Opinión
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Nosotros ya no somos los mismos

El búmeran de Sandino

Infiltrados de altos vuelos

La inmolación de Agustín Gómez

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Sandino Bucio, detenido el 28 de noviembre por elementos de la Policía Federal vestidos de civil y liberado unas horas después, durante una conferencia de prensa ante la asamblea de estudiantes en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAMFoto Pablo Ramos
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stá claro que la velocidad con que se ha venido presentando una serie de eventos durante los últimos días deja a esta columneta por demás rezagada. El lunes pasado apenas comenzábamos a comentar las injustificadas acciones del joven Sandino Bucio y su apañón, menos justificable aún, en los linderos de CU, cuando los medios ya daban a conocer otras acciones cuyo común objetivo era el mismo: provocar una reacción violenta de las llamadas fuerzas del orden frente a la legítima protesta ciudadana, pero, eso sí, con plena justificación: la defensa de la integridad física y el resguardo de bienes públicos y, sobre todo, de los privados, que son los que verdaderamente reditúan. Acatemos un principio jurídico elemental (que en los tiempos que corren es del todo demodé): Primero en tiempo, primero en derecho. Regresemos al joven Sandino.

Contesto de paso una pregunta muy atenta y (así la siento) sinceramente preocupada de un joven veracruzano: ¿tú también condenas al compañero Sandino y hasta te parece chistoso que le hayan puesto el nombre de un gran luchador antimperialista? Tu sí no te mediste al quererle poner a tu hija Krúpskaya. ¿Cómo lo explicas? Comienzo por el final. No tengo más explicación que el sarampión (enfermedad que suele surgir antes de los 20 años). Segundo, no sólo no condeno a Sandino, sino que defiendo sin reservas su pleno derecho a protestar, manifestarse y hasta gritar toda clase de improperios. Repruebo, no únicamente por ilegal, su aprehensión, sino principalmente por innecesaria, peligrosa y estúpida. Si ya tenían las fotografías, ¿por qué no las mostraron previamente y anunciaron públicamente su requerimiento para que se presentara ante las autoridades a deslindar responsabilidades? ¿Se les podía escapar si lo tenían severamente vigilado y, en todo caso, su escape les era sumamente conveniente? ¿No podían mostrar la orden de presentación y, frente a la prensa y representantes de la CNDH o las ONG, ejecutar el mandato judicial? ¿Son verdaderamente bestias peludas o hay otra soterrada intención? Pienso, en síntesis, que la detención de Sandino fue una acción irracional o una pensada (y tonta) estrategia. Pero cuanto al joven Bucio se refiere, estoy convencido de que requiere con urgencia una intervención. Me refiero a ese procedimiento muy de moda en Estados Unidos, por medio del cual un grupo de familiares y amigos cercanos a una persona, cuyo comportamiento es abiertamente antisocial, en algunas ocasiones aun delictivo, se reúnen en torno suyo y la confrontan para tratar de hacerla entrar en razón. Entre más contundentes y objetivos sean los planteamientos que se le expongan, así como inobjetables las pruebas de los daños que su comportamiento ocasiona, primero a su persona, luego a familiares y amigos y aun al grupo social, más positivo será el resultado. Ahora que, cuidado con pasarse de tueste. La intervención deben hacerla personas que el sujeto admire, respete y con las que tenga lazos de mutuo afecto. No se trata de regañar, avergonzar, amenazar, sino de razonar, emocionar, concientizar (palabrita por demás gastada), envolviendo los argumentos con evidentes y sinceras manifestaciones de comprensión, respeto y la premisa indiscutible de que cada persona es responsable de sus actos, pero también que hay actos que si causan perjuicios a terceros acarrean sanciones. En el caso concreto no se trata de mellar mínimamente el sentimiento de responsabilidad y solidaridad ciudadanas de Sandino, que yo sin reticencias le aplaudo. Su derecho a inconformarse, manifestarse, reclamar, proponer, exigir está fuera de discusión. Su forma de hacerlo es el problema, y problema serio, pues rebasa la multa o los días de privación de su libertad. Con sus acciones y luego sus pobres alegatos, se ha convertido en un búmeran: cuando los manifestantes futuros sean acusados de vandalismo, daños a las vías de comunicación, al equipamiento urbano, propiedades privadas, y éstos pretendan deslindarse de ese comportamiento delictivo y señalen la presencia de provocadores infiltrados en sus contingentes, una vez tras otra aparecerá la imagen del estudiante de filosofía encendiendo un petardo y lanzándolo a los policías. Por esta torpeza (sigo pensando que sin dolo ni beneficio) se intentará borrar el impacto de los 12 infiltrados en la toma de las casetas de la súpercarretera México-Cuernavaca que fueron descubiertos por profesores y alumnos, aprehendidos y puestos a disposición de las autoridades (supongo que prontamente dejados en libertad por la intervención de sus contratantes). Uno confesó ser repartidor de refrescos, otro policía y uno más estaba esperando su confirmación para incorporarse al Ejército. Les habían ofrecido 200 pesos y el pago de unas medicinas.

