Opinión
Ver día anteriorMiércoles 9 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Leyendo las entrañas de la bestia
L

as autoridades económicas en Estados Unidos y Europa tienen problemas para leer las señales sobre la evolución de la crisis. Es normal. Sus instrumentos analíticos no están diseñados para volar en mal tiempo. El aterrizaje puede ser algo accidentado.

Es cierto que los indicadores acarrean mensajes muy ambivalentes. Por ejemplo, la economía estadunidense ha experimentado algo de crecimiento en el PIB para los últimos trimestres, de ahí que se habla de recuperación. En abril el número de empleos alcanzó la cifra de 450 mil y rebasó las expectativas de muchos analistas, lo que permitiría pensar que el estímulo fiscal puede estar funcionando.

Pero el crecimiento del PIB sigue siendo modesto y no está claro cómo se va a sostener. Y de las cifras de empleo en abril, 411 mil fueron generados por el gobierno, casi todos de carácter temporal (desaparecerán en unos meses), mientras que el sector privado apenas creó 41 mil empleos. El sector privado no está generando empleos. Los consumidores tampoco están lanzándose a los centros comerciales a comprar. Eso también es normal porque su problema en el momento actual es ahorrar, desendeudarse y restablecer sus balances.

Desde la Reserva federal, Bernanke reconoce que la recuperación es débil, que sus efectos no se notarán durante meses y que lo más probable es que el desempleo permanezca en niveles de dos dígitos durante una larga temporada. Pero eso no le impide señalar que está llegando el momento en que el banco central tendrá que comenzar a incrementar la tasa de interés aún antes de que la economía alcance el pleno empleo. Todo esto revela que el mundo de la política macroeconómica sigue dominado por la estupidez neoliberal. La gigantesca crisis económica y financiera que sigue asolando al mundo no fue suficiente para cambiar de paradigma.

Para culminar sus declaraciones, Bernanke reconoció que realizar pronósticos económicos en el contexto actual es algo así como leer las entrañas de un animal. Para provenir de un presidente de banco central, es una confesión asombrosa.

Hace unos meses el debate macroeconómico estaba dominado por el tema de la estrategia de salida una vez que se consolide la recuperación. Pero en Europa esta discusión se descarriló por la crisis de la deuda soberana. A partir de la debacle de la deuda griega, el miedo a un contagio en otros países desvió la atención. En lugar de dar prioridad a la necesidad de asegurar una recuperación sólida, con una trayectoria de bienestar y sustentabilidad, hoy lo urgente es calmar a los mercados financieros. Poco importa que el desempleo se afirme en niveles alarmantes, lo que ahora importa es corregir los desequilibrios fiscales. No sea que los mercados se inquieten al observar el tamaño de los agujeros en las finanzas públicas.

Este problema no es privativo de los países de la zona euro. Inglaterra y su libra esterlina también están en la mira de las agencias calificadoras. La libra cayó el lunes debido a la observación de la agencia Fitch sobre el desafío formidable que enfrenta el nuevo gobierno de coalición en materia fiscal. Al primer ministro no le ha quedado más remedio que anunciar nuevas medidas de austeridad para controlar el servicio de la deuda soberana inglesa. Mientras tanto, en Berlín la Merkel impone el programa de austeridad más feroz en la historia de la nueva Alemania.

Claro que para las autoridades económicas en los principales países capitalistas es difícil leer las entrañas de la macroeconomía sacrificada en el altar de las finanzas. Sus anteojos son los de la teoría macroeconómica neoliberal tan enraizada en los centros de poder. A través de ese cristal las economías capitalistas funcionan correctamente y la crisis no debería de haber estallado. Aunque usted no lo crea, es lo que predomina en muchos bancos centrales. El corolario es que para entender lo sucedido se necesitan computadoras más poderosas y modelos econométricos más complejos.

No ayuda mucho la visión alternativa según la cual la convergencia al equilibrio se ve impedida por fricciones o choques externos porque la receta de política macroeconómica que se desprende es que hay que deshacerse de la fuente de esas fricciones: los sindicatos y las regulaciones.

La conclusión de estas dos visiones del mundo es que hay que regresar a la economía neoliberal, con sus presupuestos equilibrados y sus cuentos de hadas sobre mercados bien portados y recursos eficientemente asignados.

Los arúspices eran adivinos etruscos que examinaban las entrañas de un animal sacrificado en un ritual especial para identificar presagios. En el senado romano se les tomaba en serio y eran consultados antes de tomar decisiones importantes. Pero pronto se les consideró como charlatanes y dicen que dos arúspices no podían mirarse sin reírse. Quizás esa es la única diferencia con los practicantes de la macroeconomía neoclásica, que insisten en poner caras serias para que todos tomen en serio su mitología.