Opinión
Ver día anteriorLunes 24 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Toros
¿La Fiesta en Paz?

Tragedia y comedia

L

a grandeza y el misterio de la tauromaquia no se sustentan en el peligro ni en las cornadas, eventualmente mortales, sino en la capacidad de remontar ambos para acercarse, también eventualmente, a los restringidos territorios del arte, que no es posturismo efectista sino expresión fugaz de lo más recóndito del alma humana.

De la dramática verdad torera de Arturo Macías, El Cejas, en el coliseo de Nimes el pasado jueves, frente a un deslucido y peligroso lote del hierro de José Vázquez –reciprocistas, abstenerse, pues acá no se cansan de aplaudir las becerradas que maternales y colonizadas empresas les sirven a los figurines importados–, exponiendo el físico, a la sobrecogedora escena en que el diestro sevillano Julio Aparicio salvó la vida de milagro, pasando por el decepcionante festejo de ayer en la plaza Conchita Cintrón –un poco de respeto, carajo– en el manoseado municipio de Atizapán de Zaragoza, estado de México.

A Julio Aparicio le salió barato el percance sufrido en la plaza de Las Ventas, el pasado viernes 21, menos grave que el similar del mexicano de León, Guanajuato, Antonio Velázquez, en la plaza El Toreo de Cuatro Caminos, en marzo de 1958, del que saldría airoso para, tras numerosos percances en el ruedo, 11 años más tarde perder la vida al caer de la azotea de su casa y confirmar la abismal diferencia que hay entre el rayo –cualquier accidente– y la raya –destino final de todo ser viviente, incluidos los pobrecitos que se sueñan poderosos e inmortales para cometer estupideces por tiempo indefinido.

A Aparicio le faltó conocer el recurso de Manolo Martínez, que se rodaba rápido cuando caía en la cara del toro, lo que lo salvó de muchas cornadas. En cambio Julio, con 41 años de edad y 20 de alternativa, se quedó en el suelo y en el viaje del toro, sin atinar a esquivar el certero derrote que penetró por el cuello y le salió por la boca. Si al llevarlo prendido el toro le pisa un pie, le arranca el maxilar inferior y media cara, lo que por fortuna no ocurrió.

En Atizapán, en cambio, en la ahora plaza Conchita Cintrón, luego de una brillante novillada inaugural, el domingo 16, con reses de Joselito Huerta e importantes triunfos de Oliver Godoy y Paulo Campero, ayer se dio una charlotada con utreros de San Judas Tadeo en la que ni Fermín Spínola ni Manolo Lizardo lograron remontar una feria que debió tener un final más digno y menos congestionado, por lo menos de automóviles.