Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de julio de 2012 Num: 907

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Dos poemas
Stelios Yeranis

Manuel Rojas, un chileno del mundo
Ximena Ortúzar

Martín Adán y la otra vida
Cristian Jara

Pedro Lemebel y la poética de la agrietada memoria
Gerardo Bustamante

Mendigos y clochards
Vilma Fuentes

Los hermanos Grimm:
dos siglos de actualidad

Ricardo Guzmán Wolffer

Gerassi desnuda a Sartre
Adriana Cortés Koloffon entrevista con John Gerassi, periodista francés

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Ana Luisa Valdés

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Ana Luisa Valdés

Bebo y Dizzy

El pianista cubano Bebo Valdés nació en 1918 cerca de la Habana, en un pequeño pueblo. Tocaba el piano y compuso canciones muy exitosas;  el club Tropicana era como su casa-village.

Se fue a Europa en giras con Havana Cuban Boys y con el chileno Lucho Gatica. Pero en 1963 se enamoró de una bella sueca y se mudó a Suecia, dejando en Cuba a su familia y a su hijo Chucho, hoy uno de los más grandes músicos cubanos.

Bebo tiene hoy más de noventa años y ha vivido en el exilio sueco desde la década de los sesenta. Ha ganado varios Grammies y su disco en colaboración con el guitarrista español y gran artista de flamenco Diego el Cigala, ”Lágrimas Negras”, ha vendido cientos de miles de copias.

Su reencuentro con su hijo Chucho resultó en un video que es uno de los más vistos de You Tube.

Pero cuando yo lo encontré hace muchos años,  Bebo era un pianista anónimo que se ganaba la vida tocando en el hotel Continental de Estocolmo todas las noches. El hotel era enorme e impersonal, cerca de la terminal de trenes.

El público que escuchaba sin mucho interés a Bebo estaba compuesto de viajeros solitarios que no encontraban mucha comodidad en ese hotel que parecía un coloso soviético.

Un amigo y yo estábamos sentados en el bar, escuchando el excelente piano, era una noche fría en Estocolmo y todo estaba helado. Éramos cuatro o cinco personas oyéndolo, estábamos un poco tristes, un poco borrachos, un poco solitarios.

Le pedimos un tango y la melancólica música de Montevideo y de Buenos Aires nos puso aún más tristes. El piano era nostalgia en estado puro.

De pronto la puerta del bar se abrió y un viento gélido vino de afuera. Era un hombre negro y gordo que llevaba consigo un instrumento musical. El recién llegado y Bebo se abrazaron. Dos viejos amigos que se querían y disfrutaban el encuentro.

El hombre sacó su instrumento, vimos que era una trompeta. Empezaron a tocar juntos, era uno de los jams más hermosos y bien ejecutados que he escuchado en mi vida. Tocaban como si hubieran tocado juntos toda la vida, improvisaban, se seguían, se desafiaban, lloraban de tristeza y nostalgia y sus instrumentos lloraban con ellos.

Dos hombres viejos y negros, recordando los viejos tiempos en que tocaban juntos; Bebo Valdés, el piano; Dizzy Gillespie, la trompeta.

Unas horas antes Dizzy Gillespie había tocado en la Konserthuset de Estocolmo ante una multitud extasiada, las entradas costaban cien dólares y habían estado agotadas desde hacía varios meses.

Ahora Dizzy y Bebo tocaron para nosotros hasta que amaneció y la ciudad y la noche eran mágicas.