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Revela las carencias afectivas y educativas de una sociedad indiferente, dice Nuria Ibáñez

Mi cinta no habla de enfermedades mentales, sino de los jóvenes y la relación con sus padres

Lo que me encantó de hacer El cuarto desnudo fue abrir una ventana por la que se puede ver la manera tan desprejuiciada de los chicos de contar lo que les sucede, comenta la realizadora

Foto
Fotograma del documental
 
Periódico La Jornada
Lunes 13 de octubre de 2014, p. a14

A partir del testimonio de niños, adolescentes, padres y médicos del Hospital Siquiátrico Juan N. Navarro, Nuria Ibáñez crea El cuarto desnudo, documental que aborda la degradación social reflejada en pacientes con supuestos problemas mentales.

La historia se desarrolla en un consultorio de ese nosocomio: espacio claustrofóbico que se vuelve insoportable cuando los pacientes, niños y adolescentes con severos problemas de conducta, depresión profunda y conflictos con la autoridad, o suicidas, se desnudan frente a los médicos, sus padres y el ojo de la cámara de Ibáñez.

Observadora durante mucho tiempo

La directora cuenta a La Jornada que pasó mucho tiempo como observadora para entender cómo hacer la película. Era algo rudo. Primero fue curiosidad personal. Luego, conocí a una médico residente de la institución al que le pedí permiso para grabar; también lo hice con las familias de los pacientes. Eso fue el detonante para animarme a filmar, dice Nuria Ibáñez, originaria de España y periodista de formación.

El cuarto desnudo, exhibido en varios festivales y cuyo estrenó fue el viernes pasado en la Cineteca Nacional, el Cine Tonalá y Cinemanía, es una radiografía social, insiste la directora. Es una cinta que no habla de enfermedades mentales, sino de los jóvenes y su relación con los padres, dice.

Ibáñez filma en un pequeño cuarto. Se vuelve, junto con su fotógrafo y su sonidista, en objetos dentro del consultorio, en el que se revelan las carencias afectivas, educativas y culturales no sólo de los familiares, sino también de una sociedad indiferente.

Luego de cuatro meses y medio de rodaje, más de 150 registros y testimonios (de los cuales Ibáñez seleccionó solamente 11), así como de un arduo proceso de edición, la realizadora logra un filme crudo, pesado, pero muy emotivo.

Elocuencia de los pacientes

Reconoce que no es un historia fácil. Lo que me encantó fue abrir una ventana por la que se ve esa manera tan desprejuiciada de los chicos de contar lo que les sucede. Algo que como adultos perdemos. Ellos logran decir lo que les pasa, de cuánto son invisibles para los papás... Por ahí descubrí que los chicos pacientes tenían mucha elocuencia. De hecho eso fue lo que me impulsó.

Ibáñez, cuya opera prima es La cuerda floja (2010), en la que retrata la dignidad y miseria de una familia de cirqueros que luchan por mantener viva su tradición, comenta que usó tomas fijas, porque hice con la cámara lo que hubiera hecho sin ella. Cuando entraba me ponía al lado del doctor, y a quien miraba era a los chicos; ellos lo hacían hacia la cámara, a la cual, luego de un tiempo, olvidaban. Como dije, ellos lo que necesitaban era ser escuchados, porque al final podríamos peguntarnos: ¿quién está loco? Si un chico que pone excremento en un refrigerador o su padre que lo deja horas en la esquina de una calle para prepararlo porque lo va abandonar.