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En El guante negro, el autor hace confluir la tríada arte, erotismo y espíritu religioso, místico

Doce cuentos epifánicos componen el nuevo libro de Hernán Lara Zavala

El relato requiere de una suerte de inspiración que debe notarse, afirma en entrevista

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El espíritu religioso es el fundamento de todo arte; esa visión un poco mística que permite que el artista se comunique con su tema, expresó el autor en charla con La Jornada Foto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 6 de septiembre de 2010, p. 9

El 16 de junio de 1904, el escritor James Joyce salió a caminar por las calles de Dublín para conocer –así lo decidió– a la mujer que lo iba a acompañar el resto de su vida (y que sería inspiradora fundamental de su obra): Nora Barnacle. De la recreación de esta anécdota real nació el cuento El guante negro, que da título al libro más reciente de Hernán Lara Zavala.

Joyce y Barnacle mantuvieron una prolongada relación, tan intensa en lo sexual como tormentosa en lo emocional (registrada en las famosas y sicalípticas cartas que él le dirigió a ella). Lara Zavala especula sobre cómo pudo darse el primer encuentro entre ambos: subrepticio, breve, intenso. Joyce quería tener una relación como la que tuvo con Nora, para él era fundamental, se jugó todo por ella.

La fecha del encuentro fue tan importante para el escritor que en ella ubica las acciones de su novela Ulises.

En este cuento –evidente homenaje a Joyce– Hernán Lara explora los elementos que dan sentido al resto del libro: la relación entre el arte, el erotismo y el espíritu religioso (no la religión).

Un total de 12 relatos conforman el libro editado por Alfaguara: Y si una tarde de casualidad, Desayuno con champaña, Arte garañón, Muñecas rotas, La risa del señor, Oblación, La escritura en la pared, Proyecto inconcluso, René, mi prójimo, A Ronchamp y @la cama por la letra. No todos relacionados con Joyce, aunque sí unidos por la tríada antes mencionada: arte, erotismo y espíritu religioso.

“Me parece –dice en entrevista– que el espíritu religioso es el fundamento de todo arte; esa visión un poco mística que permite que el artista se comunique con su tema; como en las religiones agnósticas, donde se sustituye al Dios que nos enseñaron por uno más abierto, más apegado a la creación y que refleja una concepción un poco religiosa del mundo.”

Se trata, desde ese punto de vista, de cuentos epifánicos, como surgidos de una revelación: la inspiración tiene que notarse en un cuento, no así en una novela, donde tienes que ir con paso más lento, más seguro, más reflexivo, para caracterizar a los personajes; el cuento requiere de una arquitectura interna muy diferente a la de la novela, y de una suerte de inspiración; por eso les llamo epifánicos.

Después de un paseo por los caminos de la novela, con El guante negro y otros cuentos, Hernán Lara Zavala vuelve al género con el que se inició como escritor (Ziltilchén, El mismo cielo, Después del amor) y en el que tuvo a maestros como Juan José Arreola, Juan Rulfo, José Revueltas y Juan García Ponce.

–¿En El guante negro... ya es el cuentista que quiere ser?

–Vamos a decirlo así: a esta edad, casi sesentón, soy el cuentista que inevitablemente tenía que ser; es ya un libro de madurez, un libro pensado, no pergeñado. Son los cuentos que tenía que escribir al llegar a este punto.

–Mencionaba la importancia de Nora Barnacle como inspiradora de la obra de Joyce. ¿Para usted no hay literatura sin musa?

–No la hay. Pero vamos a decirlo de otro modo: no hay literatura sin objeto amoroso. ¿Por qué lo vamos a constreñir al sexo opuesto? Pienso en los sonetos de Shakespeare o de Miguel Ángel, cuyo objeto de deseo era un hombre. Las obsesiones cristalizan en eso. Cuando la publicación de Lolita causó un gran escándalo, Nabokov dijo algo que me parece muy interesante: si en el devenir de la historia de veras es importante que un hombre de 40 años haya seducido a una chica de 13, entonces no tiene sentido esta vida: lo que importa es que yo convertí a Lolita en obra de arte.

Si no la hubiera convertido en un prototipo del amor, ahí se hubiera quedado, como una mocosa sensual.

En su conjunto, los cuentos de El guante negro revaloran una forma de relacionarse sexual y amorosamente que tuvimos los que fuimos jóvenes en la segunda mitad del siglo XX.

Hoy “han cambiado mucho las cosas; no dejo de sorprenderme de cómo se relacionan ahora los jóvenes, en esas fiestas donde se emborrachan y tiene una relación de una noche. Desde mi muy particular punto de vista hace falta la parte más importante de la relación erótica y amorosa, que es la sacralización del hecho; no como lo de Joyce, no es el acto en sí mismo, sino lo que pasó o pudo haber pasado en su circunstancia, en la que ella no quiere que su mano toque la piel del hombre, el guante negro marca una distancia que no hace gran diferencia con el resultado.

Falta el juego de la seducción, la duda de si me va a aceptar o no, pero me voy a arriesgar, voy a poner mi ingenio y la consumación es un gran premio. No me gusta que no haya que invertir un poco de talento, de coqueteo, de juego, y que la ropa y la conversación. Tiene que haber un involucramiento, una mímesis, un anhelo de estar con el otro. Hace falta una mística del erotismo.