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¿La Fiesta en Paz?

Cecetlos: olviden las novilladas, recuerden los baños

Casa Toreros, nuevo operador del coloniaje taurino

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SAN FERMÍN. El joven torero Javier Jiménez se encuentra en el Hospital Universitario de Pamplona, después de que el tercer toro de Cebada Gago lo levantó violentamente en su actuación en la fiesta de San Fermín. Arriba, durante el momento de la embestidaFoto Afp
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omo en todo país feudal que se respete –los países en desarrollo observan la ley y toman en cuenta al ciudadano–, el Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, antes Plaza México, mantiene su política de ninguneo a la afición y al público que han posibilitado sus negocitos y continúa mudo ante lo que alguna vez fue la apasionante temporada de novilladas.

Transcurridos 23 años de ensayo y error a cargo del Cecetla, con la complicidad disimulada o abierta de las autoridades federales, locales y delegacionales –escoja partido político– las novilladas, imprescindibles para la sobrevivencia de la fiesta de toros, fueron reducidas a simple requisito que permite a la intocable empresa vender el derecho de apartado para la temporada como grande. El público, que no sabe pero siente, y que llegó a hacer espectaculares llenos para ver la confrontación de sus novilleros favoritos, simplemente dejó de asistir ante la desalmada oferta de espectáculo.

Ni jefes delegacionales en la Benito Juárez ni jefes de gobierno en la Ciudad de México ni presidentes de la República ni la poderosa empresa competidora ni ganaderos ni matadores ni la crítica especializada –en llevar la fiesta en paz– ni las peñas taurinas ni la mercadotecnia ni la publicidad ni nadie, logró convencer al contumaz Cecetla de que había otras maneras de ganar dinero sin llevarse entre las patas a la tradición taurina del ex DF. Pero como en este caso la asistencia de público no determina el negocio, nada cambió, excepto una plaza semivacía.

Luego de dos meses y cuatro días de que sin hacerlo oficial se anunció que Rafael Herrerías dejaba de ser el operador de la empresa de la Plaza México sin que Miguel Alemán Magnani soltara la siempre renovable licencia de funcionamiento del inmueble y de que probablemente Javier Sordo ocuparía el cargo, las cosas continúan como en las últimas dos décadas, que los vasallos están para obedecer y callar y los señores feudales para disponer, y al que no le guste nuestro pobre concepto de espectáculo taurino que no venga y deje de molestar o que haga su fiesta si tiene dinero, amigos políticos y licencia. Por ello, Cecetlos, olvídense de dar una parodia de novilladas más y concéntrense en mejorar siquiera los servicios sanitarios de la plazota.

Cuando se nace para colonizado no se pasa de importador. Los incorregibles taurinos sudamericanos, instalados desde siempre en la época virreinal, sometidos al monarca en turno y proporcionando, unos más otros menos, subalternos, toros, plazas, público, dinero y uno que otro diestro local de relleno por no dejar, se renuevan y taurinos positivos echan las campanas al vuelo porque la empresa mexicana Casa Toreros se hará cargo de la centenaria Plaza de Acho, en la capital peruana, que en la próxima Feria del Señor de los Milagros –creyentes son, aunque no en su potencial torero– celebra 250 años de existencia.

Pero ni Casa Toreros ni ningún señor de los cielos o de perdis de los Andes consigue estimular una tradición taurina del Perú en favor de peruanos y latinoamericanos. Satisfechos, los nuevos empresarios presentaron el elenco: Ponce, Morante, El Juli, Manzanares, Talavante, Escribano, Luque, López Simón, Ginés Marín, el mexicano Joselito Adame y los peruanos Andrés Roca Rey y Joaquín Galdós. Síganle pasando a lo barrido y perdonen el tiradero, figuras, que el principal enemigo son los antis, no el sometimiento.