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Un museo en Roma acogió la primera exposición del estadunidense en Italia

El arte implica producción de conocimiento: Jimmie Durham

Permanezco al margen de la venta de obra y de las quejas de las galerías, dice a La Jornada el legendario escultor

Mostró una treintena de piezas, la mayoría realizadas en Europa

Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Jueves 7 de marzo de 2013, p. 4

Roma.

Jimmie Durham (Arkansas, 1940), de quien hace unos días terminó su primera exposición individual en Italia, la cual fue montada en el Museo de Arte Contemporáneo (Macro), en Roma, explica a La Jornada, diversos aspectos de su quehacer.

He vivido en Roma por cinco años, consideré que era buena idea hacer una muestra antes de dejar la ciudad para residir en Nápoles. Llegué a Europa en 1994 y al año siguiente visité la capital italiana; desde entonces he trabajado con distintas galerías y espacios, había ya una colección territorio italiano y era fácil recabar la obra para mostrarla.

La primera exposición de Durham en Italia se tituló Streets of Rome and Other Stories, y ocupó las salas del prestigioso Macro, ubicado en la ex fábrica de cerveza Peroni, recientemente ampliada por la arquistar Odile Decq.

Nada más contrastante como la sensualidad, la sinuosidad de las formas, los colores cálidos y cautivantes del museo con la obra de Durham, basada en la desestructuración de la estética y la arquitectura codificada occidental. Se mostró una treintena de obras realizadas en su mayoría en Italia y pertenecientes a coleccionistas como Mario Pieroni y Dora Stiefelmeier, fundadores de RAM radioartemobile.

La primera obra en orden cronológico es la tela Tierra y cabello sobre algodón (1996), junto a ésta figuran piezas muy conocidas, como el video Pursuit of Happiness (2003), la instalación Templum: il sacro, il profano ed altro (2007) y una de las más recientes, Underground and cloud connections (2012).

Se exhibieron también obras relacionadas con la historia del arte, como Deposición (2006), Homage to Constantin Brancusi (2011), Arch de Triumph (Red) (2007) y la serie Joe Hill Painting (2002).

Estancia en Cuernavaca

–Su obra viene descrita seguido con clichés ligados a su origen y al empeño político de su pasado. ¿Cómo definiría su arte?

–Quisiera decir a las personas que hago el arte más serio que me es posible. Comparto con Sarat Maharaj la idea que el arte es producción de conocimiento, hacerlo es crear significado, como hace la escritura.

“El arte no es metáfora del lenguaje, tal como la música produce su propio significado, no obstante se forme gracias a un proceso intelectual.

‘‘Trato de hacer arte serio para la gente inteligente. No sé quién será este público, yo no soy uno de ellos.”

–¿Podría hablar de su permanencia en México, de 1994 a 97?

–Viví en Cuernavaca. Era muy pobre y teníamos una pequeña casa en un barrio humilde, pero tuve buenos amigos, como Cedric Belfrage e Ivan Illich, además de algunos mexicanos y exiliados.

–¿Se relacionó con el mundo del arte en México?

–No, en realidad nunca, sólo por accidente. Estuve en la casa de Graciela Iturbide una vez, ahí estaba también Francisco Toledo. Mi mujer, Maria Tereza Alves, quien es de Brasil, estaba más involucrada en el ambiente artístico local y con gente joven de la ciudad de México que empezaron en espacios de Temístocles. En realidad, a lo largo de mi vida me he quedado al margen de la escena artística, no me gustan los artistas, se habla mucho de venta de arte y quejas de galerías (risas).

Discípulo de David Hammons

–¿El aumento de su popularidad puede desvirtuar la percepción de su arte sólo para atraer visitantes a los museos?

–Cuando viví cuatro años en Ginebra, a finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, era todo menos un artista; formaba parte de un grupo de escultores con jóvenes españoles y una mujer francesa que tratábamos de hacer un arte más ameno, más público.

