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Tenía que aprovechar la oportunidad o resignarme al fracaso

A sus 31 años, Plátano Díaz se convirtió en campeón mundial

Depués de 18 años, el CMB le hizo entrega oficial del cinturón

 
Periódico La Jornada
Miércoles 14 de noviembre de 2012, p. a15

Antes de la pelea que definiría su vida, Gamaliel Díaz tuvo una visión acerca del porvenir. Vio con claridad dos escenarios; uno de los cuales le esperaba unas horas más tarde, después de terminada la pelea en la que disputaría el título mundial al monarca japonés Takahiro Ao. En el peor de los mundos terminaría derrotado, en el descrédito absoluto y sin mayor oferta que servir de escalón para que otros peleadores más jóvenes y en ascenso hicieran su carrera.

La otra opción era por la que había esperado toda la vida: trataría por tercera ocasión de convertirse en campeón del mundo, esta vez con 31 años y con la certeza de que era la última oportunidad.

Plátano Díaz ya había fracasado dos veces en su intento por convertirse en monarca mundial. Estuvo cerca de pelear una tercera vez, exactamente hace un año y ante el mismo oponente, pero las circunstancias parecían jugar con las emociones del peleador.

Había sido elegido como comodín para subir al cuadrilátero sólo si el retador oficial, el italiano Devis Boschiero, resolvía un lío legal que le impedía viajar a Tokio. Un día ante de viajar a Japón, Gamaliel recibió la llamada que lo descartaba para el combate por el título mundial.

Terminó abatido, pero nadie le quitó de la cabeza su aspiración, aunque sabía que el tiempo para contender por un campeonato se extinguía. Había esperado 18 años para una oportunidad que al fin llegaría, tarde y sin mucha credibilidad, pero un año después había conseguido a golpes que lo dejaran ir a Japón a buscar ese campeonato.

“Mucha gente dijo que yo iba como víctima, se burlaron de mí y hasta me llamaban muerto –como se le dice a un boxeador acabado–, y aunque me ofendían, traté de no hacer caso y me concentré completamente en la pelea”, comenta Díaz.

Eso me hizo estar consciente de que mi rival era Takahiro, no mis detractores, ni los jueces ni el público, sino el campeón del mundo y me olvidé de lo demás, agrega.

El día del combate estaba nervioso, sabía que perder era dar por terminada su carrera y entrar al ejército de pugilistas que se retiran con un historial de golpes encima y con las manos vacías.

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Gamaliel Díaz no deja de asombrarse por el éxito obtenidoFoto Notimex

Con impaciencia se puso los calzoncillos, lo vendaron y enfundaron los guantes. Se fue dando saltitos por el túnel que conduce al cuadrilátero y después todo fluyó tal como ocurría en sus sueños. En 12 asaltos dio una demostración que asombró a todos. Apaleó sin sombra de dudas al campeón japonés y lo abatió por decisión unánime.

Luego levantaron la mano del nuevo monarca, le prestaron un cinto para simbolizar la victoria y lo devolvió.

Después me bajé sin cinturón, era el campeón pero no tenía nada, algo me faltaba, dice entre risas el peleador, quien agrega: Por eso digo que uno es campeón cuando está arriba del cuadrilátero, pero abajo uno regresa a los siempre ha sido.

Ayer culminó el trayecto de un sueño que tardó 18 años en concretarse. El Consejo Mundial de Boxeo le hizo la entrega oficial del cinto que lo acredita como campeón del mundo. Llegó con su esposa, a quien nunca invitaba a este tipo de eventos porque no quería que fuera compañera de uno más del montón.

“Ahora sí me acompaña a todas partes porque quiero que me vea como el centro de atención, que disfrute esto que es efímero pero que debemos disfrutar.

Espero que cambie mi estilo de vida y el de mi familia, porque, no me da pena decirlo, a veces yo tenía que comer carne y ellos completaban con lo que hubiera, por eso también son campeones, refiere Gamaliel.

No deja de posar para las fotos de la prensa y de los aficionados, de firmar autógrafos, pero sin perder la cordura, porque asegura que está consciente de que esto terminará en algún momento.

Ya se prepara incluso para cuando eso suceda, porque no quiere ser uno de esos ex campeones aferrados a un pasado de gloria, pero cuando voltea a los 18 años de vida dura y ve el presente con satisfacción, se dice a sí mismo: “Ay, pinche Plátano, mira todo lo que hiciste”.