Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de junio de 2013 Num: 954

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El color de la música
Norma Ávila Jiménez

Silvestre Revueltas:
músico iconoclasta

Jaimeduardo García entrevista
con Julio Estrada

Teodorovici:
reír de hastío

Ricardo Guzmán Wolffer

Todas las rayuelas
Rayuela

Antonio Valle

Rayuela:
primer medio siglo

Ricardo Bada

Releer Rayuela
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
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Matthias Grünewald revisitado

A Sergio

En días pasados tuve la oportunidad de realizar un viaje ex profeso para visitar una de las obras más impactantes del arte de todos los tiempos: el Altar de Isenheim, obra maestra de Matthias Grünewald que se encuentra en el Museo de Interlinden en Colmar, encantadora ciudad en la región de Alsacia, Francia. Desde su creación, el Retablo de Grünewald ha cautivado por su capacidad de encender las emociones más profundas y contradictorias, amén de su imponente calidad estética. En esta obra resumiría yo lo que, desde mi sentir, significa la fuerza de lo sublime.

El Altar de Isenheim fue comisionado hacia 1512 para la iglesia del convento de la orden de los Antoninos ubicada en el poblado del mismo nombre, situado al sur de Colmar. Dos de los artistas alemanes más reconocidos del momento recibieron el encargo: Grünewald realizó las nueve pinturas que integran el retablo y que se abren a manera de puertas en tres secciones para albergar en su interior un panel con la efigie de San Antonio esculpida por Nicolás de Haguenau. La pieza abierta alcanza los 770 × 590 cm. Tradicionalmente, Isenheim fue un sitio de peregrinación para las víctimas de una terrorífica enfermedad de esa época conocida como ergotismo, o fuego de San Antón o fiebre de San Antón, provocada por un hongo que contaminaba algunos cereales y cuya ingestión derivaba en una necrosis de los tejidos y, casi inevitablemente, en la muerte. El convento de los Antoninos de Isenheim fue un hospital donde los monjes atendían a estos enfermos y se convirtió en un centro de peregrinación para visitar su altar, el cual, desde su concepción, causó revuelo entre propios y extraños. En el siglo XIX el monasterio fue clausurado y la pieza se trasladó al Convento de los Dominicos de Colmar, convertido en el Museo de Interlinden, donde permanece hasta la fecha.


Calavera con espinas,
Sergio Hernández

Dos de estas nueve pinturas son las que han provocado mayor conmoción desde sus orígenes: La crucifixión y La tentación de San Antonio. ¿Qué poseen estas dos imágenes que las hacen tan excepcionales? Lo que atrapa la atención en la primera es su insólita fuerza dramática, poco común para la época, en tanto que en la segunda un torbellino de imágenes fantásticas la emparenta con el Bosco más delirante. El Cristo en la cruz de Grünewald simboliza el dolor humano llevado a sus últimas consecuencias a través de una imagen literalmente descarnada que se podría describir como “expresionista” avant la lettre. Hay que tomar en cuenta que a principios del siglo XVI el arte europeo era todavía hierático y, hasta cierto punto, preciosista. En esta obra aparece por primera vez un Cristo que simboliza el summum del sufrimiento y la violencia, representado por un cadáver deformado por las marcas de la flagelación y las espinas, y cuya tez mortecina evoca la putrefacción –se ha planteado que el autor hizo alusión con ello al terrible padecimiento de los enfermos de ergotismo. Su rostro desencajado y sus manos y pies crispados y con las uñas azules, muestran la más cruda huella del dolor. Nunca antes se había pintado algo semejante y hoy en día, cinco siglos más tarde, el espectador sensible sigue experimentando una brutal conmoción ante esta hermosa y desgarradora imagen, valga la contradicción.


Décor, Abel Abdessemed

Son muchos los artistas modernos y contemporáneos que han sido marcados por la huella de Grünewald. En sus Conversaciones con Picasso, el fotógrafo Brassai escribe que el pintor español le confesó haber encontrado su fuerza creadora a partir del retablo de Isenheim, que parafraseó en 1930 en su Crucifixión y que lo llevaría años más tarde al poderoso Guernica. Otto Dix realizó su desolador Tríptico de la guerra entre 1929 y 1932, y Francis Bacon lo retoma en tres estudios para figuras en la base de una Crucifixión (1944). Los surrealistas también abrevaron en esta fuente, sobre todo en la escena de La tentación de San Antonio, parafraseada por Max Ernst y Dalí. Recientemente, el joven y polémico artista de origen angelino, Adel Abdessemed, realizó una serie de figuras de Cristo construidas con alambre de púas que se presentó a un costado del portentoso retablo en Colmar, desatando una gran polémica, y nuestro artista oaxaqueño, Sergio Hernández, ha convertido su propia versión de la imagen doliente del Cristo de Isenheim en una figura icónica en su creación. Grünewald fue y sigue siendo más moderno y audaz que muchos contemporáneos que intentan serlo. Su Crucifixión atrae, repele y cautiva. Bien lo dijo Breton: “La Belleza será convulsiva o no será”.