Opinión
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Isocronías

El pulso del instante

A

la poesía voy, de la poesía vengo, se dice. ¿Y en la poesía estoy?

Esa luz que te cierra los ojos y te abre a tu propia oscuridad espera que ésta te abra a la luz que buscabas.

Una ignorancia atenta (a sí misma) y asimismo contenta (consigo misma) es nada más lo que vinimos a aprender.

No odies mi dolor, que no es el tuyo. Ama lo que en él de alguna manera tuyo es.

Conozco a una persona más por su voz que por su mirada. Su voz me la hace transparente; no: visible. No: me dice lo invisible de su –tan aparente– visibilidad.

Hay cierto sentimiento de quietud ante el abismo.

¿Obedece a su voz? No la obedece. ¿Obedece a su hablar? Ah, eso sí. Y cómo habla.

El contento es más accesible que la felicidad –y no enloquece a nadie.

Todo moralista abomina del escándalo y por tanto tiende a escandalizarse, y a escandalizar.

El arte no ocurre, sucede. Es un suceso, nunca (que yo sepa) una ocurrencia.

Una mirada limpia, limpia.

Todas las palabras de un poema hacen –o así lo siento– una sola palabra.

La convocación del poema, por extraño que parezca, es silenciosa.

El poema, creo que con otras palabras lo dijo ya Breton, sabe esperar, y su paciencia, como toda paciencia verdadera, es de alguna manera menos paciencia que saber.

Del pulso del instante ha hablado parcamente un músico (compositor, letrista) también narrador, Yahir Durán. Tomarle el pulso al instante, entiendo, es o debiera ser obligación de músicos, poetas y de todo lector –muy en especial si en público– de poesía. Mas resulta que en los casos susceptibles de observación con alguna frecuencia ni poetas ni actores logran hacer sentir a su auditorio (no pueden transmitir algo que representan mas no sienten, no presentan) tan elusivo pulso, quizá latido.

Arriba lo dijimos de otro modo: con el lenguaje se puede mentir, con la voz (salvo que hablemos de actores y de actores –fingidores, diría don Fernando acaso– muy b0uenos) no.