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Ver día anteriorDomingo 13 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los que se van
H

e vivido dos semanas muy antipáticas. La pasada se produjo el fallecimiento de Miguel Ángel Granados Chapa, un periodista excepcional, y este miércoles leo que murió Tomás Segovia.

Fui amigo de ambos. Con Miguel Ángel la relación fue breve pero sustanciosa. Claro está que además del trato personal, siempre tan grato, había la oportunidad de leer sus excepcionales artículos, donde encontrabas al periodista integral que añadía a las noticias la gracia de la crítica, siempre bien fundada, con lo que te mantenía al corriente de lo que pasaba y por qué pasaba.

En mi trato personal con Miguel Ángel, que duró unos cuantos años, le encontré una cualidad impresionante: su prodigiosa memoria. Siempre recordaba las circunstancias en que se había presentado cualquier problema, con todos los detalles necesarios. Pero sobre todo sus artículos, siempre muy bien escritos, se convirtieron en los comunicadores críticos de lo que pasa en nuestro entorno.

A Tomás Segovia lo conocí desde siempre. Un tiempo jugó futbol con nuestro equipo, el Madrid, que sirvió de base para la constitución de la Asociación de Futbol del Distrito Federal, ligada estrechamente a la federación. En la asociación tuve la oportunidad de ser primero prosecretario y después secretario. Claro que suponía que tenía que firmar todas las credenciales de futbolistas del Distrito Federal, lo que no era cualquier cosa.

Tomás era de nuestros tesoros literarios en el exilio. Si no recuerdo mal estudió el bachillerato en la Academia Hispano Mexicana, que se ubicaba en Reforma en una glorieta que hoy forma parte del entorno de la estatua de Cristóbal Colón, si la memoria no me falla. Entre el Instituto Luis Vives y la academia había una notable rivalidad, lo que no impedía la grata relación que existía entre los jóvenes del exilio.

Tomás era un hombre reservado. Probablemente sus amigos más cercanos ignorábamos sus aficiones literarias, pero estoy seguro de que participó con nosotros en algunos partidos a los que nos acompañaba Emilio Prados, un poeta excepcional, andaluz, vinculado de cerca al Instituto Luis Vives y que pese a sus pobrezas evidentes fue enormemente generoso.

Eran otros tiempos. En el exilio nos reuníamos para celebrar juntos algún acontecimiento político relevante, como lo eran todos los que tenían que ver con la guerra de España y el exilio en general. Recuerdo los actos en los que se manifestaba nuestro agradecimiento a México. Guasp, que fue un gran dibujante, decía que en esos actos, si el orador quería recibir un fuerte aplauso, lo único que tenía que hacer era mencionar el nombre del general Lázaro Cárdenas. Fue ciertamente nuestro ídolo.

Hemos llegado a la edad en la que nuestra vida se alimenta de esquelas de amigos muy queridos. Es el caso de Miguel Ángel Granados Chapa y de Tomás Segovia. Todos acabaremos por formar parte de esa lista natural. Pero al recordar a los amigos que se han ido, de alguna manera rehacemos una parte muy importante de nuestra vida.