“Más tarde, hacia 1975, me mudé a Nueva York. María Tereza me involucró de nuevo con el mundo del arte, no fui yo quien lo hizo, fue a principios de los años 80 y había un amplio grupo formado por chicanos, chinos, varios afroamericanos, un par de indios y dos o tres personas más, e intentábamos hacer cosas juntos.

Foto
Una de las obras de Jimmie Durham, incluidas en la exposición del artista que se montó en el Museo de Arte Contemporáneo, en RomaFoto Alejandra Ortiz

Cada mes alguno era curador de nuestras exposiciones en lugares como Harlem, Bronx, Lower East Side. Más tarde se desarrolló la idea que había arte para las minorías. Esto era porque nadie más haría una exposición para nosotros (risas).

–Entonces, ¿por qué ahora sí las hacen?

–No lo sé ni me importa, pero quisiera que dejaran las etiquetas de la procedencia. Creo que David Hammons es un artista increíble, él hace obra fuertemente relacionada con la experiencia negra en Estados Unidos, pero es tan univesal que no es necesario saber que es negro para obtener algo de su arte. Es mi maestro.

–¿De qué manera las largas permanencias en el exterior han influenciado su arte?

–He querido situarme como artista sin hacer nada en específico. Si no defines tu arte te inclinarías por algo distinto, quizá por el pasado de algún otro lugar. En Europa es muy fuerte la presencia del Estado-nación, más que en América; la catedral es el reflejo de ello.

“Edificar una catedral significa construir una creencia en tal sistema, en el de política y religión que se inscribe en la peor forma de imperialismo. Ahora los arquitectos son más bien artistas de cine, como sucede con Renzo Piano y Frank Gehry; lo son a pesar de no construir catedrales, así lo hacen creer.

Por tanto, el museo proyectado por Zaha Hadid aquí en Roma no es bueno para el arte, no es buena arquitectura, es más bien cinematografía. No es funcional por sí mismo, pero sí en el sentido de creencia, son catedrales neomodernistas.

–Para usted, ¿quién es buen arquitecto o buen artista?

–Casi nadie. Yo no amo el arte, pero tampoco la música o la literatura contemporáneas, la mayoría de lo que se produce es basura.

Merece más reconocimiento

El director del Macro y curador de la exposición, Bartolomeo Pietromarchi –nominado curador del pabellón italiano en la Bienal de Venecia 2013– dialoga con La Jornada sobre la obra de Durham.

–¿Que relación guarda Durham con el público italiano?

–Esta es su primera exposición individual en Italia. Hasta el momento su obra se había expuesto de forma aislada en ciertos espacios públicos, lo cual demuestra que no tiene el reconocimiento que se merece, probablemente porque es un tipo de arte que para la cultura y la tradición italianas es difícil de entender.

Sin embargo, los expertos en arte lo conocen muy bien. No es un artista para el gran público, es muy refinado, hay que entenderlo, penetrar, no es evidente.

–¿Por qué se considera que Durham es uno de los artistas más influyentes de nuestra época?

–Creo que no se refiere a una influencia estilística, sino a una actitud, a una forma de colocarse ante la realidad. Logra tocar y transformar objetos comunes en poesías visuales, los artistas reconocen tal potencia, es como un mago. Es ejemplar además su empeño social y antropológico, su ética y la buena relación que guarda con los artistas jóvenes.

–¿Es más un artista europeo que estadunidense?

–Absolutamente, sí. En Estados Unidos no quiere poner pie y esto se entiende por el tipo de arte que hace.

–¿Qué resume del decenio de actividad del artista analizado en la exposición?

–Se percibe una fuerte continuidad con los materiales que utiliza y la forma de usarlos, así como una carrera homogénea perceptible en la muestra, donde las obras dialogan. Es como encontrarnos por la calle, como lo dice claramente el título, las obras las seleccionamos con base en esta idea del recorrido y emerge un artista consciente, más que maduro.