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Para deletrear a Enrique González Rojo
C

omo uno más entre el público, Enrique González Rojo se sentó el pasado 14 de julio en una silla del Club de Periodistas de la ciudad de México. Sencillo como siempre, llegó temprano al acto en solidaridad con Honduras y saludó a sus amigos. Escuchó a los oradores con atención y respeto. Al terminar el acto, se retiró discretamente.

No hubo en ello novedad alguna. Poeta varias veces laureado, filósofo dotado de un pensamiento crítico genuino y profundo, profesor universitario formador de varias generaciones de estudiantes y militante de izquierda comprometido y consecuente, González Rojo es un hombre afable y modesto. Por si fuera poco, está dotado de un extraordinario sentido del humor y sabe hacer reír a las mujeres.

Su atuendo es siempre el mismo, así hable frente a un grupo de obreros, explique su concepción del partido político de izquierda a una comunidad rural o lea uno de sus poemas en un encuentro de intelectuales. Así sea en el calor desbordante de la selva chiapaneca, que en el frío invierno zacatecano o en el caprichoso clima de la jungla de asfalto capitalina, viste de traje, corbata y chaleco.

Hijo y nieto de poetas notables, González Rojo nació el 5 de octubre de 1928 en la ciudad de México. Creció rodeado de libros. Ha dedicado su vida y su obra a la tremenda tarea de deletrear el infinito, practicándolo. Trabajador inagotable, ha publicado más de 30 libros sobre poesía, narrativa y ensayo y, al menos, otros 15 de filosofía. A unos días de cumplir 81 años, sigue escribiendo todos los días.

Como estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras tomó conciencia de la posición filosófica que asumiría posteriormente. De joven, antes de llegar a la UNAM, estudió filosofía clásica alemana, en general, y a Kant y Hegel, en particular. Después se interesó en el existencialismo de Soren Kierkegaard y en Jean-Paul Sartre. Ya en la facultad, bajo la influencia de Elí de Gortari y Wenceslao Roces, descubrió el marxismo. Modificó así su concepción de vida. Tiempo después desempeñó un papel central en la divulgación de la obra de Louis Althusser en México. De las abstracciones de la filosofía alemana pasó a interesarse en la problemática del individuo y luego en la conflictiva social.

En 1955 se integró al Partido Comunista Mexicano (PCM). Fue adscrito a la célula Carlos Marx, inicialmente integrada por Joaquín Sánchez Macgregor, Eduardo Lizalde y él. Seis meses más tarde ingresó a ella José Revueltas. Es una etapa de crisis, descomposición y lucha interna, en la que participa activamente.

Fuera del partido fundó, junto con destacados intelectuales, la Liga Leninista Espartaco, que sostenía la tesis de la inexistencia histórica del PCM. Con el paso de los años, González Rojo se sumó a otros proyectos políticos provenientes, en parte, de la corriente espartaquista. Fue parte del Frente Popular de Zacatecas, de la Organización de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas y del Partido de la Revolución Democrática, con cuya burocracia dirigente chocó muy pronto. Fue integrante de la presidencia colectiva de la Convención Nacional Democrática, impulsada en 1994 por el EZLN.

Dotado de enorme talento para argumentar sus posiciones, en su oratoria apela directamente a la razón. Dedicado durante toda su vida al magisterio, sus intervenciones en asambleas populares y reuniones políticas buscan ser pedagógicas. Sin hacer concesión alguna en el necesario rigor de las palabras, trata, siempre, de utilizar un lenguaje accesible a quienes lo escuchan. Es un profesor que habla para que sus alumnos lo entiendan, no un militante que busca imponer su punto de vista a cualquier precio. Tiene, además, la rara cualidad de saber escuchar a los que no piensan como él.

El poeta, en el sentido existencial del término, dice Enrique, es aquel que no puede vivir sin escribir. Los vates, asegura, llevan a cuestas una carga emocional y tienen la obligación no sólo de cantar, sino de unir al canto la denuncia, el enojo y la violencia verbal.

Autor de complejos textos de filosofía y política, durante toda su vida González Rojo ha buscado vincularse a la lucha de lucha de obreros y campesinos. Colaboró durante la década de los setenta con los sindicalistas del Frente Auténtico del Trabajo (FAT) en charlas de formación y círculos de reflexión. Con los campesinos zacatecanos, los pobres urbanos de Durango y los maestros de educación primaria de la ciudad de México participó en escuelas de cuadros. Generoso, cuando en 1976 le fue otorgado el Premio Xavier Villaurrutia donó el dinero del galardón al FAT y a los electricistas democráticos de Rafael Galván.

Autogestionario y libertario, dedicado a analizar las vicisitudes de la revolución social, González Rojo rechaza el marxismo de manual. Su Teoría científica de la historia, que fue libro texto de los estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades, es un ejemplo de cómo explicar de manera accesible el pensamiento complejo sin perder la riqueza de conceptos e interpretaciones.

Intelectualmente inquieto, ha dedicado muchos de sus análisis a elaborar una teoría marxista del trabajo manual e intelectual, y –antes de 1989– a explicar la naturaleza de a las burocracias socialistas de las sociedades de Europa del este y su relación con la intelectualidad. En los últimos años ha estudiado y reflexionado sobre la obra de Sigmund Freud.

Perseverante en sus principios éticos y en la convicción de que es necesario cambiar el mundo, González Rojo se niega a colaborar con el sistema. Toda su vida ha sido un luchador de izquierda incansable. Quizás por ello, no obstante la indudable calidad de su poesía y la riqueza teórica de su filosofía, la mayoría de sus premios y homenajes se los ha ofrecido la gente, no las instituciones.

Durante la oración fúnebre que González Rojo pronunció por la muerte de su camarada José Revueltas, el poeta advirtió: representa en México la honestidad, y cuando digo honestidad hago referencia a la rectitud política, la rectitud literaria, la rectitud humana. Exactamente lo mismo puede decirse hoy día sobre él.