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Algunas tesis equivocadas sobre América Latina (y el mundo)
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A un paciente afectado por el terremoto del 12 de enero de este año le sacan sangre en Puerto Príncipe para análisis clínicos, ayer en el hospital de la Universidad Estatal de HaitíFoto Ap
L

a crisis actual significó el fin del neoliberalismo, de la hegemonía norteamericana y conducirá al fin del capitalismo.

–La mayor equivocación de esta visión es considerar que un modelo, una hegemonía o un sistema social termina sin que sea derrumbado y sustituido por otro cuando el sur del mundo –u otro bloque– proponga alternativas y sea capaz de construirlas. El neoliberalismo no ha terminado, se modera con grados de apoyo estatal.

Se puede y se debe cambiar el mundo sin tomar el poder.

–El proyecto de transformaciones profundas de la sociedad por la base sin que desemboque en la alteración de la relaciones de poder, no conduce a ningún proceso real de transformaciones de las sociedades latinoamericanas. Por el contrario, los movimientos sociales –como los bolivianos– que transformaron su fuerza social en fuerza política, son los que protagonizan procesos reales de cambio en el mundo.

El Estado nacional se convirtió en un elemento conservador.

–Los gobiernos progresistas de América Latina se están valiendo del Estado sea para regular la economía, para inducir el crecimiento económico, para desarrollar políticas sociales –entre otras funciones–. Son los gobiernos neoliberales los que desdeñan al Estado y transforman sus funciones en mínimas, dejando espacio abierto para el mercado. Los procesos de integración regional y de alianzas en el sur del mundo tienen también a los estados como protagonistas indispensables.

La política se tornó intrascendente.

–Falsa afirmación. Los gobiernos progresistas de América Latina rescataron el papel de la política y del Estado. Si no hubieran hecho eso, no podrían reaccionar como lo hacen ante la crisis.

En nuestras sociedades hay millones de inaptos para el empleo.

–Esta afirmación, originalmente de Fernando Henrique Cardoso, buscaba justificaciones para los gobiernos oligárquicos: que gobernarán siempre sólo para una parte de la sociedad, excluyendo a los más pobres ahora bajo el pretexto de un supuesto desempleo tecnológico que prescindiría de gran parte de los trabajadores. Los gobiernos progresistas asocian el reimpulso al desarrollo económico con la elevación constante del empleo formal y el aumento del poder adquisitivo de los salarios.

Los movimientos sociales deberían mantener su autonomía en relación a la política.

–Los movimientos sociales que obedezcan a esa visión abandonarán la lucha por la construcción de hegemonías alternativas, aislándose, cuando no desapareciendo de la escena política, cuando se pasa de la fase de resistencia a la de construcción de alternativas. Hay que recordar que movimientos como los indígenas de Bolivia formaron un partido –el MAS–, lucharon y eligieron a su principal líder como presidente de la república. En otros países, los movimientos sociales participan en bloques de fuerzas de apoyo a los gobiernos progresistas manteniendo su autonomía, pero participando directamente en la lucha por la construcción de una nueva hegemonía política.

Solamente se sale del neoliberalismo a través del socialismo.

–Hay quienes afirman que como el capitalismo ha llegado a su límite con el modelo neoliberal –sea por la mercantilización general de las sociedades, sea por la hegemonía del capital financiero–, sólo se saldría de él con el socialismo. No se tienen en cuenta las regresiones en los factores de la construcción del socialismo, del Estado, de la política, de las soluciones colectivas, del mundo del trabajo, entre otros. Las transformaciones introducidas por el neoliberalismo –entre ellas, la fragmentación social y el modo de vida norteamericano como forma dominante de sociabilidad– representan obstáculos que sólo podrán ser vencidos en una larga y profunda lucha política e ideológica, para volver a colocar el socialismo a la orden del día.

La alternativa a los gobiernos de Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay sólo está a la izquierda y no a la derecha.

