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Aun con la censura abolida, los grupos deben cuidar su lenguaje

El metal halla su éxito tardío en la onservadora sociedad de Birmania
 
Periódico La Jornada
Sábado 24 de diciembre de 2016, p. 8

Rangún.

Vestidos de negro se parecen a los grupos de metal del mundo entero. Pero en Birmania, estos rebeldes se cuidan de no chocar con una sociedad budista conservadora con frases que hagan alusión a la muerte, el sexo o la droga.

Escuchar metal hace muchísimo bien. Resuena como la libertad, es bueno para el alma, explica Thaw Di Yoo, de 21 años, joven dedicado a reparar teléfonos móviles, en un concierto en una sala de Rangún.

Es diferente a otros tipos de música, por eso soy fan del metal, añade mientras luce en un brazo un tatuaje de su grupo birmano fetiche, Nightmare Metal Band.

El metal, que surgió en Estados Unidos y Gran Bretaña en los años 1970, conoce actualmente un éxito tardío en Birmania, país del sureste asiático que se mantuvo aislado del mundo durante medio siglo bajo una dictadura militar, y que en la actualidad es dirigido por un gobierno civil liderado por la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.

Mientras la junta ejercía el poder en el país, hasta 2011, los músicos birmanos sufrían una implacable censura que, entre otras influencias nefastas, prohibía el metal.

Pero esto no impidió que casets y cedés de grupos prohibidos se difundieran y así comenzara a desarrollarse un escenario punk o metal desde antes de la autodisolución de la junta en 2011, y la abolición oficial de la censura en 2012. Sin embargo, para los jóvenes músicos de hoy, el conservadurismo de una sociedad impregnada de valores budistas continúa siendo un desafío.

En lugar del sexo, la droga y la muerte que predominan en las letras del metal, los músicos birmanos prefieren el compromiso político.

En nuestro nuevo álbum hablamos de la política y la situación del país, explica el guitarrista del grupo Last Days of Beethoven, Phoe Zaw, de 32 años de edad.

Escribimos contra la violencia hacia los musulmanes y budistas en el estado Rajine (oeste del país) y contra las minorías étnicas en las otras zonas, explica el treintañero, y menciona la situación de los musulmanes rohinyas, minoría sin derechos en Birmania, blanco del odio de los poderosos nacionalistas budistas.

La situación política ha cambiado y un nuevo gobierno dirige el país. Pero hay gente que no quiere cambiar de mentalidad y mira hacia el pasado, reza una de las nuevas canciones de Last Days of Beethoven.

Tomas de posición política que pueden parecer sorprendentes, pero no en Birmania, donde los jóvenes músicos, cualquiera sea el género que cultiven, tradicionalmente están muy comprometidos.

Durante la campaña para las elecciones legislativas de noviembre de 2015, que se saldó con una marea electoral en favor del partido de Aung San Suu Kyi, las canciones fueron una herramienta importante entre los jóvenes birmanos sedientos de libertad de expresión y de apertura hacia el mundo.

No obstante, el metal sigue siendo una música minoritaria en Birmania, donde el género de moda, al igual que en el resto de Asia, es un pop pegagoso, cuyo modelo son las boys bands sudcoreanas.

“El metal no es el género de música que gira alrededor de los ‘Te quiero, te extraño’”, dice divertido Myo Min Thu, profesor de guitarra y fan del metal.

En la época de la junta, las canciones no podían hablar de rosas, lo que era visto como una referencia a Aung San Suu Kyi. Tampoco era posible hasta hace algunos años lucir camisetas de grupos de metal occidentales y de su sórdido universo plagado de calaveras y sangre.

Nada es color de rosa para los grupos de metal birmanos: tienen dificultades para encontrar estudios de grabación, salas de concierto o distribuidores. ¿Su solución para esquivar al sistema? Conquistar al público a través de las redes sociales.