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Con sus malabares con fuego y zancos, el grupo incitó gritos de angustia en Los Pastitos

Amlima trasladó la energía, bailes y cantos de África al festival Cervantino

Al final, una veintena bailó al lado de los danzantes, que hoy repiten el espectáculo

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A pesar de la distancia cultural, una cosa se demostró: el lenguaje de la percusión del tamboril es universalFoto Bernardo Cid
 
Periódico La Jornada
Domingo 7 de octubre de 2012, p. 3

Guanajuato, Gto. 6 de octubre. Un grito de angustia sacudió al público cobijado por la noche en Los Pastitos, espacio abierto a las afueras de la ciudad. Todavía con las antorchas de fuego entre sus manos, el bailarín africano dejó caer uno de los zancos que lo sostienen en lo alto. No conforme, levantó la pierna totalmente hacia atrás, en una mezcla insólita de elasticidad y equilibrio.

Milagro, extraordinario, significa Amlima en la lengua ewe, de Togo, y es el nombre de esta agrupación que ha llegado desde África a palpitar con la energía de cantos y bailes tradicionales en el espectáculo al aire libre en el Festival Internacional Cervantino (FIC), en su edición 40.

¡Yie, yie, yeeee! ¡Yie, yie, yeee!, gritaron desde lo alto del escenario, entre las piruetas y saltos endemoniados que se movieron de un lado a otro, a veces vestidos de paja, otros de olanes, otras veces semidesnudos dejando observar los monumentales cuerpos de hombre africano. A pesar de la distancia cultural, una cosa se demostró: el lenguaje del tambor y el hipnotizante canto gutural es universal.

Picnic nocturno

La escenografía fue completada por el cerro plantado con las casitas de colores, más allá de las luces rastafaris. Al frente, la parte plana del área pastada se ha convertido en un auditorio rebosante de miradas curiosas por los ágiles movimientos envueltos en vestuarios policromáticos. Es la representación del Nunana, herencia de los antepasados.

En cambio, metros al fondo, cruzando la avenida transitada únicamente por patrullas, parece un picnic nocturno. Una pareja de ancianos asciende cuidadosamente por la colina, tomada de la mano, para buscar la mejor vista.

Familias con niños, las carreolas de los bebés, parejas amorosas y grupos de amigos se esparcen por el campo. La mayoría, envueltas en el abrazo para enfrentar la frescura de la noche, que por momentos arrecia su viento helado. La llegada de la vendedora de ponches es un alivio para varios.

Pero la oferta es variada, desde papitas, algodones rosados de azúcar, manzanas cubiertas de caramelo, de todo. Así como las visitas al parque, pero bajo las estrellas. La carcajada sonora, la emoción de correr cuesta abajo y la mirada asombrada en los actos acrobáticos se mezcla en el ambiente.

Llegó el silencio tras la emoción aderezada con un toque de pavor del acto más espectacular, cuando el grupo de danzantes es encabezado por una pareja de zanqueros que hacen malabares con fuego.

Muchos han pasado corriendo para alcanzar el último transporte. Otros ya pasaron frente a la plaza de las ranitas, donde las banderas de todos los países ondean al ritmo del viento de Guanajuato, frente a la antorcha que florece en fuego y que se apagará al finalizar los juegos cervantinos.

Una veintena se subió a bailar al escenario para perpetuar con unos minutos más la visita de los visitantes lejanos, del otro lado del océano Atlántico. Los idiomas de la lengua son distintos, ambos herencia colonial, pero el del cuerpo es el mismo.

La plaza verde, Los Pastitos, queda vacía con la promesa de recibir nuevamente el milagro de los bailarines de Amlima, que parecen leones en vuelo. La cita se repitió sábado y domingo. La invitación es para cualquiera que se anime a pasar un día de campo nocturno.