–El fracaso de los intentos de construcción de alternativas radicales a la izquierda de esos gobiernos, confirma que la polarización política se da entre los gobiernos progresistas y las fuerzas de derecha. Esta situación ha llevado a que frecuentemente sectores situados a la izquierda de esos gobiernos, tengan objetiva e incluso conscientemente que aliarse con el bloque de derecha, terminando por definirse sin equidistancia de ambos bloques, viendo al bloque progresista como enemigo fundamental.

Los actuales procesos de integración son de naturaleza capitalista.

–Esa visión descalifica todos los procesos de integración regional, porque no se realizarían mediante una ruptura con el mercado capitalista internacional, porque representarían integraciones en el marco de sociedades capitalistas. Se incluirían no sólo Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina, sino también Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador. Se deja de comprender la importancia de la creación de espacios de intercambio alternativos a los tratados de libre comercio. No se entiende la importancia de la lucha por un mundo multipolar, debilitando la unipolaridad imperial norteamericana. No se entiende cómo la Alba promueve formas de intercambio alternativas al mercado, a las reglas de la OMC, en la dirección de lo que se llama comercio justo, solidario, de complementariedad y no de competencia.

Existe una izquierda buena y una mala.

–Quien sostenga esta posición quiere dividir a la izquierda, intenta cooptar a sus sectores más moderados y aislar a los más radicales. La izquierda es antineoliberal y no está a favor de los TLC, privilegia las políticas sociales y rechaza los ajustes fiscales con los matices que tiene cada uno de los gobiernos progresistas.

El periodo actual es de retroceso en América Latina.

–Algunos sectores, con criterios desvinculados de la realidad concreta, difunden visiones pesimistas, desalentadoras, de América Latina. A veces, usan el criterio de la posición que ocupan los movimientos sociales en cada país en relación con la constitución de los gobiernos para definir si hay avances o no, en vez de definir la naturaleza de esos movimientos en función de la posición que tienen en relación con esos gobiernos. Subordinan lo social a lo político, sin darse cuenta de los extraordinarios avances del continente, mayores si se comparan con la década anterior y con el marco internacional profundamente marcado por el predominio conservador. Es un pesimismo producto del aislamiento social, de quien está al margen de las formas concretas por las cuales avanza la historia en el continente.

En elecciones como la uruguaya, la brasileña y la argentina, para la izquierda da lo mismo quien gane.

–Se dice eso como si la victoria de Lacalle o de Mujica representaran la misma cosa, o como si el retorno de los tucanes o la victoria de Dilma Yousseff tuviera el mismo sentido, como si la sustitución de los Kirchner por Duhalde, Reuteman, Cobos o algún otro prócer de la derecha argentina significaran lo mismo para el país. Consideran que se trataría de contradicciones interburguesas, sin mayor incidencia, desconociendo el alineamiento de las principales fuerzas políticas y sociales de cada uno de los dos campos, pero sobre todo las posiciones de profundización y extensión de las procesos de integración regional o de los TLC, de prioridad de las políticas sociales o de ajuste fiscal, del papel del Estado, de la actitud en relación a las luchas sociales, al monopolio de los medios privados, al capital financiero entre otros temas, que diferencian claramente a los dos campos.

El nacionalismo latinoamericano contemporáneo es de carácter burgués.

–Desde que comenzaron a resurgir ideologías nacionalistas en América Latina con Hugo Chávez, hubo gente que se apresuró a compararlo con Perón, a descalificarlo como nacionalismo burgués o simplemente como nacionalismo que nada tenía que ver con la lucha anticapitalista, etcétera. Usaron aquí también clichés sin hacer análisis concretos de las situaciones concretas. El nacionalismo de gobiernos como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador –que recuperan para el país los recursos naturales fundamentales de que disponen–, son parte integrante de la plataforma antineoliberal y anticapitalista de esos países. Cada fenómeno adquiere naturaleza distinta, según el contexto en que está inserta cada reivindicación, conforme cada gobierno asume un carácter diferente. En el caso del actual nacionalismo, en América Latina está promoviendo, además de lo anterior, procesos de integración regional que le dan un carácter no sólo nacional sino latinoamericanista.

(Publicado en Punto Final, edición número 712, 25 de junio, 2010)