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Celebrada dentro y fuera de Brasil, en México se le recuerda por la cinta Estación Central

Tengo una dedicación casi maniaca a mi profesión, dice la actriz Fernanda Montenegro

La televisión es avasalladora; hoy toda tu vida está en una pantalla grande o pequeña, afirma

Foto
Fernanda Montenegro en IpanemaFoto Gabriel Díaz
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 20 de octubre de 2014, p. a14

Río de Janeiro, 19 de octubre.

Primero fue el teatro, luego el cine y la televisión. En todos ellos Fernanda Montenegro ha desarrollado una carrera celebrada dentro y fuera de Brasil. Hoy la actriz se mueve con destreza entre el ritmo avasallante de las series de tv, los papeles cinematográficos y su gran debilidad, el teatro. Como buena lectora de Honoré de Balzac y las novelas del siglo XIX, contempla y centra su trabajo en el ser humano y sus circunstancias.

–Los personajes de Balzac han cambiado de vestuario, pero no su esencia: de lo más noble a lo más despiadado, con todos sus matices. Su trabajo recorre buena parte de ese universo que escapa a las verdades absolutas, ¿usted lo vive así?

–En general tenemos mucha dificultad para vernos a nosotros mismos. Hoy, después de tantos años sobreviviendo en esta profesión, sigo siendo una persona interesada en el ser humano. Tengo una dedicación casi maniaca a esta profesión, centrada en el ser humano como ninguna otra, incluso más que la medicina. La medicina está tan volcada al cuerpo, cuerpo, cuerpo, cuando en realidad somos el resultado de tantos temores y sentimientos que están en nosotros. Soy una lectora de las novelas del siglo XIX y las recomiendo a los jóvenes actores, porque dan mucha información sobre la dinámica del ser humano y su alma. Explican cómo los acontecimientos están entrelazados a un tiempo, cómo los seres humanos atraviesan las crisis.

Ene número de máscaras

–Le leo algo que escribió Clarice Lispector: Escoger la propia máscara es el primer gesto humano voluntario. Y solitario. ¿Concuerda?

–Estoy de acuerdo. Sólo que al comienzo pensamos que tenemos una máscara, creemos que es la única pero no lo es. Multiplicamos esa máscara ene veces, utilizándolas con cada persona con la que tenemos que lidiar. Esta persona que está hablando con usted tiene una máscara, cuando llegue a su casa y cierre la puerta tendrá otra. El actor se da el derecho (y la sociedad lo acepta) de tener muchas máscaras en su vida personal y profesional. Soy consciente de eso. La persona que le está respondiendo lleva una de sus tantas verdaderas máscaras.

–En La hora de la estrella, filme basado en la novela de Lispector, su personaje comete un error al tirar las cartas y le produce un momento de felicidad a la protagonista. Si obviamos el final, digamos que fue un error acertado. ¿Le ha sucedido algo parecido?

–Cuando eres joven y sientes que algo relacionado con el arte te toca, de repente escuchas en una radio oficial que tienen un proyecto para jóvenes con una propuesta educativa muy buena, para sustentar una carrera profesional que va a conversar con el pueblo, que va a servir culturalmente. Y te presentas, con la familia en contra, porque por entonces aquello era de prostitutas o de gigolós, algo marginal. Y uno va y lo intenta, sin saber qué va a pasar, piensa que todo va a salir mal y poco a poco las cosas van saliendo bien. Pasa el tiempo, me caso también con un hombre de teatro, la vida sigue, atravesamos épocas catastróficas desde el punto de vista económico y 20 años de una dictadura horrenda. La verdad es que en mi vida todo podría haber sido diferente. Nunca fui voraz ni catadora de oportunidades y en Brasil el mundo de la cultura, sobre todo de las artes, está olvidado. Excepto la música popular brasileña, que es de una fuerza única. Pero el teatro es infelizmente visto como elitista, lo cual no es cierto.

Actuar es un trabajo artesanal

–Cuando aparece, la televisión era un aparato de élite y el teatro parecía ser más popular. Ahora es probable que las nuevas generaciones la identifiquen más con la televisión que con el teatro. ¿Cómo ha vivido ese proceso?

–La televisión en Brasil es avasalladora. Con Internet existe una televisión desdoblada. Aquello que era una pantalla, que estaba dentro del salón de casa y que uno tenía que sentarse para verla, ya no lo es más. Hoy toda tu vida está en una pantalla grande o pequeña, encendida en tu cama, la sala, el trabajo, a cualquier hora tienes una televisión con mucha información. Yo todavía no he llegado a Internet. No sé si quiero ni si tengo tiempo de absorber todo eso. Todavía no he leído los libros que quiero leer, todavía no he caminado algunas calles que quiero caminar. Y tengo un volumen muy importante de trabajo y actuar es un trabajo artesanal, por más que el proceso sea empresarial. No llegas y comienzas a hacer funcionar la máquina desde las 10 de la mañana hasta las 4 de tarde. El actor está en un constante proceso de maceración de su trabajo. Si es en la televisión, tienes que memorizar seis capítulos por semana, trabajas 10 o 12 horas seguidas por día, llegas a tu casa, tomas un baño, comes algo, y tienes que retomar y traer a tu memoria el guion para seguir al día siguiente. Y el telespectador lo va siguiendo a través de una pantalla.

¿Cómo el teatro va a acompañar eso? El teatro es eterno, está hecho a escala humana, es una artesanía a la medida del hombre. Es el hombre que necesita de otro para comunicarse a través de un acto teatral. No tiene sentido hacer Antígona en el cine o en la televisión. No. Aquello te va a tocar cuando la tragedia llegue a ti y la sientas físicamente. Entonces, delante de esa industria global de comunicación que es Internet, el teatro está en las catacumbas. Todo pasa por la red, que es una televisión. Y es así y va para adelante. Pero eso no va impedir que un pequeño núcleo, una pequeña célula teatral permanezca.

–En Estados Unidos se habla del síndrome de la piedad cansada, de seres humanos adormecidos frente a la sobrecarga informativa, presentando muchas veces al dolor del otro como espectáculo.

–La piedad está agotada. Usted pasa de ver una fiesta maravillosa no sé en qué lugar, donde miles de personas bailaron y cantaron, a las muertes por ébola en África. Pasa de un oh de espanto, a un ah de alivio. La televisión tiene el poder de desvirtuar, de comandar, de optar y de imponer. Porque si usted decide cambiar de canal se va a repetir más o menos el mismo proceso, que va quitando la posibilidad de tomar una posición dentro del estupor del dolor. En ese continuo ah seguido por un oh no existe espacio para la reflexión. Cuando estás frente a algunos periódicos puedes optar por leer o no lo que escribe determinada persona o un asunto que te interesa más o menos. En la televisión, prendes o apagas.

Ningún gobierno logra cambiarlo todo

–La película Estación Central muestra a un Brasil con enormes carencias, en muchos aspectos. ¿Qué ha cambiado? ¿Qué espera del próximo gobierno?

–Todos los gobiernos democráticos nos han dejado algo. Y ningún gobierno logra cambiarlo todo. Hoy 50 por ciento de la población de Brasil no tiene saneamiento básico. Mientras tenga este problema, va a ser un país sin cultura, sin educación, sin salud. No avanzamos construyendo hospitales mientras 50 por ciento de los hogares viva entre los excrementos y la basura. Los olvidados del Nordeste viven en una absoluta podredumbre. Entonces, ¿cómo podemos avanzar en educación y en salud? Es la única explicación que tengo. Cuando consigamos que por lo menos 90 por ciento de la población tenga saneamiento básico, empezaremos a ir realmente en la buena dirección.