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Performance en México
T

engo que pedir disculpas por mi errores primero: mi colega Alberto Híjar no tuvo que ver con Proceso pentágono, sino con el Taller de Arte e ideología que fue el grupo que frecuenté en aquellos ya lejanos tiempos

¿Por qué me ha apasionado tanto la lectura de este libro sobre happening? En primer término, porque conozco a Dulce María de Alvarado, primero como alumna oyente en mi Facultad, luego como curricular y directora de tesis para la entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas y, por último, como activa promotora cultural en un proyecto que desafortunadamente quedó a medias.

Me refiero a Akaso (inspirado en los murales de Osaka que fueron en cierto modo el epílogo del Salón Independiente y que no se vieron en Osaka, pero que están exhibidos en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, en Zacatecas. Con el afamado artista zacatecano, que en cierto modo es iniciador del (en este caso) espectáculo performático, gracias a su coalición con Alejandro Jodorowsky, se inicia la serie de entrevistas que constituye el meollo del libro.

De sobra sabemos que Felguérez es totalmente un artista objetual; eso no le impidió participar en el espectáculo que implicó la apertura del Deportivo Bahía, tema también tratado por Raquel Tibol.

Como a todos los que tuvimos que ver con Dulce María en la confección de su tesis, ella me instó a decirle “si yo había practicado algo parecido al performance o al happening”.

Le narré una acción estudiantil que recogió en su introducción y que sirve un poco para elucidar lo que fue boutade totalmente inintencionada, una diversión adolescentoide y lo que implica una acción artística.

El happening, aunque como antes anoté suele carecer de intención definitiva, tiene como parámetro para quienes lo practican el hacer arte. ¿Una ocurrencia cualquiera como suele suceder en todas partes puede ser arte?, sólo si alguien la recoge y la califica de tal, como quizá ocurrió en las investigaciones llevadas a cabo durante los inicios de la carrera de Melquiades Herrera, cuya intuición y disposición para improvisar eran inusitadas. Lo mismo puedo decir del carisma que poseía el ya mencionado Adolfo Patiño, cuyo hermano Armando Cristeto, que ante todo es fotógrafo e investigador de la fotografía, aunque formó parte del Grupo Peyote y de la agencia, fundada por Adolfo. El mismo demeanour de Adolfo era peculiar, bifronte, que lo diga, si no, Jorge Alberto Manrique.

Ambos fuimos sus padrinos y ambos, dolidos al máximo, asistimos a su funeral que no tuvo nada de performático, aunque sí su muerte que fue totalmente accidental debida a una imprudencia.

Son épicas y a distancia uno las ve con nostalgia y recuerda episodios aislados, algunos trágicos, pero históricos, como fue el caso de Adolfo. Mi sobrino Manuel del Conde (hijo del participante en la Revolución Cubana conocido como El Cuate, Antonio del Conde, el dueño del Granma). Manuel murió de un pasón de idéntica índole que los que relata en su testimonio Carlos Rush.

Dulce recuerda a Manuel en la página 57 de su prólogo, junto con otros jóvenes que tampoco han tenido más relevancia que la de poseer algún encanto para hacer arte objeto y ser amigos del reventón, por lo que se adherían en determinados momentos a grupúsculos que ya nada tenían que ver con los de trabajo colectivo.

Los tiempos dejan ecos. Recientemente fui confrontada por el estudiante de preparatoria José Ignacio a observar unos videos cortos calificados de epic fails que me ayudaron a entender este tipo de situaciones y a través del ciberespacio vislumbrar las razones por las cuales esa etapa vio epílogo con las facilidades que presta ya no sólo la televisión, sino sobre todo la nube en las tabletas con la enorme y a veces sumamente cuestionable cobertura que se le presta, pero eso implica otro tipo de tema que quizá debiera abordarse con mayor frecuencia.

La entrevistada Elvira Santamarina en el libro que comento, da al clavo cuando dice: Todo rito que ya no es rito es sólo un trámite para morir. Y exactamente así le ocurrió a mi sobrino, quien era muy joven, sin gran preparación profesional en materia de artes visuales.

El éxtasis u otras sustancias provocan sólo estados de conciencia alterados, y eso si es que hay alguna conciencia. Claro está que esto lo dice una persona (yo misma) que es fiel a la mediterránea civilización del vino.

Por eso me permito hacer referencia a la estrella por antonomasia del happening, que además de conocimientos profesionales de ingeniería y resistencia de materiales, fue un observador del teatro polaco: Marcos Kurtycs, quien además llegó a editar una cantidad considerable de libros.

Hablando de ritos, puede decirse que como lo reconocen varios de los entrevistados, él fue un sacerdote del performance. Y así lo recuerdo desde la primera vez que lo vi, hasta que fue personalmente a despedirse de muchos de nosotros al Museo de Arte Moderno, poco antes de fallecer el 13 de marzo de 1996. Sin la indispensable labor de Ana María García K., su mujer por casi 20 años, la documentación sobre Kurtycs no se hubiera conservado con esa nitidez. Eso ha permitido que le dediquen exposiciones póstumas.