Opinión
Ver día anteriorJueves 3 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Eurídice
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ara el vigésimo quinto aniversario del Teatro Helénico regresa Otto Minera, cuya trayectoria está indisolublemente ligada a ese Centro cultural, del que fue director durante largos y fructíferos años. Minera, como director escénico y traductor eligió un texto de la estadunidense Sarah Ruhl, la joven dramaturga que triunfa en los teatros de su país y entre nosotros es prácticamente desconocida a excepción de alguna lectura dramatizada de escaso eco. Cabe recordar que Otto Minera parece especializarse en presentar a autoras –como Paula Vogel, de quien Ruhl es discípula– y autores del país del norte que de otra manera desconoceríamos. Con Eurídice, la dramaturga retoma el viejo mito del descenso de Orfeo al Inframundo en búsqueda de su amada dríade Eurídice que ha dado lugar a tantos poemas, óperas –la más conocida es la de Gluk– y textos dramáticos sin olvidar la metafórica alusión que hace Tennessee Williams, con quien Minera compara a Sarah Ruhl, del tema en su Orfeo desciende.

La autora retoma el mito de manera diferente al habitual, no sólo en que acentúa el protagonismo de la enamorada y baja el de su esposo, como ya se ha advertido en muchos análisis, sino que toca muchos otros temas (muy tangencialmente alude a los Misterios órficos en la dualidad cuerpo alma que llevarían a la rencarnación) como, además del amor de hombre y mujer, el filial, ya que parece que la autora dedicó su obra al padre muerto, y el olvido –Eurídice bebió en la Fuente del Olvido en esta versión– como alivio de los recuerdos que duelen más, ya que Orfeo empieza a olvidar las palabras en contraposición con el ser mitológico que nunca olvidó a su amada, lo que según una versión hizo que lo mataran celosas mujeres a las que no podía amar.

Los personajes aparecen como seres contemporáneos en su vida en la tierra y aun en el inframundo. Eurídice es una joven amante de la literatura y no la dríada mitológica, mientras que Orfeo ha dejado de ser el que encanta a todos con su música y es un joven que hace canciones. Ambos recrean un amor humano y llevarán a cabo una boda normal, aunque la carta que desde el Hades envía el padre de Eurídice establece un elemento perturbador, máxime cuando Aristeo aparece aquí como un Desagradable Hombre Interesante que usa esa carta para intentar seducir a la novia el día de su boda. El contacto entre los mundos se establece antes de que Eurídice muera y el hecho de que el mismo actor (Arturo Barba) interprete al extraño seductor y a un infantilizado Señor del Inframundo también enamorado de la joven, en una propuesta que ignoro si es del director o de la autora, juega con múltiples posibilidades. La ambigüedad de Eurídice llamando a Orfeo para que voltee cuando está a punto de rescatarla, abre muchas otras.

La estructura dramática se da en escenas de diferente duración que se van alternando, lo que requiere muchos cambios escenográficos. Otto Minera y el escenógrafo Philippe Amand optaron por el minimalismo, con un espacio en dos posibles planos apoyados por telones que modifican el entorno y por proyecciones debidas a Omar Gáffare. De esta manera, el cuarto que Eurídice reclama en el Inframundo al coro de las tres grotescas piedras guardianas, y que le es dado por órdenes de su señor, queda dibujado por líneas entrecruzadas, por poner un ejemplo, o la caída de la joven desposada, o el campo florido de los escarceos amorosos y otros. Los actores tienen escenas de interacción y diálogo y otras de monólogos en algunos casos, lo que logran cumplir con acierto. Ana Serradilla es una bella y cumplida Eurídice con los tonos y matices de su personaje. El estupendo Alejandro Calva encarna a ese padre, que extrañamente sale a trabajar en el Inframundo, paciente y cariñoso. Luis Gerardo Méndez es un distraído y enamorado Orfeo que canta con buena voz la canción que compone a su amada. Arturo Barba, arrogante y extraño como el seductor, no logra, empero, los matices de un Señor del Inframundo irrisoriamente convertido en un niño. Está el coro de las tres piedras, Ramón Barragán, Isabel Aerenlund y Luis Villanueva, grotescos y exactos en sus movimientos y en sus parlamentos. Las creativas María y Tolita Figueroa diseñaron el vestuario, Jacobo Lieberman la música original y la escenofonía corresponde a Rodolfo Sánchez Alvarado.