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México protege a los sin papeles sólo en el discurso

Los operativos en lugares secretos se vuelven cacerías humanas

Al gobierno le puedes poner 10 en el mensaje político, pero en combate al crimen no alcanza ni cero, porque ni siquiera se ha hecho el intento, explica el jesuita. Agrega que el país ya es destino para indocumentados

Enviado
Periódico La Jornada
Martes 20 de octubre de 2015, p. 14

Tenosique, Tab.

El gobierno mexicano merece aplausos. Alejandro Olayo-Méndez, investigador que en el último año ha recorrido cinco veces las rutas migratorias, no lo duda: el discurso de derechos humanos que guía la política en la materia, amplificado por los medios, ha conseguido fijar en la opinión pública la matriz de que aquí se respetan los derechos humanos de los migrantes: en México no son detenidos sino asegurados o rescatados; aquí no se deporta, sino asiste en el regreso a los indocumentados centroamericanos que colman las estaciones migratorias (están presos, pero no se les llama cárceles).

Así, aunque no se pueda felicitar al gobierno mexicano por su éxito en la protección de los migrantes o por su eficacia para combatir a los traficantes de personas, le podemos aplaudir su consistente discurso político.

Desde septiembre pasado, el jesuita Olayo-Méndez recorre las rutas migratorias que atraviesan México. Lo hace por el compromiso que, como religioso, tiene con los migrantes y también porque en ese periplo documenta la tesis doctoral que prepara en la Universidad de Oxford. Su tema son justo las rutas migratorias y la ayuda humanitaria que despliega un ejército de organismos civiles, buena parte bajo el auspicio de la Iglesia católica, a lo largo y ancho del país.

El espejismo y la realidad

Del más alto funcionario al agente de migración que trabaja en los caminos, explica el investigador, el gobierno mexicano tiene un discurso consistente en el papel, en las palabras que se utilizan en el trato cotidiano a los migrantes. Esa consistencia que se amplifica en los medios, sostiene el jesuita, ha creado el espejismo de que México está a la vanguardia en materia de derechos humanos de los migrantes.

Sin embargo, cuando vas al campo descubres que hay una gran brecha entre el discurso político y la realidad. La realidad es violenta, opresiva. En algunas ocasiones, los operativos en lugares secretos o en sitios de tránsito donde no hay testigos se vuelven literalmente cacerías humanas.

–Un componente del Programa Frontera Sur (PFS) es el combate a los criminales que atacan a los migrantes.

–Si al gobierno le puedes poner 10 en el discurso, en materia del combate al crimen no alcanza ni cero, porque ni siquiera se ha hecho el intento. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos tiene identificados los puntos de alta peligrosidad; todos los albergues tienen ubicadas las zonas donde hay alto nivel de violencia, y el gobierno mexicano no ha hecho nada. Si necesitan saber, pueden ir a las oficinas de Procuraduría General de la República en San Luis Potosí, en Ixtepec, donde quieran, para que vean todas las demandas que se han interpuesto. Lamentablemente todo el esfuerzo del gobierno mexicano se ha dirigido a impedir que los migrantes se suban al tren, a no permitir que hagan lo que han hecho siempre, que es tratar de usar los medios disponibles para seguir su camino. He encontrado gente en San Luis Potosí o Saltillo que ha caminado por 40 o 60 días.

Los migrantes ya llegan para quedarse

En sus recorridos, Olayo-Méndez ha hablado con centenares de migrantes y ha observado las condiciones de su pesada travesía. De esa experiencia ha surgido su convicción de que, aunque haga falta el reconocimiento del gobierno, la realidad es que México es ya un país de destino para los sin papeles.

Así lo muestran las evidencias en campo y así lo declaran cada vez más los migrantes centroamericanos. En La 72, la casa refugio para indocumentados en esta frontera, seis de cada 10 de estos viajeros con quienes se habla no tienen intención de ir a Estados Unidos. Buena parte huye de la violencia de las pandillas que ha hecho de Honduras el país más violento del mundo, seguido de cerca por El Salvador y Guatemala.

–¿Los migrantes llegan para quedarse?

