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Puntos sobre las íes

Mariano Ramos (tercera y última parte)

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El diestro de La VigaFoto tomada de torerosmexicanos.blogspot.com
A

pagar el triunfo…

Al final de la anterior entrega, me referí al maravilloso trasteo de Mariano al toro Timbalero, de Piedras Negras, triunfo del que aún se habla y recuerda como algo histórico de la más hermosa de las fiestas en México y nunca he olvidado lo que hablé con mi esposa esa noche y que me valió un “estás chiflis…”

¿Y eso?

Nada, que le comenté que su maravilloso poder iba a traerle nuevos dolores de cabeza, ya que las trancas de que venía siendo víctima, pronto se convertirían en muro, tal y como sucedió.

Al domingo siguiente publiqué un artículo referente a su formidable labor, que titulé Domingo de Ramos, y el lunes apenas llegado a la oficina recibí la llamada del diestro de La Viga para agradecerme lo escrito, ocasión que aproveché para sugerirle que se pusiera abusado en cuanto a sus futuras contrataciones, ya que los celos iban a ser algo muy serio.

Triste y desgraciadamente.

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Una muestra más…

Poco después me invitó el querido y bien recordado ganadero don Luis Javier Barroso Chávez a El Rocío para asistir a una tienta de becerras; al llegar estaba ahí Mariano, quien me platicó que a punto estaba de firmar para Querétaro y, al llegarle turno, volvió a evidenciarse lo que era su portentoso dominio: la primera vaca tenía casta y bravura para dar y prestar y muestras había dado ya de ello al acudir al caballo y Mariano, antes de proceder, le dijo al Chacho (así era apodado don Luis Javier) ganadero, va por usted, por gran amigo y ganadero y quiero brindarle con todo mi aprecio y gratitud.

Y la que formó.

Al primer cite, se arrancó la becerra impetuosa y codiciosa y con tres suaves y templados pases de trinchera la metió el de La Viga en el engaño y le cuajó un trasteo con tal derroche de sabiduría y poder que los ahí presentes ovacionamos aquello como vehemente reconocimiento al formidable torero.

¡Qué bárbaro!

De lo que me dijo de Querétaro, ya nada supo Mariano y menos la afición, que gustosa hubiera emprendido viaje para ver al de La Viga, que, sí, toreaba y asombraba en cosos de provincia, triunfando a más y mejor, hasta que tuvo que establecer un paréntesis, debido a uno de sus dos percances.

En mala hora.

Tal y como he consignado, hasta donde la memoria alcance, Mariano sufrió, durante su vida torera, un leve cate: un puntazo en una axila y la fractura de un tobillo al ser pisado por un burel, éste es el que comentamos, ya que lo tuvo inactivo por casi tres meses, y me dijo: caray, de una cornada sana uno en dos semanas y de una fractura en meses.

Y tenía razón.

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Pasó el tiempo, se recuperó el torero, vinieron nuevos aires para la Plaza México y para el torero charro, nada; los vientos arreciaban; promesas sí, pero cero realidades y se fue Mariano a Sudamérica, donde le reconocieron su valía y aunque se rumoró que también iría a Europa, todo quedó en veremos, supongo que por no haberse afiliado con alguno de los famosos trusts.

Que tanto controlan.

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Poco después comenzó a decirse que Mariano deseaba despedirse en provincia, pero la especie no pasó del terreno de las buenas intenciones y soy de la opinión que hasta en eso le fueron cerrando el paso, para evitar que bañara a propios y extraños.

Así las cosas.

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Último encuentro.

Don Julio Uribe Barroso, charro de polendas y reconocido hombre de negocios, tras de muchos asegunes y con la ayuda y conocimientos de su inolvidable tío, don Luis Barroso Barona, por fin pudo hacer realidad su sueño de rescatar la divisa de Torreón de Cañas y me invitó a la inauguración del ruedo de tienta, lo que gustoso acepté y, apenas llegado, me encontré con Mariano, quien me dio tal abrazo que me lastimó una costilla y tuvimos ocasión de charlar por un buen rato y, entre lo hablado, le pregunté por su despedida en la Plaza México y me contestó: ya ve usted, no he podido conseguir que me den fecha.

Y en esas andábamos cuando, de pronto, me hizo una pregunta que me conmovió profundamente: ¿don Alberto, me hubiera usted apoderado? A lo que contesté: si me lo hubieras pedido, sí, y con mucho gusto.

Y ese fue nuestro último encuentro.

(AAB)