Opinión
Ver día anteriorMiércoles 14 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

Temporal, atemporal

E

l cine, como la música, y a mi ver también como la poesía, es un arte del tiempo. Y como esas otras artes mencionadas, es sobre todo un arte de dar tiempo y de darlo de modo que uno comprenda el servicio del tiempo y de cómo ponerse al servicio del tiempo. Quizá todas las artes hagan eso –pienso sobre todo en las escénicas–, pero en estas tres la utilidad al respecto, y hay quien suponga que no deberían tener utilidad ninguna, es clara. En el mejor cine, como en las mejores música y poesía, hay donación de tiempo. Tiempo –esto ya se ha dicho– en nacimiento. Y en expansión. El tiempo del arte hace menos inquietante el arte de la vida.

Hasta las artes espaciales, arquitectura, escultura, pintura, son de algún modo como concentración de tiempo. Pienso en algún puente de Monet, en algún Giacometti, en el Espacio Escultórico de la UNAM o, más lejecitos, en el Instituto Cultural Cabañas, lugares estos últimos de los que en verdad uno no tiene ganas de irse, donde se siente que se tiene tiempo, que el tiempo se abre a uno y uno al tiempo.

Pienso en Fellini (cómo no pensar en él ahora que ha muerto Anita Ekberg), pienso en Visconti, pienso en Kurosawa, directores con fino sentido de la música, y claro –si no cómo cineastas–, del sentido del tiempo. Hay una filmación, la vi una vez en tele y otra en Youtube (ahora no la encuentro), donde el primero dirige con preciso tino temporal la acción, mesuradamente erótica, de tres jóvenes. Una lección más digna de atención, que eso es lo que propongo él querría, que de cualquier elogio.

Al hablar de imágenes acústicas (melopea) en poesía, Ezra Pound alude sin decirlo a imágenes temporales, pero como tales éstas no aparecen en su clasificación (las otras dos: eidéticas –logopea– y visuales –fenopea). En cine quizá la imagen temporal corresponda a la secuencia (desconozco el lenguaje cinematográfico), en teatro tal vez a la escena.

Bueno, quién puede olvidar a Anita Ekberg en la Fontana de Trevi (La dolce vita, título contra el que afortunadamente no se atrevieron nuestros ineficientes renombradores de filmes: lo dejaron tal cual, en italiano, un verdadero acierto). Metido en su rol Mastroianni, ahí reportero también llamado Marcello, se deja, seducido, disminuir ante la deslumbrante, exuberante Sylvia (Adán y Eva que elegantes, urbanos, metropolitanos, internacionales, incursionan deseosos, añorantes, qué logro el de Fellini, en la nocturna y por momentos da la impresión que recobrada Fuente de la Vida).