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A la Mitad del Foro

Votos y devotos intercambiables

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El secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, sonríe durante su comparecencia del jueves pasado ante la Cámara de DiputadosFoto María Meléndrez Parada
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mpieza el año del tigre y en México comprobamos que no le cambian las rayas. Y que, según el proverbio chino, quien decide montar un tigre acaba dentro de el. En cadena nacional, Felipe Calderón hizo un llamado a escribir páginas de gloria; convocó a no permitir que las visiones pesimistas paralicen a México. Reunió a sus embajadores y cónsules en Los Pinos: Se debe, estando fuera del país, hablar bien de México. Y si se es un servidor público, más. Y si se es del Servicio Exterior, muchísimo más. Porque hay quienes se regocijan al hablar mal del país, dijo; y los mexicanos lo juzgan con mucha severidad, magnifican sus defectos y limitaciones en lugar de resaltar sus avances.

Empieza el año del tigre y la derecha se apropia del impulso modernizador, de la irresistible tentación demoledora, de la retórica del cambio. Y los beneficiarios de la transición en presente continuo, asisten al milagro de los conversos, la transformación de apóstatas en apóstoles; al reflejo de los espejismos, al testimonio de los expertos que conocen al monstruo porque han vivido en sus entrañas. Con perdón de Martí. Y concientes de que en este caso no es uno sino varios los monstruos.

Uno, el del miedo a los fantasmas del pasado, cuando se fundieron en el perol conservador los panistas de antaño y los del priato tardío. Otro, el del sufragio efectivo-no relección que devino democracia sin adjetivos y echó a andar a los cangrejos al compás de la clerigalla que revive a los demonios y atribuye a la tímida izquierda artilugios destructores de la moral y de la familia que es la patria misma. Y el de las chaquetas que cambian de color y los combatientes del orden establecido que volvieron al poder de la academia y dejaron atrás la máxima de Mao: no está tras la mira de un fusil; está en las salas de los consejos, en las asesorías, en la convicción de que las ideas, como el dinero, no tienen olor. Ni color aborrecido.

Desde luego, hay diferencias entre los acomodaticios de una clase política que no cree ni en sí misma, y los que de veras pusieron en juego la vida y la libertad en el intento de constituir un poder fincado en la fuerza de las ideas y el aliento de los ideales. Aunque llegaría la hora en que declararon muertas las ideologías y decretaron el fin de la historia. Pero se suicidó el mercado y ahora es la izquierda la que tendría algo que conservar. Pero eso es en el mundo ancho y ajeno del que volvieron embajadores y cónsules a escuchar a su jefe y a ilustrarse con los notables conocimientos de Joaquín Villalobos.

Lo que va de ayer a hoy. Guerrillero salvadoreño, conocedor, como pocos, de la política interna mexicana y de los que aquí hacían como que hacían política. Joaquín Villalobos, ideólogo del largo combate salvadoreño que concluiría con la firma de la paz en el Alcázar del Castillo de Chapultepec. Impecables credenciales. Hoy, Villalobos es asesor del presidente de Colombia, Álvaro Uribe. Irreprochable la relación con el poder; tanto como incontestables sus escritos en la revista Nexos, así como las cifras y estadísticas comparativas de la violencia en México, en Brasil, en Centroamérica y el resto del mundo. Del uso que el mandatario mexicano hiciera de esas cifras, responda el cielo y no él.

No se trata de una réplica del que fuera vocero de Vicente Fox luego de serlo de una fuerza guerrillera. Rubén Aguilar escribe al alimón con Jorge Castañeda, para justificación propia y para alentar la ilusoria cosecha del candidato ciudadano, Jorge Castañeda. Sea lo de Joaquín Villalobos reconocimiento a lo que sabe, el académico y el guerrillero. Y llamado de atención a los adoradores de la democracia sin adjetivos que no parpadean con las luminarias puestas sobre la figura presidencial. Triste parodia de los montajes del cesarismo sexenal: la secretaria Patricia Espinosa se dirigió al presidente Calderón y le dijo: Usted es el principal artífice y, al mismo tiempo, el actor más importante en la construcción de las relaciones internacionales de México. Y palideció la lisonja desmesurada con la que Mario Moya Palencia atribuyó a Luis Echeverría Álvarez el cargo de jefe de las instituciones nacionales.

En el servicio exterior, en el Senado, en la Cámara de Diputados, en el gabinete renovado una y otra vez, se multiplican los ex votos de los devotos del presidencialismo. Fernando Gómez Mont montó en ira y acusó a los priístas de críticas infantiles al Presidente; haber dicho Manlio Fabio Beltrones que Felipe Calderón es presidente que no escucha, resulta inaceptable, pecado de lesa majestad. No se borran las rayas del tigre. Para presidentes de altura, ministros de cabotaje, decían en los años del maximato. Ernesto Cordero Arroyo, opaco secretario de Hacienda, compareció ante la Comisión Permanente y no respondió uno solo de los muchos cuestionamientos que le hicieron.

Digamos que a ninguna pregunta directa. El diputado César Augusto Santiago le preguntó sobre el destino de los cuantiosos recursos de los subejercicios, de los multimillonarios decomisos, los ingresos por operaciones en mercado cambiario, o el ilegal anticipo de remanentes de banco central y de los aumentos a precios y tarifas oficiales. Nada. Juan José Suárez Coppel compareció. Nada. Salvo indolencia, desprecio, desconocimiento de la separación de poderes. En otros ámbitos, otras voces se alzaron en defensa del presidencialismo acotado: José Ángel Gurría, el citoyen du monde, habló a nombre de la OCDE y cantó la palinodia de las oposiciones que se lastran a sí mismas y lo lamentan cuando llegan al poder: propuse una reforma fiscal a fondo y el PAN la impidió; ahora el PAN la propuso y el PRI la impidió.

Gerardo Ruiz Mateos, secretario de Economía, saludaba a las galerías con gesto de candidato frustrado. Alejado de la presión de los legisladores, Juan José Suárez Coppel diría con amplia sonrisa que las contrataciones de Pemex se hacen de manera cara, mal, tarde e ineficiente. El sindicato de trabajadores petroleros espera turno al pie del cadalso y los dirigentes del paralizado movimiento obrero asisten a la extinción del sindicalismo: Nadie hable mal de la labor de zapa del secretario Lozano. Pero en el exterior, la Federación Internacional de Sindicatos de Trabajadores de las Industrias Química, de Energía, Minera y en General, con veinte millones de afiliados en el mundo, condena la política antiobrera del gobierno de Felipe Calderón.

De algo sirven los votos. Con y sin reformar los excesos de la representación proporcional, sin ser la mayoría, decían los timoratos, el PRI podría aprobar cualquier reforma no constitucional y el presupuesto; nombrar al Auditor Superior de la Federación; tener la mesa directiva el primer año; controlar la Junta de Coordinación Política, y encabezar el mayor número de comisiones.

Por eso, mientras el PRD rehace alianzas y Jesús Ortega habla de postular a Lino Korrodi como candidato a gobernador de Tamaulipas, las falanges de César Nava buscan la forma de unirse a la candidatura ecuménica de Gabino Cué en Oaxaca, con una vela prendida a Calderón y otra a López Obrador.

Y todavía hay quienes se desgarran las vestiduras por la presencia de Cuauhtémoc Cárdenas en el acto conmemorativo de la Ley Agraria del 6 de enero. En la Casa del Agrarista, de la CNC, la central campesina del cardenismo que repartió la tierra a los peones acasillados. Siempre será bienvenido, le dijo Beatriz Paredes.

Hay elecciones este año. Y el que no asegunda no es buen labrador.