Opinión
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Perjuicios colaterales
E

n La cartuja de Parma, uno de los más bellos libros escritos en lengua francesa, Fabricio del Dongo, el antihéroe por excelencia, acaso el héroe más real, atraviesa el campo de batalla de Waterloo sin percatarse del combate. No ve nada de éste, de veras nada. Stendhal observa con genio: verse puesto en el centro de las cosas no es necesariamente la mejor situación para verlas y comprender lo que pasa.

¿Es posible no darse cuenta de que se vive un momento histórico cuando se le vive en su momento? Ciertamente. Sin duda es más difícil percatarse de que se vive un momento histórico. ¿Cómo distinguirlo sin la perspectiva del tiempo? Distancia que podría permitir alcanzar el verdadero sentido del momento que se vive. A menos de razonar como algunos de los personajes de Jorge Ibargüengoitia, quienes ven un signo del destino en una llanta ponchada y en la vuelta de una esquina el soplo de la fatalidad.

Pero los dirigentes políticos franceses poco o nada tienen qué ver con el personaje de Stendhal. Con los pies bien puestos en la tierra cuando de sus intereses electorales se trata, flotantes en una burbuja de cristal cuando a las necesidades y problemas diarios de la población debe ponerse remedio. Más cercanos a los personajes de Ibargüengoitia o de Jarry, creen ver momentos históricos a cada paso, sea un gol, la destitución de un ministro cualquiera o la inauguración de un tramo de carretera.

Reticentes a la aceptación de una actualidad aterrorizadora que pone en crisis todo su sistema de pensamiento y de acción. Una actualidad, ahora sí que histórica, puesto que se trata de la guerra y de una guerra mundial.

No una guerra del estilo de la Primera o la Segunda. Eso es ya historia antigua. Los alumnos de las escuelas militares pueden aprender esto de sus profesores. Éstos, en cambio, no pueden enseñar lo que pasa aquí y ahora, y menos todavía lo que pasará aquí y mañana.

François Hollande, presidente de Francia, después de los asesinatos de nuestros amigos en las oficinas de Charlie Hebdo, de los sangrientos sucesos del 13 de noviembre del año pasado en París y de la carnicería en Niza la noche del 14 de julio, día nacional, reconoce que hay una guerra: nos hacen la guerra, dice. Olvida decir que Francia hace la guerra.

Y anuncia aumentar las fuerzas francesas de ataque en Siria e Irak. No hay negociaciones. Se avanza y se tiene el asombro de ver a un tipo conducir un camión a toda velocidad sobre los peatones en el Paseo de los Ingleses de la ciudad de Niza: un tipo sin piedad alguna, dicen. ¿Hay piedad en la guerra? ¿Tienen piedad los drones? ¿O quienes los manipulan? Drones contra hombres bombas, kamikazes, fanáticos convencidos de ganar el paraíso, drones humanos. La guerra es una invención humana.

El concepto inventado por Georges W. Bush: el eje del Bien y del Mal, en nombre del cual justificaba los bombardeos en Irak y los famosos daños colaterales, nuevo concepto más cínico que el precedente, desarrolla una dialéctica de la irresponsabilidad.

Colette Lambrichs, escritora perspicaz y editora rigurosa, escribe: Pasado el efecto de estupefacción y terror engendrados por la carnicería de Niza, no puedo evitarme pensar que esta matanza procede de un gran y mórbido espectáculo que proviene, junto con muchos otros males, de Estados Unidos.

Nada, ninguna excusa o justificación, puede hacer perdonar los horrores de la guerra, sea hecha por los ejércitos de los países dichos desarrollados, sea por los terroristas de países dichos subdesarrollados. Un crimen sigue siendo un crimen. Pero tal parece que nuestro hermoso mundo contemporáneo haya escogido la guerra en lugar del diálogo o la cultura. Debe ser una tradición histórica de la humanidad.

Habría por qué llorar si no fuese necesario pensar en vivir, en sobrevivir. Incluso los jóvenes deportistas se sienten aplastados. Un tenista reconoce que no tiene el corazón para jugar la Copa Davis cuando tantos cadáveres se esparcen en las calles.