Opinión
Ver día anteriorLunes 22 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sostener el presupuesto universitario
E

l hecho de que el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), doctor Enrique Graue, haya realizado en Consejo Universitario y en los inicios del nuevo ciclo escolar un llamamiento, no en tonos dramáticos, pero sí profundamente serios –lo cual, en un hombre como él, probablemente tiene una carga de gravedad y de dramatismo mucho mayor de la que podemos imaginar– a que no se recorte el presupuesto de la institución debiera ser tomado y atendido por las más altas autoridades del país, desde luego por el Presidente de la República y por las autoridades hacendarias.

Probablemente en México no haya otra institución que se maneje con el nivel de rigor y puntualidad en sus finanzas como la UNAM, y ese hecho, fácilmente comprobable, debiera ser, ya de suyo y por principio, suficientemente eficaz para que la autoridad gubernamental no caiga en los argumentos fáciles del ahorro o de la austeridad, como también hoy se dice, a costa de la UNAM. En esto sin duda, la entera comunidad universitaria apoya y está detrás de su rector.

Uno de los más graves problemas en que se ha metido el Presidente de la República, que la ciudadanía pudo apreciar por el rictus de tensión extrema que se asomaba por todos sus poros durante la entrevista en Los Pinos que le realizó la semana pasada Joaquín López Dóriga, es sobre todo el hecho de que su popularidad se haya desplomado en picada durante los meses pasados (no quiero implicar que antes esa popularidad haya sido grande, porque incurriría en una falsedad). Pero por muchos motivos sería lamentable que ahora añadiera ofensa a la ofensa sumando los agravios que sin duda tiene en los niveles básicos de la educación a otros nuevos que se  generarían al nivel de la enseñanza superior.

Dando por sentado que la educación, en sus ciclos superiores, resulta absolutamente fundamental para la viabilidad y el futuro de las sociedades actuales o modernas, sería un error histórico enorme debilitar presupuestalmente a la UNAM, y buscarle también por ese lado tres pies al gato, porque pudiera salir también por ese lado altamente respondón. Pero no se trata simplemente de evitar eventuales nuevos problemas, sino de atender verdaderamente una exigencia nacional inaplazable, como es no sólo mantener el nivel de lo ya conquistado y trabajado, como es el caso de la UNAM, sino de empujar hacia adelante todos los grados educativos, lo que resulta para cualquier gobierno una de sus responsabilidades mayores. Por lo demás, no olvidemos que más de 80 por ciento de la investigación científica en México se hace en instituciones de la UNAM, lo cual plantea la importancia que para el desarrollo del país en todos los aspectos tiene esta universidad.

Conociendo bien en términos generales a la UNAM, en cuyas aguas he tenido la oportunidad de navegar la mayor parte de mi vida, sé bastante bien sus fortalezas y debilidades, y estoy convencido de que históricamente puede y debe exigírsele más, trabajo y calidad, aun cuando inevitablemente una institución como ésta, creada ya hace cerca de 90 años (hablo de la UNAM, a partir de 1929), tan variada e inclusive contrastada, inevitablemente contiene sectores con más calidad que otros. Tal es el punto: una institución autónoma como la nuestra ha de mostrarse capaz de mejorarse a sí misma y eventualmente reforzar los sectores digamos más débiles que pueda contener. En ello está su futuro y por decirlo así su mejor argumento y defensa.

Ya se sugiere en diferentes grupos, formales o no, de universitarios, en sentido estricto o no, que esta amenaza del recorte presupuestario a la UNAM está estrechamente relacionada con la idea de la privatización, no sólo de la enseñanza superior sino, en rigor, del entero sistema educativo. Quienes hemos estado vinculados de una manera o de otra con los sistemas de enseñanza en México sabemos bien que tal ha sido probablemente la lucha mayor en este campo, durante los casi 90 años que nos separan de 1929. Con resultados diría más bien negativos, por la evidencia de que casi por entero en el último medio del siglo pasado se dio una avalancha de privatizaciones o el florecimiento también en avalancha de centros privados de enseñanza, ellos sí de muy diferente calidad, pero muchos que se convierten en verdaderos manantiales de dinero. ¡Por supuesto que ésta es una de las razones básicas de que siga presente y actuante la idea de las privatizaciones! ¡El negocio en grande!

El sistema de enseñanza privado se impuso, pues, en el país de manera abrumadora, y entonces quedaron pospuestas las ideas de quienes pensaban y tenían planes específicos, que sólo se realizaron parcialmente, de hacer de México un país que significara en todas sus fases y rincones enseñanza y conocimientos universitarios, tan amplios éstos, que merecieran el genuino nombre de una enseñanza ampliamente popular en el país. Organizadas las relaciones sociales y humanas como un gran foro de enseñanza aprendizaje en que los más aprendieran de los menos hasta que la minoría se convirtiera en una mayoría no sólo pensante sino actuante en el plano de la enseñanza. Un buen número de los escritos de Pablo González Casanova desarrollan con gran pertinencia estas ideas y van al fondo del problema.

Se trata, entonces, de orientarnos hacia una sociedad de la enseñanza y del aprendizaje, hacia una del conocimiento, no sólo que permita elevar sus niveles profesionales y culturales, sino que encarne la pacificación de la sociedad misma, y ésta sea la razón de la sociedad (pacificada y pacificadora) y hasta de esa nueva sociedad, si se quiere. No un hombre nuevo, como muchas otras veces se dijo en el pasado, sino de un hombre cuya vida social se encuentre pacificada y el mismo tiempo sea un pacificador. (Sin que sea sujeto activo o pasivo de la explotación humana, y en que termine la inexorable cadena, hasta hoy, de esta explotación.) Tal cosa, por principio, terminaría en gran medida con la corrupción y con la inagotable, inevitable, avidez que gobierna en nuestros días. Por ello, recortar el presupuesto de la universidad a estas alturas equivaldría, de hecho, a negar todas las declaraciones gubernamentales que parecieran de buena fe.

¡No al recorte del presupuesto de la UNAM y de todas las instituciones de educación superior en el país!