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El Papa y la petición de perdón a los pentecostales
H

ay que empezar por dimensionar lo que dijo el papa Francisco. Hizo una solicitud de perdón para un momento histórico y actores específicos que persiguieron a los pentecostales en Italia. No fue, como infinidad de medios lo reprodujeron, una solicitud genérica y ­abarcadora de perdón para todos los actos persecutorios de católicos romanos perpetrados contra protestantes/evangélicos.

La focalizada penitencia de Francisco tuvo lugar la semana pasada en Caserta, en las instalaciones de la Iglesia Evangélica de la Reconciliación. Allí el Papa, de acuerdo con la agencia informativa Efe, refirió la persecución padecida por los pentecostales bajo el régimen fascista de Benito Mussolini. Fue durante tal periodo cuando, expresó Francisco: Entre los que perseguían y denunciaban a los pentecostales, como si fueran locos que arruinaban la raza (término fascista para determinar una genética genuinamente italiana), había también católicos. Yo soy su pastor, por lo que os pido perdón por aquellos hermanos y hermanas que fueron tentados por el diablo.

Durante el fascismo italiano los pentecostales fueron perseguidos simbólica y físicamente. Si bien antes de 1935 fueron arrinconados por el antiprotestantismo gubernamental, a partir de 1935, con la promulgación de la ley Buffarini-Guidi, todo les fue más difícil porque el instrumento legal consideraba al pentecostalismo una práctica religiosa contraria al orden social y nocivo para la integridad física y síquica de Italia, menciona el aludido cable de Efe.

La ley Buffarini-Guidi prohibió el culto pentecostal en la geografía italiana. Un alto número de los integrantes de la creencia proscrita fueron recluidos en campos de concentración. El especialista en los orígenes y globalización del pentecostalismo Allan Anderson sostiene que los bien planificados esfuerzos persecutorios del fascismo italiano contra los pentecostales contaron con el activo apoyo de la Iglesia católica. El pentecostalismo no fue reconocido para ser practicado legalmente en Italia hasta 1960. Para 2000 los pentecostales italianos representaron la segunda población más grande de tal confesión en Europa occidental, solamente detrás de Inglaterra ( An Introduction to Pentecostalism: Global Charismatic Chistianity, Cambridge University Press, UK, 2004, pp. 97 y 98).

La cuestión del involucramiento de católicos romanos en la persecución contra pentecostales en Italia fue mucho más allá de acciones individuales intermitentes. El ánimo persecutorio fue instigado y reforzado por autoridades de la Iglesia católica italiana. Hubo una participación institucional que actuó como justificadora de los terribles actos cometidos por sus feligreses en defensa de la integridad doctrinal de la religión dominante. Por ello la petición de perdón del papa Francisco es incompleta, porque en ella todo lo reduce a excesos de algunas personas identificadas con el catolicismo, y convenientemente olvidó todo el discurso estigmatizador contra los pentecostales por curas, obispos y arzobispos ­italianos.

El tópico de los causales de la persecución de los pentecostales en Italia y en otras partes del mundo es complejo. En cada lugar tiene motivaciones singulares; no existe un patrón universal que explique el asunto para todas las épocas y todos los lugares. Dicho esto, me atrevo a comentar que un elemento presente en las persecuciones contra los pentecostales lo encontramos en su excentricidad. Vistos desde afuera de sus comunidades, los pentecostales a menudo son catalogados como fanáticos y nocivos para el mainstream religioso y social.

Carlos Monsiváis, siempre atento, pero no siempre atendido en sus sagaces observaciones y comentarios, escribió en muchos lugares sobre la intolerancia contra los protestantes en México (por cierto la parte menos estudiada por los monsivaisólogos). En un ensayo, que tal vez fue el último en el que se ocupó de la temática, aseveró: “A la comunidad nacional unida por la fe intentan seducirla (esto es, precipitar en el infierno) los fabricantes de apostasías. México, firme en la fe pero siempre débil ante las acechanzas del mal, debe cerrarse al contagio, imponer como cuarentena el odio a los pervertidores de las costumbres. […] Lo normal es el uso del criterio estadístico como la ley del comportamiento: ‘Somos la gran mayoría. Lo que queda fuera es falso y grotesco’. Y lo normal también requiere la crueldad. […] Los más pobres son los más vejados, y los pentecostales la pasan especialmente mal, por su condición de ‘aleluyas’, gritones del falso Señor, saltarines del extravío” (De las variedades de la experiencia protestante, en Roberto Blancarte (coordinador), Los grandes problemas de México: culturas e identidades, vol. XVI, El Colegio de México, 2010, pp. 65-85.

A la excentricidad, que culpabiliza a los perseguidos por elegir una identidad a contracorriente de la mayoritaria, se le suma la vitalidad de las agrupaciones pentecostales que crecen mientras las creencias tradicionales disminuyen, y en esto quienes sienten invadidos sus terrenos se movilizan para detener el crecimiento de aquellas, y en no pocos casos lo hacen de manera violenta.

Para el caso de México, lo documenta muy bien Deyssy Jael de la Luz García, durante el arzobispado de Luis María Martínez, éste impulsó La cruzada en defensa de la fe, en carta pastoral de octubre de 1944. La autora dedica parte de su investigación a la persecución contra los pentecostales, en particular a una de sus expresiones, la Iglesia de Dios ( El movimiento pentecostal en México: la Iglesia de Dios, 1926-1948, Letra Ausente/Editorial Manda, México, 2010). Así que no nada más en Italia hubo, y hay, ánimos persecutorios contra los pentecostales.