Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Me dicen mister mom

“E

ste cambio voluntario y meditado de roles –prosigue Alfredo Jiménez, ingeniero convertido desde los 28 años en amo de casa a cargo de sus dos hijos mientras su esposa trabaja como ejecutiva– quizá no sea una receta para todos pero sí una solución para muchas parejas, ahorcadas por una idea rígida de lo que corresponde a la mujer y al hombre, aunque sólo sea poner en una balanza unas cosas por otras durante una etapa y que no se nos cierre el mundo.”

“Al paso de los años no cambio por ningún puesto la experiencia de ver a diario cómo crecen mis hijos (10 y 8) y desarrollan una personalidad basada en el reforzamiento de su seguridad en sí mismos, al lado, claro, de emergencias médicas, satisfacciones, pleitos escolares, aciertos, errores y la ausencia de la madre durante el día. Aprendes y valoras lo que significa el enorme trabajo de una casa y te olvidas del hecho de haber renunciado a tu profesión y de ya no ser proveedor.

“Con un tira-leche congelaba ésta y luego la tibiaba, por lo que la niña bebió leche materna casi 10 meses. Llevarla en un porta-bebés me hacía sentirme observado aunque de hecho nadie lo hiciera. Asumes roles en función de quién trae el gasto, seas hombre o mujer, pero la dependencia es sobre todo sicológica. Cuando te informa que va a cambiar de chamba, te estresas, exiges determinado monto y equis condiciones, te vuelves señora en muchos sentidos pero, honestamente, creo que he sido mucha madre para mis hijos.

“Lavo ropa, cocino muy bien, plancho regular e incluso disfruto la relación con mis padres, a los que ahora veo como colegas y abordamos temas insospechados. Cuando supe hacerme cargo de mi hija a los 45 días de nacida, más un hijo de un año ocho meses, algunas amistades, entre asombro y envidia, empezaron a decirme mister mom o señor mamá. Lejos de ofenderme me causó una íntima satisfacción pues superé lo que puedan pensar o decir de mí, eso sí, evitando que envenenen a mis hijos con determinadas pendejadas, tan arraigadas en nuestra visión tradicional de la familia.

Los niños tienen a un padre dedicado y comprometido, no a una nana o a una mamá aprehensiva, celosa, frustrada o amiguera. Voy al cine solo o con los niños, los llevo y los traigo a clases, mantenemos constante comunicación con enfoques menos convencionales. Eso sí, cuando la madre llega es el desmadre; ya no me pelan y se acaba la autoridad. Me hubiera gustado ver así a mi papá, concluye Alfredo Jiménez.