Opinión
Ver día anteriorDomingo 21 de febrero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
No sólo de pan...

De la Madre Tierra

L

a Virgen estuvo ahí siempre. Con su propia anatomía desenvolviéndose desde un punto indetectable hasta lograr una perfección que nadie más igualaba en el universo. Y justamente porque no tenía par no podía ser fecundada sino por ella misma a partir de sus entrañas.

La Yemayá de los yoruba africanos, con sus otros nombres de tantos otros pueblos de origen afro, ya estaba presente al principio y todo lo que vive proviene de ella. Durgá es para los hindúes la Madre o energía de la que está hecho el universo, de ella proviene el ente Deva/Devi, partes masculina y femenina de la fuente del ser, en sus aspectos terrible y benevolente como es la misma Tierra. Ast significaba para los egipcios la fuerza fecundadora por la magia de su autofecundación. Los sumerios sabían que el océano primigenio había dado a luz a la Tierra y a todo lo vivo llamado Ki. Ishtar en Babilonia, Inanna en Sumeria, Anahit en Urartu (Armenia), Astarté en Fenicia y Esther entre los israelitas, son la misma imagen de la benevolencia creadora y fértil, pero que cuando empieza a haber destrucción y guerras de los hombres también toman simbólicamente las armas y son terribles con ellos.

Ahura Mazda, el Creador No Creado o el Autocreado del zoroastrismo de hace al menos 5 mil años, reúne el Mazda o sabiduría, su parte femenina, y el Ahura o altísimo no representable masculino, de ellos nace todo sin intervención sexual. Gea representaba para los griegos la Tierra Madre, pero no sólo su bella superficie, sino también sus encendidas entrañas tectónicas; en ella estaba el momento primigenio. (Mientras que Deméter y Ceres eran madre fértil que distribuye sus frutos, pero ya no es virgen, porque ya los hombres han sembrado en ella.) Para los vascos, Ama-Lurra es la Tierra creadora de todo lo que está en su superficie sin intervención del hombre. Y Jordo, que es la Tierra Madre entre los nórdicos, todavía designa a la tierra o territorio.

Los taínos, casi extintos en su propio hábitat de las Antillas, saben todavía que Atabey es el principio femenino del mundo, madre de Yucahu sin intervención de hombre. La Pachamama, Madre Tierra es la naturaleza protectora y proveedora que en sus orígenes fue virgen y creadora de los seres humanos, como la Virgen de Copacabana venerada en La Paz, Bolivia, o la Virgen de la Candelaria en Puno, Perú. Nuestra Tonantzin (madre venerada en náhuatl) es la Madre de las deidades masculinas y femeninas del panteón mexica, así como bajo nombres de otras lenguas de cultos mesoamericanos, por ejemplo, Ixquic, Diosa Madre Virgen, con la que se inicia el tercer ciclo del Popol Vuh de los mayas.

A 10 años de la conquista de México, Bernardino de Sahagún escribió en la Historia general de las cosas de la Nueva España (1540-1585), lo siguiente: “… un montecillo que llaman Tepeacac (…) ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe (donde) tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, que ellos llaman Tonantzin, que quiere decir nuestra madre (…) venían a ella de muy lejanas tierras, de todas las comarcas de México, y traían muchas ofrendas. Era grande el concurso de gente en estos días y todos decían: ‘vamos a la fiesta de Tonantzin’; y ahora que está ahí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin, tomando ocasión de los predicadores que también la llaman Tonantzin (...) y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin como antiguamente”. Francisco, el Papa, ya lo sabía y pudo constatarlo, llevando en su visita la imagen que ahora veneran hasta los ateos guadalupanos.

Cualesquiera que sean las críticas, más o menos acertadas, nosotros los mexicanos no debemos abandonar el mensaje que dirigió Francisco en Chiapas a los mejores de nosotros, los pueblos indígenas y trabajadores del campo: cuidar la Tierra, no dejar que la enfermen y se la quiten a quienes tienen derecho a ella porque sus antepasados la han cuidado durante generaciones; pero también darnos por aludidos, porque de la Tierra depende nuestra salud y enfermedades y muerte. En las manos de todos está revertir la cadena infernal en que se ha convertido la cadena virtuosa de la evolución de las especies hasta lo humano. Revertir la violencia del capital voraz que ha convertido la Madre Tierra en campo minado del que comemos y respiramos, nos contaminamos a través de la piel, y lleva a nuestros seres queridos y admirados a muertes prematuras. ¿Que ya no habemos suficientes personas para pensar, organizarnos, salir a la calle, parar al monstruo y desarmarlo?

Con mi gratitud para Humberto Eco