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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XIV

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EL PANA REGRESA A LA PLAZA MÉXICO. Rodolfo Rodríguez El Pana regresa hoy a la Plaza México. Alternará con Morante de la Puebla y Joselito AdameFoto Archivo
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rustrados…

Así estábamos al poner punto final a nuestra anterior colaboración, pero es que, la verdad sea dicha, estábamos bien embalados cuando don Tiranito nos hizo sus acostumbradas señas y no hubo más remedio que cortar.

En fin, reanudemos la vida taurina del gran Carlos Arruza, en el punto en el que decidió tomarse un merecido descanso y gozar algo de la vida, después de sus tan repetidos triunfos en El Toreo. Fue en el verano de 1942 que decidió volver a Portugal –ya en calidad de matador de toros–, embarcándose en el vapor Niaza, en compañía de Ricardo Aguilar.

La Segunda Guerra Mundial era más cruel y sangrienta que nunca y durante 30 días no hicieron otra cosa que comer, dormir y rezar porque no los hundiera algún submarino, lo que, por fortuna, no sucedió.

Al llegar a Lisboa los estaba esperando un numeroso grupo de amigos con don Julio Ninja a la cabeza y con un portafolio lleno de contratos.

Pero…

Iba Carlos envanecido por los éxitos de México y así, sintiéndose el papá de los pollitos y sin concederle mayor importancia a sus futuras actuaciones, poco a poco, los aficionados le fueron dando la espalda, yéndose al caño la idea de ganar las grandes sumas hasta que llegó el momento de pensar en volver a México, pero ¿con qué dinero? Ni para pasajes había.

Para la pitanza, otra vez tendió su generosa mano don Julio Ginja en cuya casa comían Carlos y Ricardo, pero ellos, por vergüenza, no confesaban su falta de dinero, así que Arruza decidió entrevistarse con el entonces embajador de México en Portugal, don Juan Manuel Álvarez del Castillo, y en breve tiempo les devolvieron sus pasaportes con el sello de repatriados.

Por fin llegó la hora de embarcarse en el Serpa-Pinto, sólo que aún les faltaba una gran sorpresa, esa sí que de tamaño caguama.

En tanto Carlos permanecía en el muelle despidiéndose de algunos amigos, El Chico Pollo se hizo cargo del equipaje para llevarlo al camarote. Pasó una hora y, de pronto, Carlos, con sólo verle la cara, comprendió que algo muy serio había pasado.

¿Qué tienes, qué sucede?

Ricardo nada respondió y le hizo señas de que lo siguiera.

El infierno de Alighieri.

+ + +

En una bodega iban a viajar más de 150 hombres, apretados como sardinas, sin baños ni lavabos y el viaje estaba programado para un mes debiendo pasar severos controles tanto ingleses como norteamericanos.

Durante tres noches no durmieron en ese hacinamiento en el que los malos olores eran insoportables y peor se pusieron las cosas cuando al atracar en Casablanca, subieron otros muchos condenados a viajar en esa clase de galeras.

Era de horror.

Y en esas estaban cuando al dejar Casablanca los mandó llamar el comisario del barco, temiendo ambos fueran a reprenderlos por haber dormido en cubierta.

Pero no.

El comisario les dijo que de inmediato los iban a pasar a un camarote de primera clase con todas las comodidades y que, en cuanto a los alimentos, les serían servidos en segunda clase.

Del infierno al cielo…

¿Qué motivó tal cambio?

De nueva cuenta la magnanimidad de Julio Ginja, quien lo había arreglado todo con el capitán del buque, pero nada les dijeron hasta estar seguros de que no subirían pasajeros que los tuvieran reservados.

–Ahora sí, Ricardo, vamos a poder viajar como personas decentes.

Y, a poco, otro susto.

En el control inglés de Las Bermudas les revisó el equipaje un enorme soldado inglés, quien abrir la primera maleta encontró una revista que en la portada tenía la fotografía de Hitler y ahí sí que se le heló la sangre a Carlos y, entre la ropa, aparecieron varias más.

El británico nada dijo, se llevó las revistas y durante tres o cuatro días estuvieron los dos toreros esperando lo peor.

¿Quién o quiénes las pusieron ahí?

Nunca se supo.

Con los nervios a flor de piel, esperaban los desembarcaran para investigar, pero nada sucedió y faltando minutos para volver a zarpar, se presentaron otros dos soldados ingleses que les entregaron un paquete diciéndoles éstas son mejores.

Abrieron el paquete y adentro estaban seis ejemplares de revistas inglesas.

Y respiraron.

+ + +

Lo de cajón.

A cortar, pues.

(AAB)