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Ver día anteriorLunes 23 de febrero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Complicaciones del PIB
E

l PIB tiene una biografía. Diane Coyle escribió recientemente un breve texto sobre la historia de esta medición, que se toma convencionalmente como la clave del desempeño económico de un país y que en ocasiones se extiende forzadamente hasta como un indicador del bienestar.

Dice Coyle que el producto interno bruto es la medida estandarizada del tamaño de una economía y, aunque se trata sobre él de manera constante por muy diversos medios y, además, ha adquirido un contenido eminentemente político, en realidad su significado es bastante vago para la mayoría de la gente. A esta consideración básica puede añadirse sin exagerar que parecería ser que incluso ocurre igual con los mismos economistas que lo usan como materia de análisis, de definición de políticas y la manera de aplicarlas.

El pasado 20 de febrero el Inegi publicó el resultado del PIB en 2014 en la forma del promedio de los resultados trimestrales, lo que rindió una tasa de crecimiento anual de 2.1 por ciento. Esto muestra la magra expansión del ingreso creado el año pasado en el país y reafirma la incapacidad para rehacer las condiciones del crecimiento en los dos primeros años de este gobierno. Con esto, se reduce incluso el muy bajo nivel medido del crecimiento del producto que se extiende por tres decenios.

La medida del crecimiento del PIB tiene una carga técnica asociada con el funcionamiento de la economía. Pero también una carga política que remite y cuestiona las pautas de la gestión de los recursos públicos que provienen de las familias y de las empresas (incluyendo las que son de propiedad estatal), exhibe el alto grado de vulnerabilidad externa que se mantiene, como es el caso del precio del petróleo y, también, las limitaciones de la política de estabilización financiera, como apunta la fuerte depreciación del peso frente al dólar en las semanas recientes.

Coyle apunta en su libro que el PIB tiene una importancia permanente en el entorno político y financiero. Es la manera en que medimos y comparamos qué tan bueno o malo es el desempeño económico de un país. Observa, pertinentemente, que “el PIB es una entidad creada. Un concepto que data apenas de la década de 1940…, una abstracción que suma todo, desde clavos a cepillos de dientes, tractores, zapatos, cortes de pelo, consultorías sobre administración, limpieza de las calles, clases de yoga…, libros y los millones de otros servicios y productos de la economía, y que luego los ajusta mediante complicados procesos y fluctuaciones estacionales, toma en cuenta el efecto de la inflación y los estandariza para que sean comparables de algún modo con los de otros países tras ajustarlos mediante unos tipos de cambio hipotéticos”.

Este simple señalamiento indica lo enormemente imprecisa que es esta medida en la que centramos tanta de nuestra atención y en la que se fija la actividad política que representa no sólo administrar una economía sino las decisiones sobre el uso de los recursos, en especial, el trabajo. No obstante, en la nota metodológica que acompaña el informe del Inegi sobre el PIB se dice que: El PIB trimestral ofrece en el corto plazo una visión oportuna, completa y coherente de la evolución de las actividades económicas del país, para apoyar la toma de decisiones. Es un error grande pretender tal precisión, lo que puede llevar a leer linealmente las cifras. Y claro que, como se sabe, en el largo plazo todos estaremos muertos.

Además, esta medición de la economía tiende a dominar los enfrentamientos políticos y la fortuna de un gobierno suele crecer o caer con sus variaciones. La evolución de la crisis económica en Europa es un claro ejemplo de estas condiciones y las vicisitudes del nuevo gobierno griego en las negociaciones sobre el ajuste de la economía muestran la dimensión política del asunto en cuestión.

Fijar la atención en la cifra del crecimiento del PIB como se hace usualmente, y se advierte hoy en México es muy limitante. El PIB puede crecer o decrecer en medio de grandes distorsiones económicas en el seno de la producción que tienen que ver con aspectos tales como la articulación de las cadenas de valor, el contenido y la magnitud de las exportaciones y las importaciones, las condiciones de la productividad, del financiamiento, la inversión y el ingreso disponible para el consumo. Esto repercute de modo directo en la creación de empleos y sus tipos, en el desgaste y degradación de los recursos naturales, en las pautas de la distribución del ingreso creado y en las condiciones generales de la acumulación del capital y la generación de riqueza.

Estos son los elementos esenciales que en México se eluden consistentemente de un modo u otro en la práctica y en medio de un marco institucional rígido y resistente que se acomoda a cualquier tipo de medidas o, visto de otro modo, acomoda esas medidas para no perder poder en el mercado y la capacidad política de apropiación de los recursos.

Hay quienes ya proponen abiertamente dar por perdido incluso el año de 2015 y concentrarse en el siguiente. Apenas a unas semanas de iniciado el año ya se hacen recortes a las previsiones del crecimiento plasmadas en el presupuesto. Si las condiciones internas no se alteran y las externas siguen siendo restrictivas, el panorama no puede variar y se seguirá discutiendo sobre cambios apenas marginales y sin dar en el blanco.