–Hay una parte que ya quiere quedarse en México. Es una opción lógica. El migrante centroamericano empieza a abrazar como una opción real quedarse en México a trabajar. Cada vez es más frecuente encontrar migrantes que dicen: Yo voy donde encuentre trabajo. Es muy bonito para México hablar de los coreanos que quieren venir, de los españoles. Pero esta gente centroamericana, que es mucho más vulnerable, ya ve México como una opción para quedarse.

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El Programa Frontera Sur se está convirtiendo en una reproducción del modelo de seguridad nacional tanto de Estados Unidos como de Europa. Tiene una fachada de derechos humanos, expresa Alejandro Olayo-MéndezFoto Arturo Cano

Rebautizar el Suchiate

–La crítica que se hace al PFS podría resumirse en una frase: quieren rebautizar el Suchiate y llamarlo Río Grande.

–La expresión no está lejos de la realidad. En la práctica, la frontera sur de Estados Unidos se ha movido. Me atrevería a decir que hasta Puebla. Ahí es donde realmente está el gran dique que tiene, más hacia el sur, los cinturones de control que vemos en esta zona y en el Istmo. Las policías entregan a los migrantes a los agentes de migración, para que de alguna manera sean ­rescatados.

En este fenómeno de externalización de la frontera, México le hace el trabajo sucio a Estados Unidos o bien busca ordenar los flujos. La pregunta es para qué.

–¿Para qué?

–Si uno lee el Programa Frontera Sur en el contexto del Plan Nacional de Desarrollo tenemos que hay la intención de un ordenamiento para facilitar una serie de desarrollos. Todo este esfuerzo para mejorar la infraestructura y controlar los flujos migratorios tiene que ver con un proyecto extractivista. ¿Por qué van a invertir 58 millones de dólares para monitorear el tren? Pues porque llevará cargas preciosas.

–El gobierno insiste en que al impedir que se suban al tren evita muertes y mutilaciones.

–El discurso es por su seguridad no queremos que se suban al tren. Pero la realidad es que cuando el migrante tiene la necesidad de seguir su camino y, si no lo dejan subir, pues camina. Al tener que caminar, obviamente están expuestos a mayor violencia, porque usan rutas más peligrosas donde son presa fácil de los delincuentes, aunque muchas veces no tengan nada… les quitan una mochila. El objetivo declarado es brindarles seguridad, pero paradójicamente los han hecho más vulnerables.

–Pero siguen cruzando, pese a todo.

–Los cálculos del Pew Hispanic Center indican que la población de centroamericanos en Estados Unidos ha crecido 20 por ciento en los años recientes. Eso quiere decir que aún con Gatekeeper y todos los esfuerzos estadunidenses, la gente sigue pasando.

¿Qué pasa con los que no cruzan? Es difícil tener números sólidos, pero buena parte se queda ya en México. Y esos son patrones que se ven en Europa. Cuando los migrantes económicos no pueden cruzar a Europa, ven a Libia como segunda ­opción.

Frente a esta nueva realidad la respuesta del gobierno mexicano ha sido pobre. Olayo-Méndez subraya el hecho de que la red de albergues que existe en más de 80 puntos en todo el país, sea sostenida por organismos civiles y la Iglesia católica. Es en esa red donde ha encontrado que los albergues grandes, por ejemplo en Saltillo, tienen en espera a 20 o 30 migrantes que han solicitado refugio.

–En los medios domina la escena del drama que se vive en Europa.

–El Programa Frontera Sur finalmente se está convirtiendo en una reproducción del modelo de seguridad nacional tanto de Estados Unidos como de Europa. Tiene una fachada de derechos humanos, pero en la práctica no es sino militarizar la frontera, utilizar todos los cuerpos policiacos para controlar los flujos, es simplemente reproducción de modelos que ya han sido puestos en marcha en otras regiones.

Ahora bien, México tiene una ambivalencia total al tránsito de migrantes. No los puede reprimir abiertamente porque tiene 11 millones de indocumentados en Estados Unidos. Sería muy inconsistente que se reprimiera abiertamente a una población. Y por otro lado hay una completa incapacidad de los países centroamericanos para responder a las necesidades de sus connacionales en las estaciones migratorias. Cada cónsul tiene dos minutos para atender a un migrante, si es que lo quiere ver.