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La independencia de... ¡California!
L

a misión del desmitificador Zunzúnegui consiste en manipular la historia para mostrar que los mexicanos somos los principales enemigos de los pocos que han intentado sacarnos de la condición de conquistados que nos autoimponemos. Hay que desmitificar a México, repite en todos sus libros, para que pueda verse en su realidad, que no es otra que una vulgarización bastante rupestre de la ontología del mexicano de Emilio Uranga y el grupo Hiperión, para que pueda aprovechar sus infinitas riquezas.

Desde 1924 Daniel Cosío Villegas demostró que México no es ningún cuerno de la abundancia (www.revistas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/3087) y hace décadas que se ha mostrado que la filosofía del mexicano del grupo Hiperión y sus seguidores está montada sobre premisas falsas. No obstante lo cual, para Zunzúnegui los mexicanos seguimos careciendo de identidad, estamos llenos de rencor social y nos basamos en modelos arcaicos (México: La historia de un país construido sobre mitos, pp. 154-155). Urge desmitificar a México para modernizarlo... para enseñarle su verdadera historia y así trascenderla y poder instrumentar las reformas propuestas por Felipe Calderón.

Para sostener estas ideas, Zunzúnegui manipula la historia. Por ejemplo, nada muestra mejor la manera en que todos los males de los mexicanos vienen de nosotros mismos que la historia de la libre anexión de Texas y California a la Unión Americana. Libre anexión, pues no puede hablase de despojo, dice, en una versión que resultaría divertidísima si no tuviera la intención arriba señalada.

Su premisa inicial es que Texas y California nunca pertenecieron a la Nueva España y que sus habitantes se declararon independientes de la República Mexicana y optaron por unirse a Estados Unidos. Podríamos enviarlo a leer a Peter Gerhard o a María del Carmen Velázquez para que aprendiera la historia del septentrión de la Nueva España, pero dejemos pasar ésta... o casi: ¿cuándo, cómo, dónde, a qué horas se independizaron los californianos? Parece que sólo él se ha tomado en serio la declaración de Sonoma, hecha por un puñado de aventureros cuando ya había estallado la guerra entre México y Estados Unidos.

La segunda premisa es aún más fantástica: en la guerra de México contra Estados Unidos, David venció a Goliat (Patria sin rumbo..., p. 116): México nació cuando Estados Unidos tenía sólo 40 años de existencia, y un territorio diez veces menor. México tenía más ventajas (p. 49). Ese fue el pretexto para que el entonces pequeño Estados Unidos declarara la guerra al gigante del sur (p. 114). Y esta joya:

Hay que decir las cosas como son: la guerra México-Estados Unidos fue injusta, ya que enfrentó a dos países completamente distintos en cuanto tamaño, recursos y capacidades bélicas. Así es, el minúsculo Estados Unidos se enfrentó a un país cinco veces más grande y con cinco veces más ejército (p.116).

Esto es una muestra de absoluta ignorancia o una mentira del tamaño de una catedral. En 1803 Estados Unidos adquirió el riquísimo territorio de Luisiana: más de 2 millones de kilómetros cuadrados de fértiles llanuras, llamadas a convertirse en inmediato imán de poderosas corrientes migratorias. Con Luisiana, Estados Unidos sumaba 4 millones 631 mil kilómetros cuadrados y una población de seis o siete millones: es decir, en territorio y población era equiparable a la Nueva España que, incluidas las comandancias internas del norte y las capitanías del sur y el sureste, tenía más o menos la misma población y 4 millones 429 mil kilómetros cuadrados.

Para 1830 y debido a la facilidad de colonizar la cuenca del Misisipi y a las migraciones antes mencionadas, Estados Unidos duplicaba la población de México y en 1845, antes de la anexión de Texas, tenía más de 20 millones de habitantes por 7.5 a 8 de México. Con la anexión de Texas, y habiendo perdido México sus aspiraciones sobre Centroamérica, al estallar la guerra el territorio de Estados Unidos también era considerablemente mayor: más de cinco millones de kilómetros cuadrados por poco más de tres millones y medio de la nación mexicana; además de un producto interno bruto que se calcula entre siete y diez veces superior al de México. ¿Estados Unidos cinco veces menor? ¡Por favor!

En su espléndida introducción a Mexicanos y norteamericanos ante la guerra del 47, Josefina Zoraida Vázquez ha explicado las razones del desequilibrio, que son muy otras que los prejuicios sin sustento y las frivolidades de Zunzúnegui, pero no entremos hoy en eso: basta desenmascararlo. Verdaderamente, habría que poder demandar en tribunales a falsificadores de este calibre.