, ya recibió dinero público y ahora necesita 2 mil millones de dólares más para mantenerse operando. Un nuevo jaque.

La situación, por mejor que se quiera ver, y no hay por qué ser ni catastrofistas ni fatalistas, aún está lejos de empezar a mejorar de modo notable, y la fragilidad es todavía muy grande. Las personas siguen perdiendo sus casas y empleos y tienen grandes deudas, en tanto que sigue cayendo el consumo. La industria automotriz, por ejemplo, está apenas en los primeros pasos de una profunda restructuración.

Todos estos elementos repercuten de modo directo en el desempeño de la economía mexicana. Además, las políticas públicas del gobierno de Felipe Calderón no tienen la fuerza necesaria para contrarrestar, aunque sea de forma mínima, la recesión y se enfrentan a un entorno más restrictivo en los próximos meses.

Estamos en medio de la crisis y la estructura económica en su conjunto se está debilitando. Hablo de la producción, el financiamiento, las finanzas públicas y, en especial, el empleo y el ingreso de las familias. El resultado en este tema que muestra la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2008 es muy revelador: una caída del ingreso de prácticamente 80 por ciento de las viviendas del país tan sólo desde 2006 y, no se olvide, la situación es anterior al efecto más adverso de la actual crisis.

El análisis de las condiciones actuales es crucial, pero incompleto y técnica y políticamente endeble. Igual sucede con la necesidad de desprender las acciones públicas que se requieren y que todavía se mantienen en el gobierno en un marco de pensamiento ya caduco.

Y cuando finalmente se supere la crisis, sea cuando fuere, ¿cuál será la situación de la economía mexicana? ¿En qué posición relativa estará para que haya alguna recuperación sostenible? ¿Cuál será su capacidad competitiva en el mercado de Estados Unidos frente a otros países en un contexto de cambiante estructura productiva y reconfiguración general del mercado de trabajo? ¿De dónde se obtendrán los capitales para acrecentar la inversión?

Hay toda una serie de cuestionamientos relevantes para enfrentar la crisis y prepararse para las condiciones que está provocando en un entorno dinámico a escala internacional.

Esto requiere, sin duda, de una mejor gestión de los recursos con los que se cuenta, de un acoplamiento del orden institucional, de formular una estrategia pública y privada para lo que se viene. Pero la carencia al respecto es ostensible en el país; no se refuerza la capacidad de resistencia ni de reacción, no hay prácticamente ningún pensamiento estratégico de parte de un Estado débil y confuso.