Opinión
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Lord Britten de Aldeburgh (1913-1976)
C

omponer es como manejar por un camino brumoso hacia una casa. Poco a poco, uno ve más detalles de la casa: el color de las tejas y los ladrillos, la forma de las ventanas. Las notas son los ladrillos y el cemento de la casa.

Con estas palabras describió Benjamin Britten el oficio del que se convirtió en uno de los más destacados (aunque no necesariamente más famosos) exponentes en el siglo XX. Para quienes creen en la predestinación, he aquí un dato duro: Britten nació un 22 de noviembre, justamente en el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. El suyo fue un talento muy precoz, muy inquieto en sus primeras fases, y muy productivo. Desde niño, y durante sus años de estudio, compuso incesantemente, pero su agudo sentido de la autocrítica lo llevó a descartar todo lo escrito antes de su Sinfonietta Op. 1, que data de 1932. Estrictamente, no todo: algunas piezas escritas entre los nueve y los 12 años le sirvieron como materia prima para crear, muchos años después, su deliciosa y lúdica Sinfonía simple.

Su tutor más importante (amigo también, e importante influencia en su música) fue Frank Bridge (1879-1941), y de él aprendió no sólo composición, sino también un agudo sentido social que lo llevó a convertirse en un pacifista convencido. Esta postura ideológica suya lo condujo al autoexilio: Britten vivió en Estados Unidos de 1939 a 1942, y desde su partida al nuevo mundo estuvo acompañado leal y solidariamente por el notable tenor inglés Peter Pears, su pareja de toda la vida. El exilio no podía durar mucho, y Britten se dio cuenta de que el futuro de su música estaba en Inglaterra.

De regreso en su patria, inició una nueva, duradera y fructífera etapa creativa durante la cual compuso, entre muchas otras obras notables, una serie de óperas que lo confirmaron como el auténtico heredero de la tradición fundada por Henry Purcell (1659-1695). Como ningún otro compositor destacado en el género, Britten dio vida en sus óperas a una serie de potentes protagonistas masculinos en cuyos rasgos de carácter es posible encontrar numerosos y evidentes datos autobiográficos. Se trata, casi siempre, de hombres que de una u otra manera son marginados, hostigados y reprimidos por el grupo social que los rodea, y cuyas vidas, con pocas excepciones, suelen tener trágicos desenlaces. Entre ellos, Paul Bunyan, Owen Wingrave, Albert Herring, Billy Budd y, destacadamente, Peter Grimes, personaje epónimo de una de las mejores, más expresivas y poderosas óperas del siglo XX.

Sus evidentes logros en el campo de la ópera fueron complementados con una amplia producción de canciones y otras músicas vocales de alto nivel, muchas de las cuales fueron escritas especialmente para Peter Pears; entre ellas, destacan los Siete sonetos de Miguel Ángel, singular y comprometida declaración de amor para su fiel compañero.

Afincado desde 1947 y hasta su muerte en el pequeño pueblo costero de Aldeburgh (donde fundó un notable festival musical), Britten prefirió la serena vida de provincia al barullo cultural de las metrópolis, y nunca se distinguió por circular extrovertidamente entre sus colegas. Ello no le impidió, sin embargo, entablar sólidas relaciones basadas en el respeto mutuo con músicos de la relevancia de Dmitri Shostakovich (1906-1975) y Mstislav Rostropovich (1927-2007). Una muestra más de la nobleza de espíritu de Britten está en el hecho de que escribió un buen número de partituras dedicadas especialmente a los niños y los jóvenes, en muchos casos no solamente como espectadores sino como activos participantes. Por ejemplo, la Guía orquestal para los jóvenes y El diluvio de Noé.

Si bien es cierto que hay numerosas obras de Britten que son poderosamente expresivas, y habitadas por una notable energía, también es un hecho que en otras de sus composiciones (quizá las más entrañables) es posible percibir un contemplativo espíritu nocturnal. Ese hombre íntegro, gran compositor y buena persona que fue Benjamin Britten, supo comunicarlo a través de su música, y también de sus palabras:

La noche y el silencio; estas son dos de las cosas que más atesoro.