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El escritor y poeta chileno Alejandro Zambra da a conocer Formas de volver a casa

Construir una nueva imagen del presente, función de la literatura

Aborda la época de la dictadura en su país vista desde la clase media, a la que se le impuso el silencio como norma de convivencia

Considera que es necesario recordar sin idealizaciones

Foto
Zambra durante la entrevista, en la librería Conejo BlancoFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Domingo 17 de julio de 2011, p. 2

La década de los 90 en Chile fue la de las preguntas acerca de lo que ocurrió en la dictadura. Ahora estamos en los años en los que nos damos cuenta de que todos los relatos que la sociedad ha construido para explicarse a sí misma son insuficientes, dice el escritor chileno Alejandro Zambra en una charla por su nueva novela Formas de volver a casa.

Creo que en Chile tratamos de explicarnos el pasado con mucha voracidad y hemos aprendido de a poco que el pasado nunca deja de revelarse, de significar, y que es imposible fijar las imágenes, que tenemos que estar en un diálogo constante con lo que supuestamente fuimos y construir una imagen nueva del presente, añade Zambra, nacido en Santiago, en 1975.

La construcción de esa nueva imagen del presente es función de la literatura y del arte en general. Debería ser la literatura ese pulmón reflexivo, no afincarse en ningún bando, en ninguna certidumbre; más bien debería estar dispuesta a hurgar e indagar en lo que supuestamente somos. Me parece que el resto de las esferas funciona de manera muy servil al estado de las cosas, y que la literatura tiene la posibilidad de reconstruir una resistencia genuina respecto de lo que está sucediendo.

Formas de volver a casa, publicada por Anagrama, es la tercera novela de este escritor, cuyo narrador, al menos en la primera parte, es un niño de nueve años quien de adulto trata de reconstruir esa época de silencios.

Todas las cosas que suceden en la novela le sucedieron a alguien, a veces a mí o a mis amigos, nada es ficción, pero la forma de hilvanar esos hechos sí lo es. Como siempre, es una mezcla de ficción y realidad.

Es una novela, añade, que preferiría no catalogar, aunque si hubiera que hacerlo de algún modo creo que es acerca de cómo convivir con los recuerdos. A veces al escribir, tu disposición es al presente, otras al futuro y en esta novela evidentemente la disposición es el pasado, a volver a casa.

Zambra vivió este periodo dentro de Chile, y trata de recuperar cómo vivían los niños. “El país de ese entonces es un poco como aparece en la novela, en particular en la clase a la que pertenezco, la media, una clase sin referentes claros, que surge a mediados de los años 70 y que de algún modo estaba enfrentada a esta falta de referente, y se le imponía un cierto silencio como norma de convivencia.

El silencio de los adultos

Se quería negar la historia, se quería negar lo que estaba sucediendo, y fue un tiempo de muchas fricciones también silenciosas. Así lo recuerdo por supuesto que estaban pasando muchas cosas paralelamente, y era un tiempo muy jodido, ahora yo trato de recuperar cómo lo vivíamos los niños; era un tiempo muy ambivalente. Recuerdo muy temprana la sensación de que los adultos callaban cosas. Era una especie de misión descubrirlas, pero no era algo que fueran a decirte los adultos, agrega el cuentista y poeta.

No era un mundo de confianzas en ningún aspecto: era un mundo de desconfianzas, un mundo en el que los vecinos no hablaban más allá de lo estrictamente necesario; era un mundo donde los adultos intentaban codificar las cosas que estaban sucediendo de manera que resultaran incuestionables. Y era un mundo gris, sin música, sin lenguaje. Un mundo peligroso en el que vivíamos desconfiando de los demás y tal vez desconfiando de nosotros mismos.

Años después del fin de la dictadura, en 1990, se ha contado este momento de muchas maneras; en el caso de Zambra “pensar en la infancia es pensar en la dictadura, no son cosas que pueda dividir.

“No sé si hay una saturación de discursos o qué, pero me da la impresión de que es necesario recordar. Y hacerlo sin idealizaciones de ninguna especie, sin golpearse el pecho con inyecciones retrospectivas de culpa o alegatos de inocencia, eso me parece muy importante, y creo que la literatura permite eso. Casi te diría que la literatura es la única forma de expresión que permite construir una complejidad real de cómo sucedían las cosas.

La literatura sobre dictadura se presta muchísimo a maniqueísmos, eso no me interesa, no me interesa enfrentar la posición de los buenos con la de los malos.