Opinión
Ver día anteriorViernes 4 de marzo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El muro que cuenta es el azar
G

illes Deleuze –filósofo francés de la filosofía de la diferencia, con Michel Foucault y Jacques Derrida– alerta: el hombre no sabe jugar, o bien se sumerge precipitadamente en un mal juego, juego que no se afirma del todo el azar. El carácter establecido de las reglas se fragmenta, no sabiendo qué fragmento va a desaparecer. El sistema del futuro, por el contrario, se considera un juego divino porque la regla no es prexistente, el juego versa sobre sus propias reglas; estando el azar firmado para cada vez y para todas las veces. En este juego de la diferencia y la repetición, guiado por el instinto de muerte, Deleuze opina que nadie ha llegado más lejos que Borges, quien en Ficciones escribió: “Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el que estamos, ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola?, ¿no es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien, y que las circunstancias de esta muerte –la reserva, la publicidad, la postergación de una hora o de un siglo– no estén sujetos al azar…?”

En realidad el número de sorteos es infinito, no hay decisión final, todos son ramificaciones. En todas las ficciones hay diversas alternativas, optamos por una eliminando las demás. Creación de tiempos diversos que proliferan y se bifurcan incesantemente.

Por su parte, el pensamiento de la huella derridiana, al tiempo que rompe con la evidencia de la irreversibilidad del tiempo (concepción lineal de la temporalidad), acaba con todo recurso a una lógica de la identidad, con todo recurso a la estructura centrada alrededor de un centro privilegiado: la presencia. El origen es un no-origen que no puede ofrecerse en la puntualidad –temporo lineal– de la pura presencia per se, expresando de este modo la subordinación a un juego y al trabajo de la différance, lo constitutivo de todo signo. La huella es el devenir-espacio del tiempo y el devenir-tiempo del espacio. Esta unión de espacio y tiempo, como matriz de la huella, hace imposible que la noción de presencia inmediata y plena función como fundamento de significación. La inmediatez del momento presente está siempre mediada por el proceso de temporalización y de espaciamiento que constituyen las dos notas singulares de la différance. Es preciso que un intervalo la separe de lo que no es él para que sea ella misma, pero este intervalo, que la constituye, en presente, debe dividir también al mismo tiempo, el presente en sí mismo, dividiendo de este modo, con el presente, en todo lo que se puede pensar a partir de él, es decir, todo ente (en nuestra lengua metafísica), especialmente la sustancia o el sujeto. Este intervalo que se constituye, se divide dinámicamente, es lo que puede denominarse espaciamiento, devenir-espacio del tiempo o devenir-tiempo del espacio; y es esta constitución del presente, como síntesis originaria irreductiblemente no-simple.

El espaciamiento como archi-huella, como archi-escritura, en la que están presos, desde el inicio del juego, todos los tejidos del sentido, es, a su vez, el tiempo muerto a través del cual se anuncia lo otro, lo diferente, y como tal, da asimismo cuenta del lenguaje como sistema articulado. Si dicho proceso de temporalización-espaciamiento está bien ejemplificado en la escritura (en sentido tradicional), su mejor muestra se encuentra en la escritura alfabética-fonética, de difícil comprobación en el lenguaje hablado y sobre todo, en su enunciación interior.