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Un debate de 1550, sobre si los indígenas tienen alma, germen de la obra de Carrière

La controversia de Valladolid da pistas sobre el origen de la Independencia y la Revolución

Con traducción y montaje de José Caballero, se repone en el teatro Juan Ruiz de Alarcón

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Aunque en la obra abundan los diálogos, las reflexiones y la relación sobre las cosas de la llamada Nueva España, la historia fluye con mucha agilidadFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Lunes 13 de septiembre de 2010, p. a11

El tema de la puesta en escena La controversia de Valladolid no es broma ni dislate, aunque parezca. El asunto que trata más bien fue una aberración histórica, intelectual y religiosa que refleja el sustento ideológico de la violencia exacerbada de la Conquista y de la brutal explotación durante la Colonia en México.

Además, con el agravante de que los acontecimientos y la ideología dominante en aquella época dejaron secuelas de racismo, frustración y sentimientos de inferioridad, como individuos y como nación, aún muy arraigados en la sociedad mexicana.

La controversia de Valladolid es una obra que debería ver el mayor número de mexicanos posible, porque ofrece varias pistas de las causas de la Independencia y también de la Revolución, movimientos hoy celebrados, pero poco comprendidos.

Aunque ahora suene todavía más absurdo que en el siglo XVI, pero en los primeros años de la Colonia uno de los principales debates en España y en los territorios ocupados como México tomaba como punto de partida la pregunta: ¿los indígenas tienen alma, son humanos a plenitud?

Para llegar a una conclusión, en 1550, en un convento de la ciudad de Valladolid, España, debatieron de manera amplia, intensa e interesante dos personajes. Uno era fray Bartolomé de las Casas, conocido como protector de los indios, quien pretendía revertir la destrucción de las civilizaciones mesoamericanas y de sus habitantes.

El otro era el filósofo Ginés de Sepúlveda, quien planteaba que los americanos originarios no tenían alma y que, si acaso eran humanos, ocupaban un lugar inferior en esa especie, con lo cual avalaba el avasallamiento colonial.

Un tema más que interesante para que el dramaturgo francés Jean-Claude Carrière escribiera en 1992 La controversia de Valladolid, bajo el influjo de otro debate, el de los 500 años de la llegada de los europeos a América: ¿invasión o encuentro de dos mundos diferentes?, ¿debía celebrarse o sólo conmemorar ese acontecimiento?

La obra es puesta de nuevo, dirigida por José Caballero, quien hizo la traducción junto con Rosamarta Fernández, ahora en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario, de jueves a domingo y hasta el 7 de noviembre.

Armados con ideas

La obra arranca cuando un personaje contemporáneo entra en motocicleta al escenario, baja y es vestido como fray Bartolomé de las Casas. Ya instalado en el primero de los tres niveles de una enorme estructura de tubos y parrillas de metal, el fraile se enfrentará a Ginés de Sepúlveda.

Las armas de ambos son las ideas, pero en Ginés también lo son los prejuicios y la doble moral de la época: por un lado, evangelizar y llevar la civilización a los territorios invadidos y, por otro, explotar de manera intensiva la mano de obra local y los recursos naturales.

Los estamos destruyendo mediante abusos, violaciones, explotación, mutilaciones, torturas y masacres masivas, y ellos nos habían recibido con frutos, flores y regalos, son buenos y dóciles, criaturas de Dios, pero han perdido el deseo de vivir, expone De las Casas. Es la guerra, la naturaleza humana, la evangelización, la propagación de la palabra de Dios, intenta justificar el enviado del Papa al principio.

“Usted es bueno, pero está loco –recrimina De Sepúlveda a De las Casas–, y los indios merecen ese castigo por sus pecados, son idólatras y presas del libertinaje, por eso mueren como chinches. ¿Usted cree que los españoles son unos demonios? Esas criaturas de apariencia humana no pertenecen al reino de Dios”, sostiene.

Puede decirse que la puesta se apoya sobre todo en la fuerza del tema, del texto y de las actuaciones de los tres personajes principales: fray Bartolomé de las Casas (Hernán Mendoza), Ginés de Sepúlveda (Carlos Alberto Orozco) y el delegado del Papa (Cristóbal García-Naranjo).

Así, pese a que en la obra, como era de esperarse por el tema, abundan los diálogos, las reflexiones y la relación sobre las cosas de la llamada Nueva España, la historia fluye con mucha agilidad e incluso llegan a generarse diversos momentos de tensión narrativa y expectación.

Es más, las pocas acciones físicas en el escenario se exacerban y se vuelven climáticas cuando aparece una familia nahua traída de ultramar, en cuyos padre, madre e hija el representante papal investigará si tienen inteligencia, sentido común, libre albedrío, creencias religiosas, sentimientos, emociones.

Pero también puede decirse que antes de comenzar la obra, al observar la enorme estructura de metal de tres niveles, el espectador se imagina que se le dará un uso más provechoso. Por ejemplo, que en cada piso se representarán de algún modo las abundantes y dramáticas situaciones que sólo son narradas y descritas por De las Casas, pero no vistas por el público.

Sin embargo, los tres niveles sólo se utilizarán para que los personajes suban y bajen de manera indiferenciada, sin ningún simbolismo, metáfora o intención. Aunque en una escena el enviado del Papa, que casi siempre se mueve por el butaquerío, en su papel de moderador del debate, sube a un extremo del segundo nivel, donde se encuentra su recámara.

Tras el debate, las posiciones de De las Casas parecen avanzar, pero su éxito es relativo, porque el desastre cultural y social en el México colonizado sigue su marcha. Además, la mirada de los colonizadores españoles se dirige hacia la población negra de África, que es secuestrada, esclavizada y vendida en América como fuerza de trabajo casi animal.

De las Casas se aterroriza, aunque, de manera paradójica, en un tiempo él mismo haya llegado a avalar el racismo contra los pueblos africanos.