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Disquero
Un lobo aullador nada feroz (aunque no nada nada porque no trajo traje)
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Periódico La Jornada
Sábado 10 de abril de 2010, p. a16

Lobo Aullador. Dos metros de estatura, 136 kilos moviéndose de manera imperceptible en cuanto la dirty note, la límpida nota sucia que estimula y limpia el alma del más entrañable blues, rasga como un aullido agudo las tinieblas de la noche. Son las tres de la madrugada, la hora del lobo, como cantaban unísonos Soren Kierkegaard e Igmar Bergman, el tiempo en que los enfermos o se curan o se agravan y los moribundos se van o vuelven a la vida. En ese instante tremebundo un cañón de voz, un diámetro canoro del tamaño del drenaje profundo de la ciudad de México, una emisión de sonidos poderosos que arrastra a su paso rocas, árboles, autos y personas, suena con una ternura infinita, una dura delicadeza en cuya contradicción, drama auténtico, radica uno de los miles de misterios que conforman el encanto irresistible del blues, blús, bluuuuuussss, esa bendita música del alma.

Ni falta que hacía que le podaran el apelativo para apodarlo Lobo Aullador. Alguien que se llame Chester Arthur Burnett (1910-1976) ya tiene seguro su ingreso en la historia, en una novela de Julio Cortázar o en un filme de los hermanos Coen.

Al Lobo Aullador le quedaban seis años de vida cuando quiénsabecómo cupo en uno de los asientos de la aeronave que lo llevó a Londres. Lo esperaba una turba de ilusionados alumnos: Eric Clapton, Micky Jagger, Bill Wyman, Charlie Watts, aunque estos dos últimos tuvieron, como dirían los clásicos, problemas de agenda de última hora y entraron de emergentes el bajista Klaus Voorman y el extraordinario baterista de blues don Ringo Starr, quien tuvo que firmar con seudónimo, Richie, para evitar broncas con su disquera, pues Beatle era aunque en blusero se quiso convertir, al menos por un track del disco que hoy nos ocupa, porque al día siguiente llegaron sudorosos y emocionadísimos los entonces jovenazos Wyman y Watts a tomar clases con el maestro venerado, con el padre fundacional, con Muddy Watters, del blues moderno de Chicago.

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Antes de iniciar el track siete de este disco se escucha un fragmento de las clases magistrales que dictó el maestro a sus pupilos durante cinco gloriosos días en un estudio de grabación en Londres. Por supuesto que las lecciones las dictó haciendo música, pero cuando hablaba, como Zaratustra, así habló: “¿puedo decir algo?, bueno, sólo es una sugerencia, ahí ustedes deciden si les gusta o no, pero me gustaría que tocaran bien salvajote, con un beat de jungla, así, miren”.

Maestro verdadero, el que ejerce el don de la humildad. Como la ejercieron en sus años de aprendizaje Dios, es decir, Eric Clapton, y los mismísimos Rolling Stones (que tomaron su nombre de una rola de Muddy Waters). A la pléyade de jovenazos, pupilos ya todos unos stars, se unió el también legendario Steve Winwood en sesiones de estudio en Chicago.

El disco es un clásico, una joya recuperada: The London Howlin’Wolf Sessions (Chess Records), grabado originalmente en mayo de 1970 y ahora remasterizado en la serie Rarities Edition Collector’s Tracks, con tres piezas no incluidas en el original y 12 tomas alternas y remezclas varias. Un auténtico tesoro musical.

Con las carreras posteriores de Steve Winwood, Eric Clapton y los Rolling Stones, se cumplió entonces el refrán: quien con lobos se junta, a blusear aprende. Lo confirma el viejo adagio japonés: Esokeniké.