Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de julio de 2013 Num: 960

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Svevo, el interiorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La escritura migrante
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Yuri Herrera

La magia de Michel Laclos
Vilma Fuentes

El león de Calanda
Leandro Arellano

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Esther Andradi

Buñuel y el surrealismo
de la realidad

Xabier F. Coronado

Buñuel, Cortázar y la venganza de Galdós
Ricardo Bada

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Columnas:
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Quintas (I DE II)

Hace muchos años se extendió la idea, segura asimilación de la frase “no hay quinto malo” (¿oscura referencia al toro número cinco de la corrida, que debía ser el mejor para dejar un buen sabor de boca en los aficionados cuando aún no existía el sorteo para la sexteta?), de que no existían quintas sinfonías malas; por el contrario: según esa conseja, toda Quinta sinfonía debería resultar una garantía de calidad y belleza por el solo hecho de ser la composición número cinco de un compositor dentro del género mencionado, pues alcanzar ese numeral era como la garantía de algo sublime –deliberado o no. Me propongo un breve acercamiento a ese tema para entender si tal juicio se sostiene en alguna razón musical, más allá de los guarismos y la tauromaquia.

¿Por qué las Quintas sinfonías de Haydn y Mozart no encajan en el criterio mencionado, siendo dos de los primeros grandes sinfonistas vieneses? La Sinfonía 5, en La mayor, H. I/5, de Haydn (casi una sonata da chiesa), se considera escrita entre 1760 y 1762, cuando el compositor tenía treinta años; la Sinfonía 5, en Si bemol mayor, K. 22, fue compuesta por Mozart en diciembre de 1765, a los nueve años. El género sinfónico era incipiente. Las obras maestras haydenianas se distribuyen aleatoriamente después del número cincuenta y se concentran en las últimas veinte; las de Mozart, salvo lo dicho antes para Haydn, están entre la 35 y la 41, con algunas excepciones como la 25 y la 29. Lo mismo se puede apreciar en von Dittersdorf, Salieri, Johann Christian y Carl Phillip Emmanuel Bach.

Intentaré un atrevimiento: Beethoven fue el Cervantes de la sinfonía, género que me parece simétrico al de la novela. Retomó un formato brillantemente desarrollado, mas incipiente. Su manera composicional era lenta (para los trabajos que le importaban) frente a la rapidez de sus predecesores y extendió la duración de sus obras sinfónicas. Estructuró un nuevo discurso musical a partir de la Eroica y en la celebérrima (y primera, famosa) Quinta sinfonía, en Do menor, op. 67, organizó un preciso texto basado en cuatro notas (tres iguales, una distinta; tres cortas, una larga: ta-ta-ta-taa) que fueron ritmo, estructura, variación y desarrollo de una forma novedosa: la sinfonía moderna… Se convirtieron en la frasecilla “le-che-con-paan” de nuestra infancia remota.


Nielsen, Shostakovich, Mahler, Sibelius

Es en esa peregrina idea de una famosa Quinta donde, respecto a Beethoven, parecen quedarse “atrás” Mozart y Haydn, como las novelas de caballerías respecto a Cervantes; pero en esa mentirosa cuenta también se restan autores que no compusieron la esperable Quinta, como Schumann y Brahms, cuya producción sinfónica “se quedó” en la Cuarta; o Saint-Säens, autor de cuatro pero cuya Tercera (con órgano) es la más reconocida; o Berlioz y su “Fantástica”… Por razones combinatorias y comerciales que el autor dedujo en su momento, no me parece que la verdadera Quinta de Dvorák forme parte del culto quintológico que vengo lucubrando. Beethoven no pensó en numerología alguna al alcanzar el número 5 de su producción sinfónica, ni imaginaba que en el futuro se hablaría con veneración de las “quintas sinfonías”: al terminar la composición de la suya tenía treinta y ocho años.

Ofrezco un somero repertorio de las que me parecen las dichosas Quintas sinfonías dignas de recuerdo, además de la beethoveniana: la Sinfonía 5, en Si bemol mayor, D. 485, de Schubert, fue completada en octubre de 1816, cuando el autor contaba con diecinueve años; la Sinfonía 5, en Re mayor, op. 107, conocida como “Reforma”, de Meldelssohn, fue compuesta en 1830, cuando el autor tenía veintiún años; la Sinfonía 5, en Si bemol mayor, de Anton Bruckner, fue escrita entre 1875 y 1876, a sus cincuenta y dos años; la Sinfonía 5, en mi menor, op. 64, de Tchaikovsky, fue compuesta entre mayo y agosto de 1888, a los cuarenta y ocho años de su edad; la Sinfonía 5, en Do sostenido menor, de Gustav Mahler, en cinco movimientos, fue concluida en el otoño de 1902, cuando el compositor estaba en sus cuarenta y dos años; la Sinfonía 5, op. 50, de Carl Nielsen, en dos movimientos, fue terminada de componer en Dinamarca entre 1920 y 1922, cuando el autor arribaba a sus cincuenta y siete; la Sinfonía 5, en Mi bemol mayor, op. 82, obra en tres movimientos de Jan Sibelius, conoció tres versiones y la última de ellas es la más conocida e interpretada actualmente: proviene de 1919 y de los cincuenta y cuatro años del músico; finalmente, la Sinfonía 5, en Re menor, op. 47, fue compuesta por Dmitri Shostakovich entre abril y julio de 1937, a sus treinta y un años.

Nueve compositores, nueve Quintas sinfonías compuestas entre 1808 y 1937; sus autores andaban entre los diecinueve y los cincuenta y siete años y la geografía divaga entre el centro, el norte y el este de Europa…

(Continuará)