Un video de Animal Político nos muestra un individuo audaz y aguerrido que lanza un objeto metálico contra las fuerzas del orden (ya madurito por cierto, el sujeto), algunos granaderos lo descubren y comienzan a surtirlo. De inmediato aflora el espíritu de cuerpo (de granaderos, no el de la raza) y descubren el pastel: déjenlo, déjenlo, es de los nuestros, gritan sus subordinados. Todo madreado lo sacan a rastras del campo de batalla. El reportero Paris Martínez a gritos lo interroga: ¿usted es policía? No, contesta, soy un ciudadano (algunos perversos radicales afirman que contestó: soy tan sólo un siervo de la nación). Ante la insistencia de Paris, que lo acorrala y le dice lo acaban de identificar, recurre a las locuciones latinas aprendidas en la academia de policía: “tu afirmación es de auditu. Ego sum qui sum (tu afirmación es de oído. Soy quien soy. Yo le agregaría: y no me parezco a nadie, pero es un exceso)”. Luego regresa a lo autóctono y grita: ¡vete de aquí, pendejo! Ayudado por sus iguales, se reintegra al equipo y ahora espera confiado su ascenso para el próximo mes de enero.

Un infiltrado de altos vuelos es el general Gustavo Ramírez Palacios, subjefe de seguridad del Estado Mayor Presidencial. En las primeras tomas de otro oportuno video, lo vemos vestido de civil entre los manifestantes en las afueras de Palacio Nacional. Por su comportamiento es un camarada más. Luego se transforma y dirige el embate contra los manifestantes. Está absolutamente ebrio. Margarita Aguilera, Alberto Torres y Eduardo Hernández, de El Universal, así lo demuestran.

Al unísono se alzará el coro de los acridios (así denominó Hernández Llergo a los periodistas de a tanto la cuartilla), los que al servicio de los hombres del gran capital persiguen, zahieren, denuncian, difaman a toda persona o grupo de mexicanos que en defensa de elementales derechos se atreven a reclamar y manifestar su inconformidad. Su comportamiento ético está más devaluado que nuestra pobre moneda, pero esa no es prenda que les importe. Es la amplitud de la talega (que diría Eulalio Rivas, autor del libelo La grilla) que se granjean por la cotidiana e infame tarea de intentar dar un Jaque Mate (no se pierdan esta cotidiana columna en el periódico Reforma, sobre todo si no padecen de emesis, o sea la expulsión violenta de los contenidos del estómago. Vulgo: vomitar) a cualquier demanda popular, así sea la más justa, noble y constitucional de las pretensiones. Y no están solos, de inmediato brotan los halcones que todo policía lleva adentro. Marco Tulio López Escamilla es (¿todavía?) el coordinador regional de la zona centro de la Policía Federal. Sus solas declaraciones, que dejan al descubierto su mentalidad cavernaria, serían motivo suficiente para su destitución inmediata. Paladinamente declaró que los presuntos ( sic) defensores de los derechos humanos eran los protectores de los anarcos ( sic) que habían atacado y destrozado los bienes propiedad de la gente. La valla de 80 visitadores de la CNDH que trataba de impedir daños a mujeres y niños por los constantes abusos policiacos, los convertía en instigadores, en cómplices: ¡duro! ¡duro!

Dos acciones me cimbraron estos días. Una, jubilosamente, la otra me hundió en una tristeza infinita: Adán Cortés Salas, el chavo ondero que se tuteó con Malala y rompió el protocolo de seguridad del gobierno de Noruega. La otra, la acción desesperada, suicida, de Agustín Gómez, joven chiapaneco de 18 años, que se prendió fuego para poder ser tomado en cuenta. Algo, mucho, tiene que estar mal entre nosotros, para que la inmolación de un ser humano sea el único camino para reclamar la posibilidad de justicia. Lo platicaremos la próxima semana si las medicinas son mejor que los placebos.

Twitter: @ortiztejeda